Algunos juegos infantiles que recorren los
parques y plazas de la ciudad, parecen en realidad una serie de jaulas
ambulantes que no sólo atrapan a quienes se atreven a utilizar estos aparatos
sino que crean en el ambiente una mezcolanza visual que no siempre es saludable
para el observador.
Hasta un transeúnte desprevenido siente la
necesidad de pararse a mirar y preguntarse cómo es posible que alguien experimente algún
placer en encerrarse voluntariamente en estas canastas. O tal vez se pregunte en realidad cómo es posible tal derroche de color en un área tan pequeña.
Pero los habitantes de las ciudades
latinoamericanas se han acostumbrado a que en las calles se encuentre tal miscelánea
de colores y formas que ya es poco probable que alguien se cuestione esta
necesidad latina del desorden visual: porque no lo considere como tal o porque conoce
la inutilidad de su preocupación.
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