Sobre la superficie de un pequeño tronco, encontrado
en una matera, unos hongos diminutos realizan su insaciable labor de
descomponer la materia de la que está hecho.
Así como en las extensas selvas americanas son
los mínimos organismos los encargados de sustentar la exuberancia de los altísimos
árboles y las plantas descomunales, así en el pequeño mundo de una matera en un
jardín, estos mínimos devoradores se dedican a realizar el trabajo en el que se
han especializado sus congéneres selváticos.
Sólo la planta, objeto de los mimos de la dueña de
casa, presencia dicha labor a la expectativa de que el tronco pronto se
convierta, gracias a la imparable labor de estos hongos, en su futuro alimento.
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