A veces cuando uno está en medio de la ciudad y mira al cielo, se siente una especie de vértigo al revés, como si el cuerpo sintiera la urgencia de alzarse hacia el punto de fuga que atrae las líneas de los edificios.
Es como si el cuerpo empezara a sentir la levedad de las hojas que lleva el viento o de las motas de polvo que transgreden por su pequeñez la ley de la gravedad.
Sin embargo ese llamado imaginario dura sólo unos momentos. Al fin y al cabo la fuerza con la que la tierra nos atrae siempre se impone, sin importar cuánta atracción haya ejercido sobre el observador la imagen de un edificio que se pierde en las alturas.
Siempre existirá la posibilidad de caminar por el costado del edificio y fugarse, por el punto, claro.
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