Como llegado de una antigua ciudad griega o romana que para el caso es como si fuera lo mismo, un guerrero ha sentado sus reales a un costado de la plazuela Nutibara, también conocido como parque de las esculturas, uno de los lugares más emblemáticos y populares de la ciudad.
Desde allí vigila los edificios que lo rodean, como si esperara que con su presencia la arquitectura del centro estuviera a cubierto de los destructores de edificios y del deterioro que el uso continuado imprime en todas las superficies.
Aunque en realidad su figura robusta inspira simpatía en vez del respeto o el temor que debe infundir un guerrero.
Quizá por eso, durante el tiempo que ha estado allí vigilando, la ciudad no ha dejado de cambiar, inexorablemente.
Y es que es imposible detener el tiempo que es el causante en realidad de todos los cambios que afectan tanto a la ciudad como a sus habitantes. De nada valen los vigilantes vengan de donde vengan.
De todas maneras el guerrero seguirá allí mientras el maestro Fernando Botero no le dé una contraorden. ¡Gracias Maestro!
ResponderEliminar