Todas las grandes ciudades del mundo tienen la particularidad de recrear en sus rincones y en sus panoramas, aunque sea durante algunos segundos, imágenes que son características de otras urbes o de otras culturas.
En un día de esos donde el sol desaparece del cielo, el aire de la ciudad se llenó de nubes y de niebla y como en uno de esos grabados japoneses de Hokusai o Hiroshige, que se hicieron famosos en Europa durante el siglo XIX, la bruma desdibujó el paisaje y las montañas. La familiar silueta del cerro el Picacho se convirtió en una figura inquietante y tan etérea que parecía despegarse de la tierra.
Era como si la ciudad se hubiese difuminado por completo y sólo la vegetación permaneciera en el mundo de la realidad.
Era, dijeron muchos, otra ciudad.
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