Esas canciones clásicas como dust in the wind, los sonidos del silencio o el cóndor pasa, de las que se han escuchado tantas versiones, se apoderan de cualquier calle cuando el sonido de las flautas, las quenas o las zampoñas opaca la usual cacofonía de la ciudad.
Algunos creen que es música clásica la que oyen, otros evocan esos días de los setenta cuando la “música latinoamericana” se adueñaba de todos los lugares donde hubiera universitarios.
Ahora esas tonadas, vacías de cualquier significado, se encuentran en una esquina, debajo de algún árbol o a la entrada de un almacén invitando a los transeúntes para que se dejen seducir por la profusión de mercancías.
El aspecto de los músicos, ataviados con una combinación incongruente de vestiduras, hace pensar en ese sincretismo del que tanto se habla cuando aparecen manifestaciones culturales que mezclan diferentes orígenes.
Sin embargo estas imágenes se podrían relacionar más fácilmente con alguna leyenda urbana, donde los maniquíes cobren vida en las noches y recorran la ciudad buscando a quienes durante el día alegraron sus almas de muñeca.
A estos indios (indígenas) no les faltan si no los tenis Nike.
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