En un día soleado, o mejor en un rato soleado después de un aguacero, apareció en un jardín de la ciudad una neblina, intentando competir con los rayos de sol que abrillantaban los colores de las cosas, opacados hasta hacía poco por las nubes.
De pronto el vapor, o la neblina, empezó a apoderarse de este lugar, parecía como si surgiera de algún tipo de nave que hubiese descendido o que quisiera despegar y perderse en el cielo o como si de pronto la luz o el calor hubieran empezado a deshacer los objetos y las plantas frente a nuestros ojos.
Afortunadamente, era sólo el efecto que producía este vapor, esta neblina, al esparcirse lentamente por el aire.
Pero, es que a veces suceden cosas tan extrañas, que cualquier fenómeno poco usual lo pone a uno a inventarse esas explicaciones peregrinas que alimentan la imaginación de la gente y que tal vez por eso hacen que vivir en esta ciudad sea cada día una experiencia única para quien quiera mirarla con los ojos del asombro.
Se espera la aparición de Gandalf, el blanco, claro.
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