En muchas culturas orientales perder la cara era como perder la vergüenza o la dignidad. Sin embargo en nuestras ciudades se pierde la cara cada vez que las personas obligan a sus facciones a permanecer inalteradas, sin expresión alguna.
Esa frialdad en las expresiones hace que se sienta con mayor fuerza la soledad de una ciudad, es como si la mayoría de la gente llevara cubierto el semblante con una máscara oscura que no deja que se transparenten hacia el exterior las emociones ni los sentimientos.
Se pierde la cara cada vez que una persona sale a la calle y nadie mira con detenimiento su rostro.
La ciudad que obliga a tantas personas a compartir constantemente sus espacios también impulsa a la gente a elaborar maneras para mantenerse anónima, para protegerse: adoptar actitudes neutras y olvidar casi de inmediato las facciones de quienes se cruzan en su camino son algunas de ellas.
Pero aquellas que cubren sus rostros no pasan inadvertidas, es más, se vuelven cada día más interesantes. Será esa la razón de que en París ha aparecido la tendencia de llevar la burka como una muestra más de la moda.
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