La soledad de un viejo corredor (Medellín, Colombia)

Cuando una casa antigua se abre al público, después de que sus habitantes han desaparecido y de haber estado cerrada mucho tiempo, el visitante no deja de sentir que de alguna manera está irrumpiendo en los ámbitos de la vida privada y por eso no deja de preguntarse por la gente que la ocupaba, por sus usos, sus costumbres y sentimientos.
Es difícil no pensar en que se están repasando los pasos de quienes caminaban con ánimo seguro por esos lugares que uno explora con admiración o curiosidad.
Tal vez sienta cierta inquietud recorriendo su memoria como si tratara de encontrar en su propia vida una correspondencia con los que ya no están o quizá trate de imaginarse cómo pudo haber sido la vida de todos los días en aquel lugar, cuando la existencia de sus dueños estaba aposentada en todos los rincones.
Cuando esas casas se destinan a otros menesteres distintos a los de alojar una familia, cuando por sus corredores y estancias pasan infinidad de personas que no tienen una relación directa con sus espacios, es como si se contemplara en un museo el cuerpo embalsamado de un animal al que un taxidermista particularmente hábil le ha devuelto la apariencia que tenía cuando estaba vivo, pero que ha sido incapaz de restaurarle el hálito que lo animaba.
Es como si la soledad aislara esos lugares aunque los visitantes siempre estén presentes.

Comentarios

  1. Jaime Alberto Barrientos10 de mayo de 2010, 10:20

    De todas maneras la vida sigue ahí, escondida en cada rincón y en cada recuerdo.

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