Solía ser un jardín en un viejo claustro, silencioso y tranquilo, por donde los pocos que pasaban lo hacían sumidos en la contemplación.
Hoy, por los corredores que flanquean este lugar transitan diariamente cientos de personas y sin embargo la tranquilidad permanece, como si sus antiguos habitantes lo hubiesen impregnado con su silencio.
A pocos metros la ciudad se sume en el caos del ruido y del movimiento constantes de una urbe, sin embargo los sonidos no llegan hasta aquí.
Quizá el observador se predisponga de inmediato para la meditación al pasar cerca de este sitio, de la sabía combinación de verdes y grises y se olvide, aunque sea por un momento, de percibir aquello que perturbaría la meditación.
No se sabe si la gente que pasa es consciente del efecto sedante que este lugar ejerce sobre su ánimo. Lo que si debe suceder es que de alguna manera aquellos que pasan por aquí, deben irse con el espíritu algo menos cargado de tensiones.
Deberíamos tomarnos un tiempo y darnos unas vueltas por allí como lo hacían los presos en la película El Expreso de Media Noche para sacar de nuestros propios pensamientos nuestro verdadero yo interior.
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