Para
los que vivimos en esta ciudad esta es una imagen tan conocida que nunca nos asombra.
Las casas
y pequeños edificios que cubren las lomas alrededor del valle fueron
apareciendo lentamente y se tomaron esas superficies sin que apenas nos diéramos
cuenta; dándole a las montañas milenarias ese tono ocre tan característico del
adobe. Sin embargo todavía se ve, a lo lejos, el familiar perfil verde que
rodea esta depresión en medio de los Andes.
Y
es que lo cotidiano se vuelve tan familiar que tiende a desaparecer de nuestra mirada.
Pero para quienes vienen por primera vez a esta ciudad o para aquellos que la
visitan de vez en cuando, siempre será motivo de asombro contemplar un fenómeno
arquitectónico que a nosotros nos parece tan natural.
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