Cuadro a cuadro (Medellín, Colombia)

Una ventana cuadriculada secciona el panorama y es como si le dieran a uno la oportunidad de observar la realidad de afuera cuadro a cuadro; como si así se pudiera fijar la atención en sectores del exterior que de otra manera, invadirían la mirada dispersando la atención, haciendo casi imposible detenerse en los detalles.
Tal vez gracias a esta ventana, uno se puede dar cuenta del avance inexorable de la naturaleza. Es como si los árboles de esta plaza hubieran decidido empezar a moverse como esos otros de los bosques encantados que dan un paso cada cinco años, según me contó hace poco un niño, bien informado al parecer sobre el asunto.
A lo lejos, los edificios que se ven obstruyen tranquilamente el paisaje, pero tarde o temprano los árboles también llegaran hasta ellos.

Una jardinera... un símbolo (Medellín, Colombia)

El símbolo, tan conocido, de la cruz es el motivo de esta jardinera que parece haber sido diseñada para enfatizar únicamente la presencia del árbol, que aunque no se alcance a ver del todo ha marcado el paso del tiempo por este patio que en otra época perteneció a un seminario y que ahora es el lugar por donde pasan innumerables personas, ajenas a su presencia aunque se aprovechen de la sombra que genera.
Otro de esos lugares que tienen las ciudades de los que uno se aprovecha sin percibir siquiera como está diseñado ni que mensajes implícitos o explícitos transmite.

Siluetas de la ciudad (Medellín, Colombia)

A cualquier hora del día pueden verse, recortadas contra el cielo, las palmeras que abundan en esta ciudad. Aunque las imágenes más inspiradoras sean siempre esas donde las siluetas oscuras se recortan contra el azul profundo de los atardeceres.
A veces la luz eléctrica que se enciende antes de tiempo contribuye a crear un ambiente de película o de escenario y es posible que la imaginación eche mano de algún tópico árabe o isleño para evocar un ocaso fresco y misterioso.
No importa a que imagen sugestiva se remita el observador, las palmeras de la ciudad son una de esas características que han definido su perfil, sin que a nadie se le hay ocurrido hasta ahora enfatizar en ellas.

El valor de una ilusión (Medellín, Colombia)

Cuantas miradas ávidas se habrán fijado en estas urnas que contienen una serie de objetos que para los niños adquieren la categoría de deseable, al menos durante el momento en que se encuentran cerca de estas fuentes de ilusión.
Cuantas manos habrán girado con ansiedad la palanca que activará el misterioso mecanismo que deposite en sus manos uno de esos simples juguetes, que tal vez por encontrarse confinados detrás del vidrio generan en el observador una necesidad más intensa de poseerlo.
Y si por fin se sucumbe al deseo, siempre está presente en el ánimo de quien deposita la moneda la aprehensión de que el dinero sólo no basta, que de alguna manera hay que reforzarlo con una actitud mágica para que por fin la pequeña semiesfera aparezca en el lugar indicado. En su interior, alguna chuchería de plástico servirá para entretener durante un rato a quien se dejó llevar por la ansiedad posesiva.
Hasta la próxima vez.

Secretos de balcón (Medellín, Colombia)

A veces una mirada inquisitiva permite encontrar esos lugares que comúnmente están a cubierto de la curiosidad de la mayoría de la gente. Aunque casi siempre los ojos de los transeúntes se quedan en el limitado horizonte que los edificios y la gente les permiten y pocas veces se dirigen hacia las alturas.
En estos espacios que se proyectan al vacío se esconden pequeñas evidencias que dan cuenta en su cotidiana sencillez de la intimidad de las personas.
Es como si de alguna manera la vida íntima que se desarrolla en el interior de los apartamentos generaran, tarde o temprano, una especie de excrecencias que se van depositando lentamente en los balcones. En ocasiones es posible verlas desde la calle, pero casi siempre permanecen ocultas, como si la ciudad se avergonzara de esas pruebas anodinas de quienes a fin de cuentas, son tan reales como los que caminan por la calle, aunque uno nunca los vea.

El teatro de la calle (Medellín, Colombia)

No se sabe si uno está contemplando una escena de esas en la que los actores se intercalan con la gente común y corriente que habita los espacios de la calle o si es una de esas actuaciones aparentemente espontáneas donde unos actores intentan sorprender o entretener, aunque sea, a un público apático.
Aunque la realidad de esta ciudad es tan sui géneris que es posible que el acto principal esté a cargo de las dos niñas que miran con detenimiento toda la parafernalia que suele acompañar a quienes actúan en los parques.
Tal vez la verdadera obra esté siendo interpretada por todos nosotros, los que pasamos y por los que se quedan allí sentados, escenificando sus propias vidas en aquello que tantos escritores han llamado el teatro de la vida.
Quizá la desacompasada música de los intérpretes es apenas el abrebocas o el episodio introductorio para el evento principal que todavía no se ha escrito y para el cual el público no se ha congregado todavía.

Un canto a la piedra (Medellín, Colombia)

Casi siempre los jardines se caracterizan por la profusión de plantas y la aparición casual de alguna piedra o de un poco de arena para matizar la exuberancia de la naturaleza en la ciudad.
En este caso, sin embargo, el jardín aprovecha el impacto visual de las piedras y el granito para crear una hermosa imagen donde las escasas plantas son las que se encargan de poner el tono de contraste.

La libertad de la luz (Medellín, Colombia)

Madera, plástico y metal se confabulan para atrapar la luz, pero ésta se dispersa por el lugar y hasta juega con nuestras percepciones haciéndonos creer que esas superficies rectas y perfectamente organizadas se curvan con sutileza y forman figuras que ni los diseñadores ni los constructores se imaginaron.
Se trata de un techo que aunque en un principio estaba destinado a proteger el edificio que cubre parcialmente y a la gente que lo habita, se ha convertido, gracias a esos juegos que la luz instaura con los objetos, en una imagen intrigante que pocos miran pero que permanece ahí para descompensar en algo la estabilidad que lo cotidiano impone en las gentes de las ciudades.
Así es la luz, libre y como toda entidad libre se atreve a jugar con las normas y reglas que los otros deben seguir.

Una gardenia para ti (Medellín, Colombia)

Hay cosas que evocan siempre recuerdos queridos, felices o tristes, como los atardeceres o como las flores cuyo perfume puede traer a la mente situaciones de la propia historia que uno creía perdidas para siempre en el curso de la vida diaria.
Las gardenias son de esas flores de gran belleza que además tienen el poder de convocar a la memoria desde otros ámbitos de los sentidos. Se le viene a uno a la mente la famosa canción que le canta a un amor total y que atravesaba el aire en las tardes templadas y lánguidas de los viejos barrios de la ciudad, haciendo soñar a los románticos con una pasión devastadora.

El arte de las devociones (Medellín, Colombia)

Todos los elementos para la devoción estaban ahí: la Virgen con el niño, la rosa, la lámpara y hasta la espiga que una mano infantil debió poner en las manos de yeso a la imagen de la Virgen. Hasta la expresión escéptica de las imágenes que le recuerdan a uno esas representaciones medievales y bizantinas de los íconos religiosos de Europa y Constantinopla.
Sólo faltaba el detalle de las cejas y las pupilas que una mano desconocida pintó de un negro absoluto, creando un intenso alto contraste.
Con ese acto individualizó esta Virgen de los cientos de vírgenes que con el mismo rostro habrán salido de algún taller anónimo, donde las expresiones iniciales han ido cambiando lenta y sutilmente en el proceso de la repetición.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...