Rosa, rosa (Medellín, Colombia)

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Cada flor que se abre a la luz repite el milagro de la naturaleza. Sin más razón que la supervivencia, quizá lo único importante, las flores entregan sus colores y fragancias y de esa manera se ubican en el escenario de la vida como uno de los productos más bellos, además de inquietantes si es que uno quiere desvelar su arquitectura o la funcionalidad de sus formas y colores.
Cada vez que se abre un capullo, la rosa declara su libertad de abrirse sin explicaciones, ni siquiera se pregunta si es observada y admirada o si ha dejado atónito a alguien con su apariencia.
De todas maneras esta imagen lleva a repetir otra vez con el poeta: la rosa sin porqué, florece porque florece.

La carta (Medellín, Colombia)

Acaso existe un lugar mejor para leer una carta.
Las palabras, susurradas apenas, se dejan acompañar por el murmullo de las hojas al vibrar unas con otras sobre la cabeza de la lectora.
En este momento no existe otro mundo que el descrito por esa hoja de papel que, contrariamente a las costumbres de la época, no utiliza el espacio virtual para desplazarse.
Quizá una flor anaranjada cae con estrépito cerca de ella y apenas logra que levante la mirada.
¿De donde podrá venir esa carta y de qué medios se habrá valido para llegar hasta las manos de esta muchacha, que absorta se sumerge en algún pueblo, o ciudad o incluso algún país lejano, tan exótico para nosotros como podría ser esta imagen para algún habitante de las antípodas? Sólo ella lo sabe, y es mejor que nunca lo averigüemos, así nos podemos entregar a cualquier tipo de elucubraciones, todas posibles.

Tonos de feria (Medellín, Colombia)

Por estos días, cuando la gente se prepara para intervenir en la feria de las flores, los tonos de la naturaleza se perciben más intensos, como si la mirada de muchos de los habitantes de esta ciudad adquiriera una sensibilidad especial para descubrir nuevas formas y tonalidades en las flores que nos rodean durante todo el año.
A veces son las especies nativas que se han visto en la ciudad desde que la gente tiene memoria y a veces son esas flores de color y forma exótica que apenas hace algunos años empezaron a dejar los bosques y las selvas del país, para invadir los jardines citadinos.
De cualquier manera, esta pasión por las flores hace de esta ciudad un lugar digno de verse y de visitarse, por supuesto.

El patio de los pájaros (Medellín, Colombia)

Hay en las ciudades lugares públicos que pasan desapercibidos al observador, tal vez porque no encuentra en ellos una gran escultura o acaso una fuente que refresque la mirada.
Sin embargo, allí suceden constantemente encuentros que parecen de gran importancia para sus protagonistas, aquellos que estiman en lo que vale un sitio donde los árboles, las plantas y las construcciones humanas se combinan para formar el escenario más propicio.
No sabe uno a que juegos o tramas de la vida se entregan estas criaturas pequeñas y nerviosas, pero siguen sucediendo, independientemente de que nos demos cuenta o no.

Zona de calma (Medellín, Colombia)

En esta ciudad hay seres a los que se les ha encargado la tarea de refrescar el ambiente. Casi siempre son árboles como éste, que florece en abundancia con el fin explícito de crear una zona de calma, en un lugar donde todo tipo de vehículos se apiñan cada tanto cuando el semáforo se pone en rojo, para precipitarse después cuando cambia a verde.
Todos aquellos que pasan por allí ignoran la gran valla que les anuncia en letras blancas sobre fondo verde que sobre sus cabezas es posible entrar, así sea nada más con la mirada y durante treinta segundos, en un lugar calmado como esos descritos por aquellos que hablan de meditación. Quién sabe, es posible que en esos cuantos segundos uno pueda pasar a otra dimensión de la realidad y abstraerse de la urgencia que le inocula el tráfico desesperado de una ciudad.

Perdidos en el paraíso (Medellín, Colombia)

Por entre la ramazón de unos árboles se dejan ver unas figuras de bronce que se esconden o aparecen a su antojo, dependiendo del interés con que el ojo del observador se pose en ellas.
A veces se convierten en imágenes de recuerdo para las cámaras de los turistas. Pero en otras ocasiones se integran tan bien con la vegetación que hasta quienes las ven todos los días se imaginan que están en otro lugar.
Como este Adán que se mantiene estático mientras la naturaleza parece crecer a su alrededor, y el ruido de la gente que visita la pequeña plaza calca los sonidos de la selva con gritos como las llamadas de los pájaros y hasta con rugidos que en nada difieren de los que lanzan al viento los leones o los tigres en la espesura.

Los colores de la bandera (Medellín, Colombia)

Las banderas (la de Colombia y la de Antioquia) a las que el viento se ha negado por el momento a agitar y desplegar, añaden sin embargo el color que le falta a la arquitectura futurista de este edificio.
Concreto y acero se combinan para darle ese aspecto de lugar perdido en el futuro, pero cuando la atención se centra en los colores el observador vuelve al presente.
Para muchas personas las banderas tienen una gran carga de emotividad, son la declaración explícita de la pertenencia a un lugar determinado de la tierra.
Por eso, además del contraste evidente entre la frialdad de las superficies que rodean estos símbolos, resalta con fuerza la referencia a la patria que en mayor o menor medida mueve a cada ser humano.

Simplicidad (Medellín, Colombia)

Una mínima silueta rompe con el regular perfil de los listones que cubren esta fachada. Un hecho que se repite constantemente en los distintos espacios citadinos.
Es como si en las ciudades los pájaros y aves de todo tipo tuvieran el propósito de enriquecer con su presencia las arquitecturas antiguas o modernas que las conforman.
Siempre están ellas quebrando las formas rectas que invaden el diseño actual o continuando las sinuosidades de la línea que el diseño antiguo utilizaba.
De todas maneras la fauna siempre añade ese toque de vitalidad a tantos ángulos y superficies que de otra manera se verían como áreas desprovistas de vida e interés.
Una simple tórtola cambia el aspecto de todo un edificio.

La seducción del plástico (Medellín, Colombia)

Apilados al azar un montón de símbolos de la cultura pop infantil cuelgan en un desorden escandaloso llamando la atención, interesada o no, de quienes pasan por allí.
En una ciudad que históricamente se ha dedicado al comercio, a nadie le extraña encontrarse con este tipo de ventas callejeras donde la profusión de colores hace las veces de estrategia publicitaria. Con sus matices artificiales estos objetos compiten en este parque con la naturaleza que, aunque no lo parezca, contribuye con su aparente aspecto monocromático a resaltar el variopinto colorido del plástico.

El color de la ciudad (Medellín, Colombia)

Apareció de nuevo el sol bañando la ciudad y los colores que, durante la temporada de lluvias habían permanecido en una como hibernación, se revitalizan y devuelven la luz transformada en el colorido al que estamos acostumbrados los habitantes de la Bella Villa, desde sus comienzos hace más de trescientos años.
Al parecer siempre ha sido la vocación de esta ciudad entregarse apasionadamente a todas las gamas de la naturaleza que para fortuna nuestra se presenta profusamente en calles, balcones, parques y en cuanto lugar se pueda sembrar una planta.
Hasta se olvida el calor sofocante que arropa la ciudad cuando “Jaramillo” brilla en el cielo sin obstáculos y a través de una atmósfera tan transparente que le hace a uno figurarse cómo pudo ser en esas épocas donde bosques y marjales cubrían gran parte de lo que es ahora la gran urbe.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...