En uno de esos jardines públicos de la ciudad unas pencas repiten sus formas hasta el infinito según parece y su bien organizada presentación evoca un desfile.
Uno cree que de pronto va a comenzar la música que escribió Paul Dukas para el aprendiz de brujo, dándoles la entrada para la marcha. Como si de pronto la naturaleza, sin mediar ceremonias, les diera permiso a estas plantas para llevar a cabo un recorrido hacia ninguna parte, que es hacia donde se dirigen en un principio quienes nunca han caminado.
Lo harían siempre en la misma dirección como esos bancos de peces que muestran en los documentales marinos, girando con coordinación extrema ante cualquier obstáculo o debido a alguna razón imperceptible para nosotros, simples seres humanos de sentidos atrofiados por la manía de pensar.
En realidad estas pencas que nunca se han desplazado del lugar donde fueron plantadas y no han pensado hacerlo, al menos en el inmediato futuro, lo único que mueven es la imaginación de algún observador desocupado.
Aunque... pensándolo bien quién nos puede asegurar que no lo han hecho de una manera tan sutil o en momentos tan desusados que no hay testigos que las delaten. Nadie sabe… nadie sabe…
A lo mejor se dieron cita allí ellas mismas y están a la espera de la orden de una penca sábila, su líder.
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