Una hermosa fachada, construida en la época en
que este sector de la ciudad era habitado por esas familias numerosas, tan características
de esta zona del país, da paso, en la actualidad, a una serie de edificios donde
ni la estética ni la comodidad tienen cabida. Son sólo una sumatoria de salones
dedicados a albergar estudiantes durante todo el día y parte de la noche. Es como
si ningún arquitecto se hubiera tomado la tarea de distribuir el espacio
interior que la vista de esta construcción promete.
Parece como si se hubiese querido, de alguna
manera, negar las horas que debió pasar sobre la mesa de dibujo el creador del
edificio original para lograr una edificación sobria y elegante.
La delicada factura de los maestros albañiles
que todavía se puede apreciar incluso en el revoque de las paredes exteriores y
en la calidad de los arcos de puertas y ventanas brilla por su ausencia, una
vez que el visitante interesado franquea los portones de este lugar.
Pero al menos hay que agradecer a quienes tomaron
la decisión de no demoler esta muestra de lo que fuera en otros tiempos la cara
de la ciudad y mantener de cierta forma el ambiente que reina en los alrededores
de la Plazuela San Ignacio.
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