Si
uno fuera a definir El centro de la ciudad debería apelar a los términos de la
pintura, pues este lugar está marcado por el colorido. Desde los tonos artificiales
de las ropas y de los carteles publicitarios hasta los colores de las frutas.
Pero
en este lugar es tal la aglomeración de gente y de objetos que la primera
palabra que se viene a la mente es estridencia, tal vez por ser la más pertinente
a la hora de describir este lugar, pues alude no sólo a la cantidad de ruidos
sino también a esa mezcolanza de colores que ataca la vista si se le mira con atención.
Quizá a este centro no
se le pueda comparar con las calles hacinadas de Mombay o con los mercados
flotantes de algunos países de la vieja Indochina, pero para nosotros que la
padecemos esta disonancia visual y auditiva es lo suficientemente amenazadora como para considerarla estridente.
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