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El flautista del pesebre (Medellín, Colombia)

Entre los caracteres que aparecen en los pesebres uno puede encontrarse al flautista, que puede ser un pastor encantador de ovejas.
Aquí se le ve saliendo de su casa para dirigirse al aprisco donde tiene sus ovejas y llevarlas a pastar o tal vez ensayando alguna de esas melodías nostálgicas que producen las flautas y que acompañan su tarea solitaria mientras contempla el campo que se abre a sus pies.
Una escena bucólica reproducida con gran detalle, mientras el suceso que ha marcado gran parte de la historia de la humanidad está a punto de producirse de nuevo.

Torres fuera de tiempo (Medellín, Colombia)

Una chimenea que nos remite a una novela de Charles Dickens combina perfectamente con una torre de iglesia que parece sacada de una novela de Víctor Hugo; y las dos parecen fuera de tiempo si se comparan con las modernas torres de apartamentos que se ven a lo lejos.
Es que en esta ciudad se ajustan lo antiguo y lo moderno sin solución de continuidad. Tal vez el único elemento común sea el de las montañas que siempre aparecen en el paisaje.
A unas imágenes del siglo XVIII le sirven de fondo otras de esta época como una película anacrónica donde hasta los vidrios de las ventanas engañan al ojo, haciéndole creer que copian, nítidamente, la torre de la iglesia, cuando en realidad lo único que hacen es dejar ver parte de las dos torres posteriores de la iglesia a través del reflejo en su superficie de unos edificios.

Sin aspavientos (Medellín, Colombia)

Así como florece la violeta, calladamente y sin aspavientos, hemos ido posicionando este blog donde se han publicado las fotografías que reflejan la realidad de la ciudad que habitamos.
Desde la gran arquitectura, hasta las pequeñas escenas de la naturaleza que se abren paso por entre el paisaje urbano de la ciudad, hemos dado cuenta de nuestra particular visión de este lugar que es nuestro espacio.
Que la belleza de la violeta nos acompañe y nos apoye en la búsqueda de las imágenes que hacen de esta ciudad un lugar tan sui géneris en el planeta.

Un aire de otro tiempo (Medellín, Colombia)

Esa arquitectura sencilla donde los detalles art decó servían para realzar la economía de líneas de la fachada, se plasmó durante muchos años en los edificios de esta ciudad, incluso en edificaciones que fueron construidas mucho tiempo después de haber pasado el momento de aquel estilo que influyó a tantos artistas, artesanos y arquitectos. Al parecer su influencia en esta ciudad fue mucho más fuerte que en otras ciudades.
Lugares como este contribuyen a darle a ciertos rincones un aire de otra época. Si no fuera por el evidente deterioro, uno podría creer que ha retrocedido en el tiempo y que a ese balcón se asomará un señor de chaleco, mirando su reloj de bolsillo, para calcular si ya es la hora de la caminada diaria hasta la iglesia de la Candelaria o hasta el Astor para tomar el algo.

Historia viva (Medellín, Colombia)

Así como la vida junta los destinos de las personas y les hace pasar por experiencias semejantes, de la misma manera hay lugares que comparten una historia similar.
Estas edificaciones que se han vuelto emblemáticas para el sector administrativo de La Alpujarra, fueron construidas en la misma época y juntas vivieron el esplendor de los edificios nuevos, juntos vieron también como sus destinos se dirigían inexorablemente hacia el deterioro y el abandono.
Sin embargo a causa de un cambio en la manera de asumir la historia de la ciudad fueron rescatados. Ahora juntos, han vuelto a ser las dos hermosas construcciones que durante la primera mitad del siglo fueron un hito de gran importancia en la arquitectura de la ciudad.

El sueño del papiro (Medellín, Colombia)

Para conquistar el resto del mundo qué antiguas rutas habrá seguido la caravana donde viajaron en grandes o pequeñas ánforas, tal vez a escondidas, las semillas del papiro que desde siempre ha crecido a orillas del famoso río egipcio.
Seguramente la primera ruta que siguieron las semillas, partía de Egipto hacia Grecia desafiando los peligros marítimos que al parecer asolaban el Mediterráneo en la época de los trirremes, y de allí lentamente durante siglos al resto de la cálida Europa, o sea la del sur.
Debe ser una de esas historias que nadie conoce, saber cómo esta planta dio el salto sobre el Atlántico, para de pronto encontrarse en este valle constreñido por montañas que en nada se parece al valle del Nilo donde el horizonte sólo se ve interrumpido por las construcciones humanas.
En este valle esas plantas herederas de las que crecieron y se mecieron bañadas por la corriente lenta del Nilo, se dejan acariciar por otro sol, pero tal vez soñarán con el sonido adormecedor de las aguas que se desplazan perezosamente o a los tropezones en otro lugar del planeta, en otro tiempo de la historia.

Parque Berrío (Medellín, Colombia)

En el sitio más emblemático de la ciudad, el hombre que le da nombre al lugar observa el desfile la historia. Dándole la espalda al viejo edificio de la Bolsa, Pedro Justo Berrío atestigua el paso del tiempo y los cambios radicales que ha sufrido la pequeña Villa que él conoció.
Los árboles, escasos, ya no son los mismos; la gente ha variado bastante sus costumbres, aunque en realidad la humanidad cambia poco, sólo se altera su apariencia.
Las mismas pasiones que movían a la gente hace más de cien años, deben seguir impulsando las acciones de sus descendientes.

La libertad de la luz (Medellín, Colombia)

Madera, plástico y metal se confabulan para atrapar la luz, pero ésta se dispersa por el lugar y hasta juega con nuestras percepciones haciéndonos creer que esas superficies rectas y perfectamente organizadas se curvan con sutileza y forman figuras que ni los diseñadores ni los constructores se imaginaron.
Se trata de un techo que aunque en un principio estaba destinado a proteger el edificio que cubre parcialmente y a la gente que lo habita, se ha convertido, gracias a esos juegos que la luz instaura con los objetos, en una imagen intrigante que pocos miran pero que permanece ahí para descompensar en algo la estabilidad que lo cotidiano impone en las gentes de las ciudades.
Así es la luz, libre y como toda entidad libre se atreve a jugar con las normas y reglas que los otros deben seguir.

Primer plano (Medellín, Colombia)

Desde determinados ángulos hasta los edificios que quedan más cerca al observador se desenfocan a la vista del Centro donde campea, como siempre, el Edificio Coltejer; referencia obligada para aquellos que caminan por entre este grupo de edificaciones destejiendo su historia o también, porque no, para aquellos que apenas empiezan a escribir con cada paso su sistema particular de memorias.
Esos edificios de oficinas y de apartamentos construidos por allá a mediados del siglo pasado y que se apiñaron en un espacio reducido, marcaron la arquitectura de la época, dándole a esta ciudad una imagen moderna y sui géneris aunque sus habitantes todavía se desplazaran a una velocidad más acorde con el reciente pasado campesino.
Hoy, las nuevas construcciones que crecieron de un día para otro, en los últimos diez años, parecen cortinas que quisieran cerrarse sobre el horizonte intentando borrar la imagen de esos viejos edificios, pero El Centro, desde donde se le mire, siempre se roba el primer plano.

Torres en la vieja ciudad (Medellín, Colombia)

Cualquiera podría confundirse con este cielo despejado de edificios, aunque gris y cargado de nubes; pensar tal vez que esta fotografía fue tomada en uno de esos pueblos antioqueños donde todavía las torres de las iglesias dominan el panorama urbano. O dejarse llevar por la imaginación y creer que se ha asomado a una ventana para ver los techos de Praga, Budapest o porque no del París clásico que se ve en las películas.
Pero no, es uno de esos ángulos que tiene esta ciudad y que le permiten al observador recrear la vista que debieron tener los habitantes de la época, cuando los edificios apenas si sobrepasaban la altura de los templos y la arquitectura estaba concebida a una escala más acorde con la estatura de la gente.
Vistas como esta son escasas, a diferencia de otras muchas ciudades ésta no tiene un sector antiguo propiamente dicho, apenas algunas cuadras seguidas donde predominan las casas viejas. Es como si de manera consciente sus habitantes hubieran decidido que lo antiguo y lo moderno debían convivir lado a lado, mientras se deciden a acabar con lo viejo en aras de unas conveniencias arquitectónicas o urbanísticas poco claras.
Mientras tanto, es posible encontrarse con imágenes así que parecen sacadas del cine o de los antiguos álbumes de fotografías.

Ya no hay vacantes (Medellín, Colombia)

A cuántos viajeros se les vendrá el mundo encima al llegar frente a este hotel y encontrarse con la infausta noticia de que ha cerrado. Esa casa que recibió a quienes decidieron aventurarse por estos parajes, por esta ciudad que para los turistas tiene el encanto de los lugares que no entregan sus secretos fácilmente, ha dejado de abrir sus puertas a los desconocidos.
Cuántos de esos andariegos supieron que este hotel fue en realidad una casa, donde alguna familia vivió la existencia lánguida de una pequeña ciudad latinoamericana en los cuarenta o los cincuenta y que despertó perezosamente en la década de los sesenta para desaparecer de este barrio en los ochenta y alejarse del bullicio y el desorden, que luchan por asentarse definitivamente en las urbes modernas.
Cuántos de esos viajeros se dejaron ganar por la curiosidad y averiguaron, tal vez, que los herederos de aquellas gentes fueron incapaces de sostener el tren de vida que exigía una casa como ésta, una de esas casas cuya arquitectura moldea hasta el carácter noble de sus habitantes.
Sin embargo, cuando se convirtió en hotel, algo de la antigua prosapia permaneció en los interiores redecorados con timidez para evocar un cierto esplendor de familia vieja.
Pero ahora el futuro es incierto, acaso las oficinas gubernamentales que se encargan de mantener las apariencias, hasta determinado punto, obliguen a los que manejarán su futuro a devolverle a la fachada su primera belleza. Pero, queda la duda, de si en su interior los destrozos ya sean irreversibles.
Mientras fue hotel estuvo a salvo del deterioro o de la demolición, ahora la esperanza es que aloje a una de esas empresas donde las oficinas se dividen con grandes paneles de cartón o de materiales indeterminados, pero que al fin y al cabo respetan ese aspecto de edificación antigua en las viejas casas que ocupan.
Claro que no deja de preocupar que mientras es más la gente que llega a la ciudad, buscando ese no se qué que en mayor o menor medida todos le encontramos, desaparezcan los viejos hoteles.

Junín (Medellín, Colombia)

A la sombra de las palmeras y del edificio Coltejer la gente se pasea por Junín.
No importa de dónde vengan o cuánto tiempo lleven viviendo aquí, tarde o temprano “todo el mundo” llega a Junín para caminar por estas tres cuadras de restaurantes y almacenes, que hacen parte de uno de los recorridos más tradicionales en esta ciudad.
A veces, para quienes vivimos aquí, este recorrido se vuelve tan cotidiano que las vitrinas y los edificios y hasta la gente dejan de mirarse con el asombro de la primera vez, pero siempre, aunque uno pase por allí muchas veces, la magia de esta calle emblemática permanece. Es como si durante las muchas décadas que la gente ha caminado por allí, hubiese impregnado esta calle de esa magia que tienen los lugares donde las personas de todas partes sienten que algo de ellas se les queda o como si inconscientemente dejaran algo de si a propósito para tener la disculpa de volver.
Junín es uno de esos sitios que tienen todas las ciudades donde nadie se siente ajeno a la tierra que pisa, uno de esos lugares que aunque resulten extraños o exóticos para algunos, no dejan de hacer sentir a los visitantes que, de alguna manera, también les pertenece.

La tapia se desmorona... (Medellín, Colombia)

El breve techo que cubrió esta tapia ha desaparecido hace mucho y a pesar de ello la humedad y las lluvias apenas han comenzado a socavarla.
Del blanco de la cal que pudo cubrirla en otro tiempo no queda ningún vestigio, como no debe quedar ninguna huella de quienes la construyeron o de quienes habitaron en el interior.
Los árboles que otrora dieron sombra al patio se han adueñado ya de los espacios y aunque la mano del hombre ha tratado de aliviar la presión de los árboles con tajos certeros aquí y allá, por ahora la naturaleza no cede en su empeño de recuperación.
Como siempre el trabajo de desmoronamiento casi imperceptible se le deja a los líquenes y a las enredaderas que son los de apariencia menos conspicua, después vendrán los grandes helechos, los arbustos y por último las raíces de los grandes árboles que se encargarán de que este muro vuelva a formar parte definitiva de la tierra.

El silencio del ferrocarril (Medellín, Colombia)

En los libros de historia, que describen los ires y venires de este mundo paisa, están consignados los nombres y las aventuras de aquellos que trazaron el que fue uno de los logros más importantes de esta tierra a finales del siglo XIX y principios del XX: el Ferrocarril de Antioquia.
Lo que no nos describen, es cómo se cancelaban los sonidos del bosque al paso traqueteante del tren. Cómo volaban en silencio los pájaros y dejaba de oírse la hojarasca mientras un hombre permanecería inmóvil, entre los árboles, observando fijamente las ventanas, tal vez con la esperanza de ver un rostro conocido.
Aunque desapareció hace tiempo todavía es posible ver, en esta ciudad, algunos vagones dedicados a menesteres tan peregrinos como una cafetería anclada al borde del follaje casi domestico de un jardín botánico.
Y a pesar de todo es posible rememorar, aunque sea con esfuerzo, lo que pudo haber sentido ese hombre que veía pasar por entre la vegetación la figura estruendosa y puntual del tren.
Lo que si no podemos revivir es su canto brusco, pues este vagón, como el ferrocarril, ha enmudecido para siempre.

En las noches (Medellín, Colombia)

En las noches llenas de destellos y de sombras esta casa se entrega a los recuerdos.
Se evade así del presente que se le ha deparado: ser un objeto de gran belleza que a duras penas consigue evocar con su aspecto remozado los tiempos en los que fue un lugar donde vivía gente.
Cuando en esta casa se oían las risas, los llantos o los suspiros con los que la vida matiza la existencia de las personas, la luz no brillaba con tanta intensidad y los corredores y el jardín se llenaban en las noches de muchas más sombras que ahora.
Tal vez la luz dorada de las lámparas le diera a esta fachada un aspecto de postal amarillenta, de esas que se guardan durante mucho tiempo en los baúles bajo llave para que el tiempo no se robe las memorias o para que no se gasten demasiado si se rememoran con demasiada frecuencia.
Ahora le es fácil acceder a esta casa a todo aquel que quiera visitarla. Infortunadamente, sucede con ella como sucede con esos lugares llenos de historia que a pesar de mantener un aspecto tan poco deteriorado, le es difícil al observador revivir el ambiente que los verdaderos habitantes crearon y respiraron en ellos.

Carabobo (Medellín, Colombia)

Atraviesa la ciudad de norte a sur y es uno de los lugares más paradójicos de El Centro. En ella es posible encontrar edificaciones historiadas y rejuvenecidas por las manos de los restauradores junto a otras a las que se ha dejado solas para que el tiempo o el abuso de cuenta de ellas.
Pero no sólo edificios llenos de historias se encuentran en esta calle, también es posible ver esas nuevas construcciones donde las paredes de vidrio reemplazaron al ladrillo para que el que pase pueda ver las mercancías expuestas y al alcance de su deseo; tantas que la profusión de almacenes donde se encuentran empalaga la vista de los transeúntes y embota el gusto de comprar.
Carabobo en la mañana es una calle casi tranquila, aunque desde temprano se vean los indicios de lo que será una tarde llena de paseantes, curiosos, compradores y buhoneros de todo tipo de géneros.
Es quizá el reflejo de lo que es la ciudad en su totalidad, un conglomerado de edificios nuevos, viejos y antiguos que lado a lado contribuyen a dar un toque caótico a la cotidianidad de sus habitantes.

La calma del hotel Nutibara (Medellín, Colombia)

Bajo un sol del más puro verano uno de los clásicos edificios de la ciudad, desde la década de los cuarenta, yergue su fachada en el centro de la ciudad. Aunque no siempre el cielo está tan despejado el granito gris de este edificio se destaca siempre. Tal vez por que su arquitectura de líneas claras y definidas ennoblece, junto con las otras construcciones de la plaza, el sector donde se encuentra.
O tal vez porque de una manera discreta esta edificación apunta a un pasado relativamente remoto donde las maneras y formas de vivir de la ciudad eran, con mucho, más mesuradas que las de ahora y por lo tanto su aspecto cataliza el movimiento farragoso de la gente que camina a su alrededor todos los días.

Un lugar para el tesoro (Medellín, Colombia)

Si la vegetación algún día decidiera recuperar todo el terreno que ha perdido frente al prurito humano de construir, tal vez uno de esos edificios que se han cuidado con tanto celo en esta ciudad, podría verse así a través de los claros que dejarían las hojas.
Sería como la escena de una de esas películas donde el náufrago o cualquier viajero después de interminables jornadas de vagar sin rumbo, descubre al fin un vestigio de civilización.
Uno de esos parajes remotos y exóticos, descritos en las viejas novelas de aventuras, donde se encuentra el tesoro por tanto tiempo perseguido, o al menos el lugar donde se halla la pista definitiva para localizarlo.
Realmente nunca se sabe donde están las sorpresas para quienes van por la vida en busca de emociones, así jamás se muevan de la propia ciudad. Quizá uno de esos aventureros descubra en este lugar un tesoro o la pista para descubrirlo, que nadie más ha sido capaz de ver, antes de que la naturaleza comience su verdadera labor de reconquista.

Una torre para la imaginación (Medellín, Colombia)

Esta torre tan conocida para los que caminan por la plazuela San Ignacio se ve diferente desde uno de los patios del paraninfo de la Universidad de Antioquia. Adquiere el aire de esos edificios vetustos, pero bien conservados, que se ven en las ciudades milenarias del viejo continente. No en vano los constructores y arquitectos de la vieja ciudad bebían en los veneros del arte y la arquitectura de Europa.
Esta ha sido la imagen que las incontables generaciones de estudiantes que pasaron por este claustro, emblema del Alma Mater, vieron cuando levantaban la mirada al cielo, sorprendidos tal vez de adivinar detrás de los vidrios de las ventanas de esta torre algún personaje de Dickens, de Flaubert o porqué no del criollo Carrasquilla.

Encontrémonos en Medellín (Medellín, Colombia)

Imágenes similares a ésta debieron ser las postales que los visitantes de la ciudad hace medio siglo mandaban a sus amistades por correo aéreo. Todos queriendo volver y deseando que las demás personas vivieran la experiencia de pasar un tiempo en la Bella Villa.
Por estos días, en los que tanta gente estuvo caminando por sus calles, recorriendo los lugares de mayor interés y compartiendo con los habitantes su aire distinto y cálido, es muy posible que la frase de la estampilla se haya repetido hasta la saciedad como una consigna.
En ese tiempo de mediados del siglo pasado la imagen de una silleta representaba una de las atracciones más importantes de una ciudad que desde hacía mucho se había asomado a la modernidad pero que era casi desconocida para el resto del mundo.
Hoy tiene un lugar entre las grandes ciudades de América Latina y ya no son solamente los silleteros y las flores los que podrían representarla.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...