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Coartada para el reciclaje (Medellín, Colombia)

Verdaderamente hay algo en esta ciudad que impulsa a sus habitantes a sembrar plantas en cualquier lugar, así sea en canecas de plástico como éstas que debieron contener en sus orígenes los elementos más tóxicos y que ahora, gracias a la iniciativa de algún jardinero amateur albergan unas cuantas plantas.
En realidad todavía no son las más frondosas (les falta mucho para aclimatarse del todo), pero esta propuesta para contrarrestar la imagen árida de algunos rincones urbanos tiene su validez.
Le recuerdan a uno esos patios donde todavía la gente siembra matas en vasijas de todo tipo, desde las tazas de loza o de peltre rotas hasta ollas que de tanto haber sido repasadas por la esponja de brillo lucen orgullosas sendos agujeros.
En este edificio donde el barro cocido campea, hacía falta un poco de verde, así sea que intente medrar en jardineras poco convencionales.

Púrpura espesura (Medellín, Colombia)

Será que a todas las ciudades les sucede lo que le pasa a esta urbe donde es posible encontrar los paisajes más inusuales, tanto que en ocasiones le hacen creer a la gente que está en otro sitio, o al menos le hacen evocar esos lugares de los que hablan las novelas o los cuentos o esos que se ven en las películas y que remiten a mundos diferentes o a países tan remotos que es difícil poder viajar hasta ellos.
Es el caso de estas plantas: al verlas uno piensa en esos bosques de árboles gigantes, de colores o de formas extrañas, por donde héroes de todas las épocas han trasegado en busca de tesoros o con la finalidad de rescatar algún cautivo.
En esta ciudad, donde las plantas y las flores han sentado sus reales disputando al cemento y al asfalto el dominio del territorio aparecen, en las avenidas o en los parques, plantas de colores tan extraños que parecen desafiar al ojo del observador e impulsarlo, sin que este se dé cuenta, a imaginar que cruza por un lugar inexplorado.

La tapia se desmorona... (Medellín, Colombia)

El breve techo que cubrió esta tapia ha desaparecido hace mucho y a pesar de ello la humedad y las lluvias apenas han comenzado a socavarla.
Del blanco de la cal que pudo cubrirla en otro tiempo no queda ningún vestigio, como no debe quedar ninguna huella de quienes la construyeron o de quienes habitaron en el interior.
Los árboles que otrora dieron sombra al patio se han adueñado ya de los espacios y aunque la mano del hombre ha tratado de aliviar la presión de los árboles con tajos certeros aquí y allá, por ahora la naturaleza no cede en su empeño de recuperación.
Como siempre el trabajo de desmoronamiento casi imperceptible se le deja a los líquenes y a las enredaderas que son los de apariencia menos conspicua, después vendrán los grandes helechos, los arbustos y por último las raíces de los grandes árboles que se encargarán de que este muro vuelva a formar parte definitiva de la tierra.

De fábulas y tafetanes (Medellín, Colombia)

Algunas de las texturas, que de pronto se pueden ver en esos espacios estrechos que la naturaleza ha sido capaz de robarle al cemento y al concreto en esta ciudad, recuerdan esas pinturas del renacimiento donde las telas pesadas y oscuras de los ropajes principescos daban una impresión de mesura, como los retratos de Felipe II y la corte española famosa por su sobriedad extrema o los atuendos de algunos personajes de las escuelas flamencas de la pintura.
Sorprende ver aparecer frente a la mirada desprevenida estas superficies que invitan a la mano a deslizarse por ellas, sintiendo antes de posarse la sensación delicada del terciopelo más fino o del tafetán legendario fabricado en todas aquellas ciudades milenarias de la antigua ruta de la seda.
Para quienes nos imaginamos aquellos tejidos fabulosos que describían con tanto detalle en los cuentos de las mil y una noches, es una tentación acariciar estas hojas y viajar mediante las sensaciones a los países que la literatura nos descubrió y a donde nos sigue transportando.
Como si la naturaleza sirviera de puente entre las diversas culturas y momentos de la historia, de la fantasía y del arte.

Barco pirata con helechos (Medellín, Colombia)

Hoy me sorprendí al ver un barco pirata que lentamente ha empezado a ser invadido por los helechos.
Tal vez por eso los barcos de piratas jamás deben detenerse, pensé. Les salen plantas en los costados o cosas tan terribles que uno no se atreve siquiera a nombrar por temor a que se conviertan en realidad.
Será que los felices piratas que se ven sobre la cubierta no se han dado cuenta de lo que le está pasando a su barco o tal vez su alegría se deba al hecho de que ya lo saben y han decidido partir: arrojarse a la quebrada que pasa por allí, desembocar al río Medellín y después a cualquier río más grande hasta llegar al Magdalena o al Cauca y por fin al mar, de donde no debieron haber salido nunca.
Buscaban quizá una vida más tranquila. Pero las vidas tranquilas no garantizan que uno esté a salvo de que le salgan helechos u otra de esas plantas que se aprovechan de los sedentarios.

La invasión silenciosa (Medellín, Colombia)

Calladamente y a una velocidad imperceptible la naturaleza incansable trata de recuperar el terreno que ha perdido frente al avance humano.
Las casas y las construcciones abandonadas dan cuenta de este proceso. Pero a veces ni siquiera se trata de edificios abandonados los que son presa de esta compulsión por adueñarse de nuevo de aquello arrebatado por el hombre a las demás especies del planeta.
Una enredadera en cuestión de días es capaz de apoderarse de toda una fachada. Desafortunadamente el hombre siempre vigila y muy seguramente esta planta desaparecerá antes de que pueda esconder la transparencia del vidrio entre sus ramajes.
Los insectos no podrán usar este tallo que se estira flexible aferrándose a cualquier resquicio. Los pájaros tampoco podrán hacer sus nidos en esta planta. De un momento a otro la mano del jardinero se encargará de frustrar otro intento de apoderarse de este balcón.
Aunque las plantas nunca cejarán en su intento y volverán a aferrarse lentamente a cualquier grieta o espacio para adueñarse al fin de la Tierra.

Bromelias (Medellín, Colombia)

Una combinación de formas engañan al ojo momentáneamente, haciéndole creer que la realidad que se le presenta no es tal y que la imagen corresponde al paisaje subacuatico de un arrecife.
Los colores y texturas de hojas y flores se parecen a esas superficies ásperas, espinosas, de tantos animales que pueblan los arrecifes coralinos. Pero en esta imagen no hay nada que tenga relación con los mares, por el contrario, son plantas que originariamente se aferraban a los troncos de los árboles para estar más cerca, tal vez, de la luz que se filtra con dificultad por entre la vegetación espesa del bosque.
Desarraigadas de sus lugares de origen, estas plantas fueron obligadas a abandonar los ambientes húmedos y poblados de animales grandes y diminutos, para adornar en la ciudad los espacios antisépticos de oficinas y consultorios, dejando huérfanos de belleza y colorido a los árboles que les servían de apoyo.
Su apariencia las ha destinado a permanecer aisladas de sus congéneres hasta que las costumbres cambien y la gente decida que sus lugares de trabajo necesitan otro tipo de decoración, donde las plantas vivas quizá ya no tengan cabida.

La cinta verde (Medellín, Colombia)

No sólo a las flores se les ha encomendado la tarea de adornar los jardines, los balcones y los parques de la ciudad, también se encuentra esa profusión de plantas ornamentales que resaltan, con la belleza de sus diseños y la gama infinita de sus verdes, el color de las flores.
Son plantas que han sido traídas de muchas latitudes, pero sobre todo plantas que aunque desarraigadas de los bosques húmedos o de los páramos que todavía se encuentran en Colombia se aclimatan a las inclemencias a que una ciudad como ésta las somete. Algunas lo hacen con dificultad otras sin mayores traumatismos para competir por un espacio en los terrenos que, afortunadamente en esta ciudad no son pocos, se dedican a la naturaleza.

Exuberancia (Medellín, Colombia)

En estas latitudes las plantas crecen con tal rapidez y de una manera tan excesiva, que no es descabellado pensar que están planeando tomarse la tierra de nuevo, arrebatándosela sin aspavientos a sus depredadores.

La Madremonte (Medellín, Colombia)

Semioculta entre los helechos la Madremonte sueña con la hojarasca desmenuzándose a su paso y con el olor de la tierra que se descompone. Permanece estática al sol en un jardín botánico como una rareza más entre las que allí se conservan. Espera la noche que le volverá a traer sonidos y visiones arcanas.

Flora urbana (Medellín, Colombia)

En un antejardín de barrio un tronco muerto da albergue a esta planta de nombre desconocido. ¿Qué bosque de pisos húmedos y aire fresco echará de menos esos tonos de rosado irrepetible?
Ajena a las clasificaciones y a los nombres que les damos a las plantas, la flor de color intenso se roba, por unos momentos, la atención que generalmente exigen las fachadas de adobe o de cemento pintado con colores sintéticos.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...