Lugares con vida (Medellín, Colombia)

Algunos de esos lugares asépticos, por donde pasa uno a veces en esta ciudad, no dejan de llamar la atención por pequeños detalles que si bien son parte del espacio y no se pretende que tengan importancia en sí mismos, adquieren relevancia tal vez porque de alguna manera rompen con la monotonía que se le ofrece a la vista.
La incongruencia de una planta en medio de tantos materiales y superficies inorgánicos captan la mirada y uno se deja llevar por la imaginación hasta encontrar una explicación para su supervivencia en un medio aparentemente hostil. Quizá uno de esos jardineros de corazón se encarga de sacar periódicamente esta planta a cualquier terraza para que se reconcilie durante algunas horas con el universo. Durante ese tiempo hasta una oruga mañosa tiene ocasión de hartarse con un pedazo de una de sus hojas, la más vieja.
En algún lugar estará dormida ya en su capullo recordando la vez que devoró incontrolablemente parte de una hoja y de donde estuvo a punto de ser desalojada dejando inconcluso el proceso para el que están destinadas todas las orugas.

En vos confío (Medellín, Colombia)

A la sombra de una de esas incontables casetas que se arremolinan como la gente en los andenes de la ciudad, un hombre vende todo tipo de afiches y carteles. Hasta uno de Jesús para que quien lo compre exprese su confianza incondicional en Él. Pero a su lado se deja ver, no se sabe si subrepticiamente o a causa de esos giros irónicos que tiene la casualidad, una colección de fotos de armas de fuego que no sería extraño vaya a adornar una pared cerca de la imagen religiosa, en la sala de alguna casa.
Las paradojas en la imaginería de consumo para la gente son el reflejo de las paradojas que se viven a diario en la ciudad.

Un universo plegable (Medellín, Colombia)

No es la primera vez que una fotografía sorprende a quien la toma enseñándole un panorama completamente nuevo y distinto al que observaba a través del visor de la cámara.
Hubo una época en la que esas sorpresas tardaban bastante tiempo si se lo compara con la inmediatez de la era digital.
Antes uno tenía que esperar a que los rollos de película pasaran por los laboratorios fotográficos donde mediante un proceso químico, muy parecido a la magia o a la alquimia, aparecía sobre la superficie del papel una imagen.
El fotógrafo se asombraba, no pocas veces, con lo que veía en el papel. Era como si en algunas ocasiones otra imagen se apoderara de lo que él había visto e intentara suplantarlo sin contradecir por eso la realidad.
Sin embargo, y a pesar de esas aparentes contradicciones entre la realidad fotográfica y el recuerdo, se le creía más a la foto que al ojo y que a la memoria.
Por eso en esta fotografía donde la calle se dobla de manera inverosímil, uno tiende a aceptar lo que ve y a buscar una explicación que elimine la incertidumbre: tal vez en ese preciso instante el espacio se plegaba para que algún viajero intergaláctico pasara de un extremo del universo a otro. Y por fortuna la cámara se activo en ese preciso instante y de forma simultánea mostró al  observador una escena pocas veces contemplada por ojos humanos en una ciudad y en pleno día.

Número equivocado (Medellín, Colombia)

Las palomas, esas criaturas que más se acercan en este valle al concepto de ubicuidad, rompen con su presencia la serie aritmética de la numeración en este edificio.
Tres palomas decidieron detenerse en el piso equivocado y añadir así un toque de interés a la vista de un lugar donde prima la función sobre la estética.
Estas aves, tan citadinas como cualquier habitante, que repasan constantemente la ciudad en todas direcciones y que se les encuentra asentadas sobre las superficies más peregrinas, le hacen creer a uno que tal vez su función sea la de agregar vida, con su movimiento incesante, a tantas construcciones inanimadas y poco estéticas.

Cuadro a cuadro (Medellín, Colombia)

Una ventana cuadriculada secciona el panorama y es como si le dieran a uno la oportunidad de observar la realidad de afuera cuadro a cuadro; como si así se pudiera fijar la atención en sectores del exterior que de otra manera, invadirían la mirada dispersando la atención, haciendo casi imposible detenerse en los detalles.
Tal vez gracias a esta ventana, uno se puede dar cuenta del avance inexorable de la naturaleza. Es como si los árboles de esta plaza hubieran decidido empezar a moverse como esos otros de los bosques encantados que dan un paso cada cinco años, según me contó hace poco un niño, bien informado al parecer sobre el asunto.
A lo lejos, los edificios que se ven obstruyen tranquilamente el paisaje, pero tarde o temprano los árboles también llegaran hasta ellos.

Una jardinera... un símbolo (Medellín, Colombia)

El símbolo, tan conocido, de la cruz es el motivo de esta jardinera que parece haber sido diseñada para enfatizar únicamente la presencia del árbol, que aunque no se alcance a ver del todo ha marcado el paso del tiempo por este patio que en otra época perteneció a un seminario y que ahora es el lugar por donde pasan innumerables personas, ajenas a su presencia aunque se aprovechen de la sombra que genera.
Otro de esos lugares que tienen las ciudades de los que uno se aprovecha sin percibir siquiera como está diseñado ni que mensajes implícitos o explícitos transmite.

Siluetas de la ciudad (Medellín, Colombia)

A cualquier hora del día pueden verse, recortadas contra el cielo, las palmeras que abundan en esta ciudad. Aunque las imágenes más inspiradoras sean siempre esas donde las siluetas oscuras se recortan contra el azul profundo de los atardeceres.
A veces la luz eléctrica que se enciende antes de tiempo contribuye a crear un ambiente de película o de escenario y es posible que la imaginación eche mano de algún tópico árabe o isleño para evocar un ocaso fresco y misterioso.
No importa a que imagen sugestiva se remita el observador, las palmeras de la ciudad son una de esas características que han definido su perfil, sin que a nadie se le hay ocurrido hasta ahora enfatizar en ellas.

El valor de una ilusión (Medellín, Colombia)

Cuantas miradas ávidas se habrán fijado en estas urnas que contienen una serie de objetos que para los niños adquieren la categoría de deseable, al menos durante el momento en que se encuentran cerca de estas fuentes de ilusión.
Cuantas manos habrán girado con ansiedad la palanca que activará el misterioso mecanismo que deposite en sus manos uno de esos simples juguetes, que tal vez por encontrarse confinados detrás del vidrio generan en el observador una necesidad más intensa de poseerlo.
Y si por fin se sucumbe al deseo, siempre está presente en el ánimo de quien deposita la moneda la aprehensión de que el dinero sólo no basta, que de alguna manera hay que reforzarlo con una actitud mágica para que por fin la pequeña semiesfera aparezca en el lugar indicado. En su interior, alguna chuchería de plástico servirá para entretener durante un rato a quien se dejó llevar por la ansiedad posesiva.
Hasta la próxima vez.

Secretos de balcón (Medellín, Colombia)

A veces una mirada inquisitiva permite encontrar esos lugares que comúnmente están a cubierto de la curiosidad de la mayoría de la gente. Aunque casi siempre los ojos de los transeúntes se quedan en el limitado horizonte que los edificios y la gente les permiten y pocas veces se dirigen hacia las alturas.
En estos espacios que se proyectan al vacío se esconden pequeñas evidencias que dan cuenta en su cotidiana sencillez de la intimidad de las personas.
Es como si de alguna manera la vida íntima que se desarrolla en el interior de los apartamentos generaran, tarde o temprano, una especie de excrecencias que se van depositando lentamente en los balcones. En ocasiones es posible verlas desde la calle, pero casi siempre permanecen ocultas, como si la ciudad se avergonzara de esas pruebas anodinas de quienes a fin de cuentas, son tan reales como los que caminan por la calle, aunque uno nunca los vea.

El teatro de la calle (Medellín, Colombia)

No se sabe si uno está contemplando una escena de esas en la que los actores se intercalan con la gente común y corriente que habita los espacios de la calle o si es una de esas actuaciones aparentemente espontáneas donde unos actores intentan sorprender o entretener, aunque sea, a un público apático.
Aunque la realidad de esta ciudad es tan sui géneris que es posible que el acto principal esté a cargo de las dos niñas que miran con detenimiento toda la parafernalia que suele acompañar a quienes actúan en los parques.
Tal vez la verdadera obra esté siendo interpretada por todos nosotros, los que pasamos y por los que se quedan allí sentados, escenificando sus propias vidas en aquello que tantos escritores han llamado el teatro de la vida.
Quizá la desacompasada música de los intérpretes es apenas el abrebocas o el episodio introductorio para el evento principal que todavía no se ha escrito y para el cual el público no se ha congregado todavía.

Un canto a la piedra (Medellín, Colombia)

Casi siempre los jardines se caracterizan por la profusión de plantas y la aparición casual de alguna piedra o de un poco de arena para matizar la exuberancia de la naturaleza en la ciudad.
En este caso, sin embargo, el jardín aprovecha el impacto visual de las piedras y el granito para crear una hermosa imagen donde las escasas plantas son las que se encargan de poner el tono de contraste.

La libertad de la luz (Medellín, Colombia)

Madera, plástico y metal se confabulan para atrapar la luz, pero ésta se dispersa por el lugar y hasta juega con nuestras percepciones haciéndonos creer que esas superficies rectas y perfectamente organizadas se curvan con sutileza y forman figuras que ni los diseñadores ni los constructores se imaginaron.
Se trata de un techo que aunque en un principio estaba destinado a proteger el edificio que cubre parcialmente y a la gente que lo habita, se ha convertido, gracias a esos juegos que la luz instaura con los objetos, en una imagen intrigante que pocos miran pero que permanece ahí para descompensar en algo la estabilidad que lo cotidiano impone en las gentes de las ciudades.
Así es la luz, libre y como toda entidad libre se atreve a jugar con las normas y reglas que los otros deben seguir.

Una gardenia para ti (Medellín, Colombia)

Hay cosas que evocan siempre recuerdos queridos, felices o tristes, como los atardeceres o como las flores cuyo perfume puede traer a la mente situaciones de la propia historia que uno creía perdidas para siempre en el curso de la vida diaria.
Las gardenias son de esas flores de gran belleza que además tienen el poder de convocar a la memoria desde otros ámbitos de los sentidos. Se le viene a uno a la mente la famosa canción que le canta a un amor total y que atravesaba el aire en las tardes templadas y lánguidas de los viejos barrios de la ciudad, haciendo soñar a los románticos con una pasión devastadora.

El arte de las devociones (Medellín, Colombia)

Todos los elementos para la devoción estaban ahí: la Virgen con el niño, la rosa, la lámpara y hasta la espiga que una mano infantil debió poner en las manos de yeso a la imagen de la Virgen. Hasta la expresión escéptica de las imágenes que le recuerdan a uno esas representaciones medievales y bizantinas de los íconos religiosos de Europa y Constantinopla.
Sólo faltaba el detalle de las cejas y las pupilas que una mano desconocida pintó de un negro absoluto, creando un intenso alto contraste.
Con ese acto individualizó esta Virgen de los cientos de vírgenes que con el mismo rostro habrán salido de algún taller anónimo, donde las expresiones iniciales han ido cambiando lenta y sutilmente en el proceso de la repetición.

Abstracción (Medellín, Colombia)

Basta girar la cabeza para que un moderno muro se convierta en una evocación de esos sectores modulares de la ciudad, donde las casas parecen pequeños bloques amontonados unos sobre otros. A veces con una regularidad alucinante y en otras con una apariencia tan caótica que uno cree perder la razón.
El detalle que permanece, en cualquier caso, es el color del barro que campea en esta ciudad, como si a pesar de todas sus pretensiones de metrópoli los habitantes se resistieran a abandonar el estrecho lazo que los une con la tierra.

Un rayo de sol (Medellín, Colombia)

Entre las oscuridades que pueblan tantas construcciones en esta ciudad se cuela a veces, por una ventana mal cerrada o por una de esas hendijas que el tiempo abre en las paredes o en las puertas desvencijadas, un rayo de sol y al hacerlo es como si resaltara la penumbra que invade.
En esta catedral donde la oscuridad se aloja perezosa en los rincones y en las alturas se pueden ver, en ocasiones, unos rayos que juguetean por las ventanas y se precipitan en su interior asustando sombras y pintando por unos minutos las paredes con tonos de ocre desconocidos por allí.
Sólo la suerte le permite a algunos cuantos privilegiados observar este fenómeno que por escaso se vuelve novedad para quienes lo ven: una catedral iluminada por la luz del sol y no por los viejos candelabros que emiten desde las alturas un brillo tan cansado que a los feligreses consuetudinarios ni siquiera les parece que sea luz.

Entre el color y la aridez (Medellín, Colombia)

En esta ciudad donde las flores están presentes siempre, no dejan de asombrar esos contrastes, que se ven por ahí en las mangas, entre un prado que se resiste a morir y una flor de colores lujuriosos.
Es como una alusión a ese forcejeo constante donde la naturaleza que no deja de hacer notar su presencia en esta ciudad, impone el color al tono monocromático que parece querer ser la tendencia de las arquitecturas citadinas actuales.
En este valle las plantas y su capacidad de resistencia aventajan en fortaleza al concreto que campearía feliz, si no fuera por el síndrome de trópico que aqueja, por fortuna, estas tierras.

Cielo en clave de música (Medellín, Colombia)

Faltan algunos elementos para que esta imagen se parezca a una de esas hojas donde los músicos leen el lenguaje mágico del solfeo para convertirlo en sonidos: otra cuerda para completar el pentagrama, además del símbolo caligráfico, dibujado a la izquierda, indicando que la música está en clave de sol.
Una imagen como esta se presta a que uno se deje llevar por el prurito de la metáfora fácil e identifique a las palomas con notas musicales.
Aunque sea una metáfora obligada, no deja de ser cierto que esos cables eléctricos que atraviesan el cielo de esta ciudad en todas direcciones afeando casi siempre el panorama, se convierten a veces, gracias a otros elementos en impactantes composiciones; por lo pronto, en este caso, parece como si uno estuviera viendo una partitura que, si alguien se decidiera a interpretar, produciría tal vez el verdadero ritmo de la naturaleza.

Los árboles de la colina (Medellín, Colombia)

Un optimista diría, al ver esta imagen, que la naturaleza por fin está recuperando terreno y que desde la cima de esta pequeña colina ha empezado a devolver el proceso de invasión que durante siglos se ha llevado a cabo en el valle.
Diría, porqué no, que los árboles y los arbustos y todas esas plantas con funciones tan específicas como mantener la humedad de la tierra, encontraron por fin la fórmula ganadora, esa estrategia que las especies triunfadoras en el proceso evolutivo aplican para vencer a sus opositores.
Parece imposible que eso suceda cuando se observa el gran número de casas que rodean esta diminuta isla de verde, pero no hay que olvidar esas ciudades milenarias que fueron sepultadas por el paso inexorable de la naturaleza.

Un velo de agua (Medellín, Colombia)

En esta ciudad como en cualquier lugar del mundo los elementos se confabulan, a veces, para hacerle sentir a uno la pequeñez del ser humano frente a la naturaleza.
En esta ciudad de mañanas soleadas y tardes calurosas, en este valle donde casi siempre el aire es suave y te acaricia, puede suceder que todas las furias del cielo se desaten y aunque las tormentas que nos azotan no se puedan comparar con los monzones que asolan otros parajes del globo, si difuminan dramáticamente la silueta que vemos recortada contra las montañas todos los días.
Uno cree de verdad que nunca más volverá a ver a través de ese aire que todavía conserva algo de la transparencia que vieron los primeros exploradores hace más de trescientos años cuando se asomaron a este valle.
Aunque la experiencia nos dice que todas las tormentas acaban tarde o temprano, el temor a que la ciudad permanezca tras ese velo de agua siempre nos atemoriza.

Soledades (Medellín, Colombia)

La soledad siempre se asocia, aunque sea inconscientemente, con la espera. Es como si de alguna forma uno quisiera llenar ese vacío que la soledad evoca.
Tal vez no hace mucho que las sillas y las mesas fueron abandonadas y tal vez la gente volverá muy pronto a ocupar este lugar, pero en este momento parece imposible que las risas, los susurros o las palabras vuelvan a recorrer esta atmósfera. Al menos durante el tiempo que dure esta fotografía nadie alterará la quietud mantenida artificialmente.
Cada vez que una persona contemple este pedazo de tiempo, que un artilugio humano se encargó de aislar del resto, la soledad se hará presente en este rincón de la ciudad, y en su ánimo se generará el deseo de ver que alguien atraviese el patio para ocupar su puesto en cualquiera de las mesas.

Entre vista (Medellín, Colombia)

Por entre la rugosidad de un viejo tronco y la textura regular de una pared se deja ver el color intenso de una azalea. Es como si la planta, hubiese escogido ese momento para florecer y enlazar por contraste a la antigua y sabia naturaleza con el concreto moderno y temporal, a pesar de su aparente solidez.
No está de más hacer notar, aunque sea una vez, que entre tantas esquinas y recovecos de la ciudad siempre aparecerán las imágenes sencillas que adolecen del sello de la espectacularidad: una de esas características que se asocian casi siempre con las fotografías en las ciudades.

Un jardín vertical (Medellín, Colombia)

No siempre las fotografías dan cuenta de la realidad objetivamente, a veces el ojo se engaña con las perspectivas y hasta los objetivos de las cámaras pierden su imparcialidad frente a determinados ángulos que alteran por completo el aspecto de las cosas.
Lo mismo sucede, a veces, con la vida cotidiana donde intervienen factores que distorsionan nuestra percepción de la vida; aunque en algunos casos esas alteraciones son bienvenidas, en otros pueden ser responsables de dificultades severas para asumir la realidad.
De todas maneras uno no deja de congratularse cuando encuentra enfoques que parecen sacados de las ilustraciones absurdas de algunos libros álbum o de esos cuadros donde la arquitectura aunque caótica parece obedecer a algún sistema.

La curiosidad de la luna (Medellín, Colombia)

Será que la luna permanece a la vista durante más tiempo del que uno cree posible porque quiere mirar la ciudad a la luz del día, porque quiere ver como se despierta y se precipita en esa actividad febril que ella apenas si puede adivinar cuando sale en los atardeceres.
O tal vez la razón sea más inquietante, quizá quiera conocer esas otras estrellas que pueden verse a cualquier hora del día. Esas estrellas que podría albergar un edificio llamado Hollywood; aunque la única relación con esa vieja fábrica estelar sea el nombre y el diseño de la letra con el que está escrito.
Cualquiera que sea el motivo una luna que se ve a plena luz del día no deja de embellecer el cielo, aunque sólo unas cuantas palomas que se despiertan aquí y allí sean los únicos testigos.

Renacimientos (Medellín, Colombia)

Esos mundos que uno explora, esos mundos que están reservados para aquellos cuyos corazones no se han dejado arrinconar por el temor, son los lugares donde el alma redescubre constantemente la condición humana que crece y se desarrolla con cada persona que recorre el mundo con el ánimo inquieto, sin dejar que su curiosidad innata languidezca con las rutinas paralizantes de todos los días.

Medellín en blanco y negro