Algunos de esos lugares asépticos, por donde pasa uno a veces en esta ciudad, no dejan de llamar la atención por pequeños detalles que si bien son parte del espacio y no se pretende que tengan importancia en sí mismos, adquieren relevancia tal vez porque de alguna manera rompen con la monotonía que se le ofrece a la vista.
La incongruencia de una planta en medio de tantos materiales y superficies inorgánicos captan la mirada y uno se deja llevar por la imaginación hasta encontrar una explicación para su supervivencia en un medio aparentemente hostil. Quizá uno de esos jardineros de corazón se encarga de sacar periódicamente esta planta a cualquier terraza para que se reconcilie durante algunas horas con el universo. Durante ese tiempo hasta una oruga mañosa tiene ocasión de hartarse con un pedazo de una de sus hojas, la más vieja.
En algún lugar estará dormida ya en su capullo recordando la vez que devoró incontrolablemente parte de una hoja y de donde estuvo a punto de ser desalojada dejando inconcluso el proceso para el que están destinadas todas las orugas.