La soledad siempre se asocia, aunque sea inconscientemente, con la espera. Es como si de alguna forma uno quisiera llenar ese vacío que la soledad evoca.
Tal vez no hace mucho que las sillas y las mesas fueron abandonadas y tal vez la gente volverá muy pronto a ocupar este lugar, pero en este momento parece imposible que las risas, los susurros o las palabras vuelvan a recorrer esta atmósfera. Al menos durante el tiempo que dure esta fotografía nadie alterará la quietud mantenida artificialmente.
Cada vez que una persona contemple este pedazo de tiempo, que un artilugio humano se encargó de aislar del resto, la soledad se hará presente en este rincón de la ciudad, y en su ánimo se generará el deseo de ver que alguien atraviese el patio para ocupar su puesto en cualquiera de las mesas.
Esas soledades son las que lo intimidan a uno a la hora de escoger una silla en medio de tanta oferta, cuando sólo hay una libre, como sucede en los buses, uno no duda, pero cuando hay demasiadas, siempre se toma uno, por lo menos un momento, para poder sentarse.
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