Si acaso alguien no se había dado cuenta de que la Navidad pasó, que está lejos, le tocó aceptarlo el domingo pasado cuando una cuadrilla de obreros decidió, por fin, que era contrario a las costumbres dejar un árbol de Navidad parado en medio de la Avenida Oriental todo el resto del año.
Así que tras un interminable papeleo, supongo, alguien firmó la orden de desbaratamiento.
El domingo la gente pasaba impertérrita al lado del árbol. Sumidos en los problemas o en las expectativas que trae el principio del año, ignoraban olímpicamente el adorno que unas cuantas semanas antes contemplaron con arrobo.
Así es la vida de las ciudades, aquello que nos sobrecoge o asombra un día, es suplantado con facilidad por la novedad de turno.
Sólo queda esperar la próxima Navidad para saber si la tradición del árbol sigue o si nos dejamos contagiar otra vez por el prurito del cambio, y en este lugar encontremos, un día de noviembre, alguna criatura salida de la imaginación de los diseñadores oficiales.
La ciudad se construye y se deconstruye día a día, la dinámica sigue triunfando...
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