Fenómenos (Medellín, Colombia)

Desde hace décadas en esta ciudad, en esta fecha, multitud de mujeres y algunos hombres salen con niños disfrazados, a recorrer las calles y en los últimos años a asediar y a concentrarse en los centros comerciales.
Al parecer la pretensión manifiesta es recibir los dulces de todas las clases que les dan en los almacenes y cafeterías a los niños, pero es posible que también obedezca a una necesidad de la gente de ver sus deseos más secretos expuestos a través del disfraz del niño que acompañan.
Otro más de esos fenómenos sociales que aparecen cada tanto en la historia humana y que tal vez responda al mismo impulso de cambiar por un rato la vida propia, gris y anodina, por una de fantasía y brillante, así sea cada año.

Ojo al gato (Medellín, Colombia)

Aunque todavía a los gatos negros se les endilga cualquier cantidad de protervas y diabólicas intenciones en contra de los desprotegidos seres humanos, es bueno recordar como en el antiguo Egipto, que en estos tiempos se ha convertido en referencia obligada para sustentar cualquier creencia popular, se les consideraba sagrados.
Pero, por si acaso, no se debe olvidar que en la Edad Media la gente pensaba que las brujas se convertían en un animal de estos y de este color en particular.
De hecho la mirada de los gatos es turbadora y si esa mirada rodeada de oscuridad se fija en tus ojos y algo en tu interior se siente intimidado es mejor buscar una contra de inmediato.
Desafortunadamente no conozco ninguna, así que si usted se abruma frente a un gato negro, busque, busque cuanto antes cómo protegerse.

Diablo rojo (Medellín, Colombia)

En estos días cuando las supersticiones campean a su aire por las calles de viejas y nuevas ciudades, no se sorprende uno al ver un diablo rojo, de mirada maliciosa, paseándose a plena luz del día.
Tal vez se refugia en la incredulidad de la gente y hace de las suyas sin que a nadie se le ocurra echarle a él la culpa. O es tanta la clientela para el negocio de los Infiernos que los tradicionales horarios nocturnos tuvieron que ampliarse para cubrir la demanda.
De hecho al fondo de la fotografía se alcanza a ver lo que parece ser una fila de personas que tal vez esperan convertirse en futuros clientes de sus servicios.
En todo caso mucho cuidado, que donde uno menos piensa salta un diablo rojo o de cualquier otro color.

Contra la corriente (Medellín, Colombia)

Esta corriente de agua que atraviesa la ciudad de sur a norte arrastra siempre las sustancias más extrañas e indeterminadas.
Sin embargo un hombre que no le teme a las consecuencias de su osadía draga manualmente el fondo para arrancarle unas cuantas paladas de arena.
Parece una metáfora de la vida humana: una corriente interminable que intenta arrastrarnos y el hombre empecinado en ir contra el fluir del agua en busca de su tesoro particular, que en la mayoría de los casos se reduce a unos cuantos puñados de arena.

La caricia de las sombras (Medellín, Colombia)

A la sombra de una cabina telefónica dos personajes de la ciudad se entregan a sus preocupaciones cotidianas.
Podrían ser una madre con su hijo revisando un cuaderno de tareas. O un par de socios confrontando las cuentas de su negocio.
A cualquier cosa puede obedecer esta escena que se desarrolla en El Centro de la ciudad, donde se dan cita todo tipo de personas dedicadas a las actividades más peregrinas. Todos cobijados, en uno u otro momento, por las sombras de los árboles, las palmeras o los edificios que es la manera más usada por la ciudad para acariciar a sus habitantes.

Los espíritus de la calle (Medellín, Colombia)

En estas ciudades que ya miden su existencia en centurias, aparecen de pronto en sus calles unos seres que hacen referencia a otras realidades o dimensiones. Referencias al propio pasado, quizás a los años de mediados del siglo XIX, cuando los habitantes de la ciudad, que cubría a duras penas lo que es ahora el sector de El Centro, salían en tiempos de carnavales y de fiestas patronales disfrazados y en sus briosos caballos, espantando niños y acosando a las damas que se atrevían a salir a las calles por esos días.
Hoy si uno se encuentra en una esquina alguno de esos espíritus del pasado, piensa que es un hombre bajo un disfraz y no se detiene a pensar en lo extraño del hecho, aunque lleve un atuendo que no tiene relación con nada conocido y que si se piensa dos veces es posible que refuerce la teoría de los misterios, acumulados durante años en las calles de las ciudades sin que nos demos cuenta de ello.

Un show inesperado (Medellín, Colombia)

Salidos de la nada y en los corredores de un centro comercial aparecieron de pronto unos bailarines para romper la rutina del lugar un viernes por la tarde.
Las conversaciones cesaron y todo el mundo se detuvo a mirar el espectáculo que para los transeúntes podría ser improvisado, pero que a juzgar por la habilidad de los danzantes, era el resultado de muchas horas de ensayos.
Una actuación que resultó muy entretenida para quienes suelen pasar por allí esperando ver sólo vitrinas y gente.

Multitud (Medellín, Colombia)

Bajo una estructura arquitectónica que recuerda las copas de los árboles, que afortunadamente campean aún en esta ciudad, una multitud se reúne a contemplar las flores que en profusión se encuentran en estas regiones.
A primera vista parece una multitud sin nada que la distinga, como la que se puede encontrar en cualquier evento de esos que se hacen permanentemente en las ciudades. Pero estas personas tienen una motivación que las enaltece, están reunidas en este recinto para ver y enamorarse más de las flores que han caracterizado siempre esta ciudad.


La flor roja del carbonero (Medellín, Colombia)

Cuando aquí se habla de flores exóticas uno siempre piensa en orquídeas, bromelias o aves del paraíso, de las que este país tiene bastantes especies. Pero no hay que olvidar esas otras que acompañan los paseos por los parques o los viajes por las avenidas de la ciudad, como esta flor de carbonero (Calliandra Haematocephala) conformada por cientos de filamentos de un rojo intenso.
Nada más exótico que una flor cuyos pétalos evocan con su forma y su color esos pólipos que aparecen repentinamente en los arrecifes de los mares tropicales.

El payaso flotante (Medellín, Colombia)

En toda feria que se respete uno debe encontrarse con un personaje como éste, de esos que asombran a los incautos y a los ingenuos proponiendo un espectáculo que lanza un reto a la razón de los presentes.
Muchos se quedan frente a este payaso, que al parecer lo único que hace es flotar frente a nuestros ojos, esperando la revelación de su secreto o la realización de actos más osados y sorprendentes, para acabar de una vez con la cordura que los obliga a explicarse de alguna manera un fenómeno que desafía toda su lógica.

En medio de la ciudad (Medellín, Colombia)

Si leyéramos la descripción de esta imagen en una novela, y nos la ubicaran en medio de una ciudad moderna, pensaríamos que era un producto más de la imaginación del escritor, un deseo fantasioso de convertirla en un oasis como esos donde los autores europeos del siglo XIX ubicaban las aventuras de muchos de sus héroes.
Sin embargo esta imagen corresponde a una de esas escenas cotidianas, ajenas a la realidad de la mayoría de los que trasegamos por El Centro. Casi nunca las percibimos, pero basta levantar la cabeza para contemplar ese mundo paralelo que se desarrolla sin tenernos en cuenta.

Un balcón y su reflejo (Medellín, Colombia

Colgado del vacío éste es uno de esos rincones de la ciudad que pocos ven: frecuentado por quienes se aventuran a encontrar lugares distintos a las cafeterías atestadas que pululan en las calles de El Centro.
Desde allí puede verse otra perspectiva de la ciudad, limitada o amplia según el deseo del observador. Aunque, como siempre, se percibe un retazo de montañas combinándose con las líneas duras de los edificios.
Ese día las sillas vacías y su reflejo daban cuenta del fuerte sol que brillaba sobre la ciudad. A pesar de la vista, la gente le rehuía al calor de la tarde que en este valle puede llegar a ser muy ardiente, hasta para las pieles acostumbradas al calor del trópico.

Camino de transición (Medellín, Colombia)

La literatura se ha ocupado bastante de esos caminos de transición, donde los personajes que los recorren sufren tales cambios en su espíritu o en su manera de ver el mundo, que su vida se ve afectada en gran medida.
Así que la realidad, siempre imitando al arte y a la fantasía, nos hace encontrar también en esta ciudad rutas que crean expectativas similares a las que puedan albergar esos personajes literarios. Por allí se camina con la esperanza de encontrar al otro lado, una nueva ciudad tal vez. O al menos un lugar donde se viva la ilusión de que el ajetreo y la agitación citadinos son meras ilusiones.

Altares ambulantes (Medellín, Colombia)

A mediados de julio y a cualquier hora, pueden verse en diferentes lugares de la ciudad estos altares, improvisados en la parte delantera de un bus de transporte público, interrumpiendo el tráfico de las calles secundarias o de las avenidas principales.
Arrastran tras de sí una larga fila de buses y taxis como acompañantes de la imagen.
Es la tradición de cada año desfilar con la patrona, tal vez para cumplir alguna promesa por un favor cumplido o por cumplir. O para pedir protección durante el año que sigue.

¿Dónde estás Caperucita? (Medellín, Colombia)

En esta ciudad es posible hasta encontrarse, en una feria del libro, la capa de Caperucita Roja tirada sobre algún árbol de fantasía, como corresponde al personaje.
Quizá decidió caminar por entre la gente vestida como cualquier persona, sin tener que soportar la marca que cubre siempre su cabeza.
Pero al ver la capa sola uno tiene que preguntarse: ¿qué pasó con la canasta? Acaso decidió cargar con ella, o la dejó en otro bosque, por aquello de despistar al enemigo. Pero quién es el enemigo, el lobo o la multitud que la perseguiría sin piedad haciendo esas preguntas insulsas que hace la gente vana con el único interés de desvelar misterios, de aporrear los mitos, aunque no logre siquiera hacerlos tambalear.
Todos son preguntas en torno a los personajes de los cuentos que siempre se han leído con deleite. Lo único cierto es que cuando Caperucita volvió por la capa nadie la vio. No sería extraño que hubiera tenido un cómplice que le hubiera ayudado a mimetizarse en la espesura y esfumarse en ella.
Quién pudo ser el cómplice, aquí se abre otro sin fin de posibilidades que agotaría la capacidad lectora de cualquiera. Desde la abuelita hasta Willy el coleccionista de bananos o el pingüino que una vez se apareció en la casa de un niño porque se sentía solo.
Cualquiera pudo haber sido, y eso nadie lo sabrá hasta que alguien decida escribir la historia.

Un vistazo al pasado (Medellín, Colombia

A la vista de estos pequeños objetos regresaran al pasado aquellos que los coleccionaban o los que tuvieron uno de ellos con su imagen o la de alguien querido encerrada allí.
Los llamábamos telescopios y servían para mirarnos, al fondo de un túnel que iluminaba un pequeño rectángulo de luz. Eran como el refuerzo a los álbumes de fotografías que se guardaban en todas las casas. Algunos hasta los usaban como llaveros.
Todavía deben estar por ahí olvidados en viejos armarios, guardando en su interior imágenes de una época distante que para muchos apenas si se ha alejado.
A veces, en lugares como éste, se destapan recuerdos de maneras de vivir y ver la realidad que nos rodeaba y de la forma en cómo tratábamos de aprehenderla.

Los pájaros (Medellín, Colombia)

En esta ciudad si uno levanta la mirada puede encontrarse con el azul nítido y definitivo de un cielo tropical o con una ilusión cinematográfica creada por un árbol.
Es como si la naturaleza intentara imitar al arte, representando el desasosiego que transmite, en la película de Hitchcock, la imagen de unos pájaros comprimidos en el rectángulo de la pantalla.

Un aire de otro tiempo (Medellín, Colombia)

Esa arquitectura sencilla donde los detalles art decó servían para realzar la economía de líneas de la fachada, se plasmó durante muchos años en los edificios de esta ciudad, incluso en edificaciones que fueron construidas mucho tiempo después de haber pasado el momento de aquel estilo que influyó a tantos artistas, artesanos y arquitectos. Al parecer su influencia en esta ciudad fue mucho más fuerte que en otras ciudades.
Lugares como este contribuyen a darle a ciertos rincones un aire de otra época. Si no fuera por el evidente deterioro, uno podría creer que ha retrocedido en el tiempo y que a ese balcón se asomará un señor de chaleco, mirando su reloj de bolsillo, para calcular si ya es la hora de la caminada diaria hasta la iglesia de la Candelaria o hasta el Astor para tomar el algo.

Una florecita en la espesura (Medellín, Colombia)

El “besito” es una de esas pequeñas flores que aparecen por ahí en cualquier barranco al lado de las carreteras, sin que hayan acabado de llegar las primeras lluvias.
Aprovechando la humedad pueden surgir también en medio de la espesura, como en este micro bosque que crece en medio de la ciudad, indiferente a los grandes esfuerzos que hace la gente por hacerlo desaparecer.
Una florecita solferina resalta entre tanto verde y capta la atención de los visitantes que buscan en esta ciudad esos detalles que así sean mínimos, la convierten en un lugar especial.

Un visitante alado (Medellín, Colombia)

Es posible sorprender en las alturas unos perfiles que no se corresponden con los pájaros que uno se ha acostumbrado a ver en los alféizares de las ventanas o en los balcones; observando con mirada nerviosa, sopesando posibilidades de atracarse de insectos o de esos alimentos poco ortodoxos para las aves que suelen darles en las casas.
De pronto, en cualquier alar aparece un pájaro así, desconocido. Quizá descansa de alguna migración que sobrevuela tan alto la ciudad cada año que nunca se le ve o tal vez un ave de una región cercana en un vuelo de exploración. Sólo los expertos lo podrán decir, pero durante un rato este pájaro ha sido otro de esos visitantes que se sienten atraídos por la ciudad.

Caminos interiores (Medellín, Colombia)

Hay lugares en esta ciudad que sorprenden por su intimidad, es como si invitaran a la gente a adentrarse por la senda de la reflexión.
Lugares frescos y calmados donde el caminante puede liberarse por un rato de la urgencia que vive en las calles y dedicarse a dejar que su mirada interior se apropie de su pensamiento.

Flores de bajo perfil (Medellín, Colombia)

Hay arbustos que uno ve todos los días en los jardines de los barrios floreciendo sin cesar. Sus flores son tantas y tan pequeñas que la atención solo ve manchas de tonalidades diversas y el ojo no se detiene a detallar las formas de esos pequeños estallidos de color.
Sin embargo, cuando se las mira detenidamente se descubre que el exotismo en formas y colores no es exclusivo de las orquídeas.
Tal vez sea por su tamaño o por la cantidad o porque florecen siempre, independientemente de la temporada y hasta del clima, que se vuelven tan comunes como para fundirse con el paisaje urbano que las rodea.

A son de desfile (Medellín, Colombia)

La música simple y repetitiva de las marchas, que fue el regalo hecho por Philip Sousa (compositor de origen portugués, español y alemán) a la humanidad, ha acompañado los desfiles y paradas de todo tipo alrededor del mundo.
Aunque en esta ciudad se le han agregado tonalidades y ritmos que vuelven más pegajosa la música que tocan estas bandas en los desfiles.
La Playa fue testigo del paso de otra marcha y como siempre la magia de esta avenida sombreada de árboles, reforzó el impacto que dejó en la gente como lo hace con cualquier evento que se realice en ella.
Sorpresas como ésta revitalizan la imagen que del Centro tienen los habitantes de la ciudad.

Una apacible tarde (Medellín, Colombia)

Las tardes de sábado bajo los árboles evocan en algunos lugares de la ciudad escenas parecidas, guardando las proporciones, contempladas en algunas obras impresionistas. Como si la gente, a pesar de los miles de kilómetros y la distancia en los años que separan aquellos visitantes decimonónicos de los paseadores locales se sintiera inducida, en todas las latitudes, a complacerse en la sombra y el frescor que dan los árboles. Por eso será que se entregan a esa languidez que se apropia de los miembros y a veces hasta del pensamiento.

El pasar de los ratones (Medellín, Colombia)

No deja de ser perturbador que en pleno día se vean pasar tranquilamente unos ratones por las calles de la ciudad y montados en lo que a todas luces es un vehículo diseñado por ellos mismos.
Iban en medio del desfile como si tal cosa.
Inicialmente los que presenciaron su paso creyeron que eran parte de otra de las comparsas, pero si uno mira con detenimiento algunos detalles reveladores en la fotografía, empieza a inquietarse.

Medellín en blanco y negro