El árbol de la espera (Medellín, Colombia)

Cualquier lugar de una ciudad puede convertirse en uno de esos sitios a los que se les asigna, tal vez inconscientemente, poderes mágicos para convertir en realidad nuestras expectativas. Como si ese lugar determinado, con unas características específicas, pudiera materializar la esperanza de las personas. A esos lugares la gente llega para entregarse a las vicisitudes de la espera, descritas por Roland Barthes en su Fragmento de un discurso amoroso.
Estos jóvenes, iguales a tantos otros que se ven en esta ciudad, parece que se estuvieran ejercitando en el difícil arte de la paciencia a la sombra de un viejo árbol.
Nadie sabe si la persona que esperaban llegó o si tuvieron que alejarse de allí con el ánimo deshecho. Hasta que la perspectiva de otra cita los vuelva a convocar en el mismo lugar o tal vez en otro al que se le considere más propicio para los encuentros.
Una ciudad podría definirse de acuerdo a lo anterior, como ese lugar donde la gente busca encontrarse o desencontrarse con tanto desespero, que a veces llega a convertirse en un conjunto de rincones mágicos donde se acude o no para exorcizar la soledad.

Sombras al vuelo (Medellín, Colombia)

La escultura de un águila con las alas abiertas como si fuera a empezar a volar o como si ya estuviera planeando en el cielo, sirve de base de operaciones a las palomas de una plazoleta en el centro de la ciudad.
Para aquellos que gustan de desentrañar símbolos, de escudriñar en las señales que a veces, creen algunos, están escritas en los lugares más peregrinos, esta es una imagen que contiene algunos: el obelisco, sobre el que se asienta una esfera que podría ser el globo terrestre, representa para los iniciados en este tipo de disciplinas la energía del sol entre otras significaciones, y encima de ellos un águila que siempre ha encarnado la libertad, el poder del espíritu; pero como si esto no fuera suficiente, la naturaleza que siempre se entromete en los actos humanos, ha puesto encima del águila dos palomas a las que se les ha dado la tarea de representar la paz.
Una sumatoria de símbolos tal podría llevar a quien quiera dedicarse a esos menesteres a deducir cualquier cosa, dependiendo de los puntos de vista que adopte para hacer su análisis.
Claro está que para la mayoría de los que pasan diariamente por su lado, este conjunto de figuras apenas son una sombra que adorna la ciudad, donde se exalta la habilidad de volar.

La capital de la montaña (Medellín, Colombia)

Al sur oriente de la ciudad las montañas todavía se cubren con los bosques que otrora dominaban gran parte del terreno de esta capital, cuando apenas era una población de unos cuantos miles de habitantes.
Ahora esa vegetación que se ve a lo lejos se observa con recelo, la actitud con que se miran las especies en extinción. Aunque todavía permanece la esperanza de que las acciones que se tomen hoy y en el futuro impidan su desaparición.
Esta ciudad que con orgullo ostenta el título de Capital de la montaña, se da el lujo dudoso de ignorar las que la rodean. Los que vivimos aquí apenas si las miramos sin fijar los ojos en ellas, sin detenernos en los detalles y características que hacen que esta Villa sea única en el mundo.

El yelmo del guerrero (Medellín, Colombia)

La diferencia entre las épocas que se refleja en la arquitectura de las ciudades modernas se hace más evidente en el contraste de estas dos estructuras. El primer plano ocupado por una torre de comunicaciones, que es apenas un armazón, no logra ocultar la figura poderosa e imponente de la torre de una iglesia que parece el yelmo de un guerrero gigante. Tal vez esa sea la verdadera realidad de este edificio.
La cabeza que habría en su interior, invisible para el ojo humano, podría pertenecer a un guerrero dormido, indiferente a las centurias que han pasado en esta tierra, mientras él se entrega a recorrer en sueños las batallas y las jornadas de otros mundos.
Únicamente desde cierto ángulo y desde una altura determinada es posible entrever el secreto de este lugar. Cuando uno pasa por las calles que flanquean la iglesia sólo ve una torre más, que en algunas ocasiones deja a sus relojes marcar una hora aproximada a aquella que rige nuestras vidas. Generalmente miden un tiempo que se debe corresponder con los sueños del guerrero, indiferente a nuestra realidad e invisible para todos.

La furia del agua (Medellín, Colombia)

Una cabeza de expresión airada parece arrojar el agua como si pretendiera apagar un fuego invisible para el observador, pero que de alguna manera se ha convertido en una amenaza.
El agua sale con fuerza como un grito líquido que manifiesta toda la impotencia de la figura atrapada en la pared. Apenas sobresale su cabeza y esto es suficiente para que se exprese con toda la furia de que es capaz.
Las facciones de ese rostro infunden temor. Tal vez porque la fuerza del agua se ha venerado desde hace miles de años y en múltiples culturas tiene una posición privilegiada en sus mitos originarios y aparece en muchas de las leyendas que han acompañado diversas civilizaciones.
Aunque cualquier persona sin imaginación podría decir que esta cabeza no es más que un grifo domesticado, que sirve para canalizar un inofensivo chorro líquido utilizado como algo decorativo. Desconociendo ese saber que le atribuye al agua uno de los poderes más terribles de la tierra. No en vano es uno de los elementos más abundante en este planeta.

Los planos inclinados del paisaje (Medellín, Colombia)

La luz que entra al edificio de esta biblioteca por una serie de ventanas de forma tan llamativa y a la vez tan simple, se roba tanto la atención que hasta la gente se olvida del lugar donde se encuentra para permitir que la mirada se pierda en el paisaje.
El norte de la ciudad que se ve a través de estas ventanas se convierte en parte de la arquitectura, como si a las paredes se les hubiera asignado el papel de enriquecer el espacio que contienen con la vista segmentada de algunas partes del valle que el aire de la mañana deja ver a lo lejos.

La otra ciudad (Medellín, Colombia)

El juego libre de la luz y el vidrio sobre las superficies de los edificios, crea a veces unas imágenes tan reales, que al observador se le hace difícil saber cuáles son las verdaderas y cuáles son producto del reflejo.
Por eso cuando se observan las fachadas de estos edificios, que oscurecen las calles estrechas del centro de la ciudad, se ve siempre un panorama distinto, que depende tanto de la luz de ese momento, como del ángulo desde dónde se miran.
Los ambientes interiores que se alcanzan a vislumbrar detrás de los vidrios, adquieren a ratos esa atmósfera de los lugares que se ven en los sueños. Sitios de dimensiones indefinidas donde los espacios parecen transformarse constantemente en otros.
Un juego de reflejos con el que la ciudad parece expresar la necesidad de trastocar su geografía fija e inamovible e incitar a los seres humanos que la habitan a jugar con la verdad y la ilusión.
Tal vez la única manera de mantener la cordura, sea desatar las fantasías y creer durante algunos instantes en esa imaginería que la ciudad propone en complicidad con la luz única y sorprendente con que la naturaleza dotó este valle.

La sutileza de los pájaros (Medellín, Colombia)

El cielo frío y algodonoso de un amanecer sirve de fondo a esta composición de la que nadie puede reclamar su autoría. Sólo la naturaleza es capaz de ubicar tres aves en un paisaje tan simple como este y crear algo de una belleza tan sutil.
A pesar de su inmovilidad la impresión de vida que se percibe en estos pájaros es asombrosa. Observándolos con cuidado se nota la fugacidad de su permanencia en esas ramas secas: uno sabe que en cualquier momento y por cualquier razón se echarán a volar.
El cielo, el paisaje y las ramas quedarán otra vez desnudos de vida aunque su aspecto simple no desaparezca. Permanecerán a la espera de que regresen las mismas aves o de que otras decidan detenerse allí para crear nuevas composiciones.
En esta ciudad donde el asfalto, las aglomeraciones, la velocidad y el ruido son los elementos que marcan la existencia de la mayoría de sus habitantes, escenas tan delicadas como esta contribuyen a fijar la atención, en otros ámbitos, de aquellos que tengan la fortuna de contemplarlas, así sea durante unos segundos.

Una palmera... y el cielo (Medellín, Colombia)

Las palmeras que abundan en las plazas y a la orilla de las avenidas, de las calles, en los jardines, como si esta ciudad hubiera sido construida junto al mar, proyectan contra el cielo, dondequiera que se encuentren, su figura perfecta y airosa.
El cielo de todos los días que en algunas ocasiones no lo perturba ni el blanco lechoso de las nubes, se ve de pronto alterado por el verde lujurioso de una palmera. La nitidez del tronco que se prolonga hacia arriba, como si pretendiera cortar la escena que uno contempla, desaparece de pronto en sus hojas que se inclinan con curiosidad para observar la vida desesperada que se agita abajo. Una realidad que se percibe como un desafío a la existencia apacible que uno sospecha se vive allá en las alturas.

El don del águila (Medellín, Colombia)

Este carro que permanece a la orilla de una calle, espera a su dueño, un hombre que con toda seguridad debe ser tan común y corriente como la mayoría de las personas que viven en esta ciudad, al que tal vez nunca han asaltado los demonios interiores que acechan a mucha gente.
Sin embargo este vehículo parece uno de esos carros que podrían aparecer en una película de David Lynch, tal vez atravesando un desierto norteamericano. De su interior saldría quizá la música de un viejo radio interpretando algún tema country, mientras que el hombre que conduce mira sin inmutarse la carretera frente a él. A su lado una mujer dormiría intranquila, como para transmitirle al espectador la tensión de la vida que han llevado en los últimos días sus pasajeros y que el destino que los espera al final del recorrido no puede ser de ninguna manera apacible.
Ojalá que la gente que lo use lleve una existencia tan interesante como uno se imagina que debe ser la vida de quien se atreve a viajar en medio de tanto color y entregado a los designios del espíritu de un águila y de un gran jefe indio.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...