Un laberinto (Medellín, Colombia)

Uno siempre se representa los laberintos como lugares de paredes estrechas que giran y giran siguiendo un patrón definido en ocasiones, en otras no, pero todas las veces con la intención de que quien se interne en uno de ellos se embolate.
Sin embargo, existen en las ciudades laberintos como éste, donde es la propia realidad la que se pierde entre las columnas que dejan ver el horizonte pero que contribuyen de alguna manera a que aquellos que transitan por ahí con la mente en otra parte, como se dice, corran el peligro de perder, al menos durante un instante, el sentido de orientación.

Flotando (Medellín, Colombia)

Algo hay entre los niños y el agua. Una fascinación como esa debe responder a sentimientos tan profundos en el ser humano que rondan lo atávico.
Estos niños como millones antes que ellos tampoco resistieron la llamada. Y al parecer su deseo de flotar en medio del agua se vio complacido.
Para la imaginación, siempre desbordada, de un niño este pequeño cuadrado debió convertirse en una balsa de esas que utilizan periódicamente los náufragos en las novelas de aventuras. Desde allí zarparon, alejándose de la mujer que afuera de su realidad, los mira y se deja llevar, suponemos, por la fascinación que ejercen los niños en el imaginario femenino.

Entre lluvia y columnas (Medellín, Colombia)

El viejo edificio Carré se destaca enmarcado entre las montañas lejanas y las columnas que en un primer plano se mezclan con el bambú.
Esta edificación centenaria se ha convertido en un elemento que enriquece la apariencia de este sector de la ciudad, atestado de vehículos y gente.
En el centro de la plaza unas columnas se elevan contra el cielo gris matizadas por el bambú, mientras que el edificio, en una esquina, levanta su aspecto distinguido con la nobleza que dan la belleza y los años.
Las montañas que acompañan casi todas las imágenes de esta ciudad se desdibujan con la lluvia que por estos días acompaña todas las tardes hasta hace poco tan soleadas.

Entre paredes (Medellín, Colombia)

En el aire espeso de una tarde fría, la silueta de una iglesia intenta desaparecer de la vista, aunque las paredes de la ciudad den la impresión de haberse movido para dejar ver, desde lejos, su estructura de ladrillo.
En esta ocasión el adobe no se incendia como en esos atardeceres soleados cuando la luz particular de esta ciudad le da a todas las cosas una tonalidad tan cálida que es difícil de describir. Es como si el aire y la neblina se unieran para suavizar las aristas que una ciudad le impone al paisaje.

Tres hombres (Medellín, Colombia)

Cobijados por la arquitectura de una biblioteca tres hombres, separados del resto de la gente que aparentemente gasta el tiempo de la misma manera que ellos, observan pasar el mundo, quizá comparándolo con el que conocieron en otras latitudes o con el que experimentaron hace unos cuantos años cuando fueron niños.
Tal vez las reflexiones estén lejos de sus mentes y lo único que pase por ellas sea constatar las horas o minutos que han pasado allí a la expectativa de que su realidad cambie. O que quien les dio cita en esta esquina se presente y los lleve por fin al lugar prometido.

Es un convoy que pasa (Medellín, Colombia)

El ruido, las conversaciones y las risas pertenecen a un grupo de niños que recorre en fila las calles del barrio, montados en sus carros de juguete. Parecen vestidos para asistir a un carnaval, de esos que se suceden en las diferentes culturas de la tierra.
Pero para ellos es más importante el viaje en sí que el lugar hacia donde se dirigen. Tal vez ni siquiera sea importante saberlo, quizá la seducción de este convoy esté en que no se dirige a ninguna parte, como los carruseles que giran incesantemente con sus coches y caballos tallados, detenidos en el espacio.

El aire de La Playa (Medellín, Colombia)

La luz del sol que calienta el aire e ilumina La Playa tiene unas características tan distintas a la luz de otros rincones de la ciudad que hasta las cosas inanimadas adquieren una calidad especial. Como si las cubriese una pátina de objeto antiguo, de esos que se ven en las fotografías de los barrios viejos de París o Roma o de cualquiera de esas ciudades milenarias.
Será la consecuencia del recuerdo que la tierra guarda de las viejas ceibas que sombreaban la Avenida en otro tiempo o tal vez se deba a los diseños que dibujan en el aire y en el piso las palmeras, plantadas quizá cuando esta ciudad apenas era un pueblo grande con aires citadinos.
Cualquiera que sea la razón, caminar por La Playa, bañado por el sol de la mañana sintiendo en la piel la caricia del aire tibio, es una experiencia digna de contarse.

Una tarde en San Ignacio (Medellín, Colombia)

Una tarde de pálido sol sirve a los habituales de San Ignacio para volver a entregarse a la atmósfera apacible de la plazuela después de un fuerte aguacero.
Hasta un árbol, que está cambiando de hojas, se ha llenado de palomas que no se toman la molestia de bajar a buscar entre las rendijas del piso cualquier migaja o algún maíz olvidado en el último repaso de picos. Prefieren quedarse arriba calentandose con los rayos del sol que a esa hora abandona el suelo.
En esta tarde medio gris, el color y el movimiento parecen concentrados en una pequeña niña que se mueve incesantemente alrededor de la madre, tan insensible como los demás a los cambios climáticos que se suceden en esta plazuela; una muestra en pequeño de lo que pasa en el resto de la ciudad.

Los paseadores (Medellín, Colombia)

Desde el tranquilo interior del Astor y saboreando el clásico jugo de mandarina, uno se puede dedicar a ver pasar a la gente por Junín; a veces todos parecen turistas que por fin se hubieran decidido a visitar la ciudad y tuvieran que verlo todo al mismo tiempo.
En algunas ocasiones se aglomeran frente a la entrada y uno apenas ve con dificultad una que otra cara. Pero otras, es como si por algún tipo de sortilegio la mayoría de la gente desapareciera y sólo quedaran en la calle aquellos que realmente disfrutan de pasear por Junín una tarde de sábado, sin afanes ni temores al proverbial paso inexorable del tiempo.

Que pase la luz (Medellín, Colombia)

El balazo o Monstera deliciosa Liebm como le dicen los científicos a esta hermosa trepadora, originaria de Centroamérica, es una de esas plantas que nos ha acompañado siempre a los que hemos vivido toda la vida en esta ciudad.
En cualquier parte encuentra uno esta planta, desde el patio de la casa de la abuela hasta las salas de las casas grandes, pasando por los jardines públicos y privados.
Pero aunque siempre ha estado presente en la ciudad casi nunca se tiene la oportunidad de ver la luz traspasando así una hoja nuevecita de balazo. Es como si además de los agujeros de la hoja, la luz se desbordara e impregnara toda su superficie.
Se imagina uno que en las selvas, de donde debe ser originaria, era una bendición para la naturaleza pequeña estar al cobijo de un balazo, así podían recibir luz a través de sus agujeros pero también a través de esa pantalla en que podía convertirse una hoja cuando recién nacía.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...