Uno siempre se representa los laberintos como lugares de paredes estrechas que giran y giran siguiendo un patrón definido en ocasiones, en otras no, pero todas las veces con la intención de que quien se interne en uno de ellos se embolate.
Sin embargo, existen en las ciudades laberintos como éste, donde es la propia realidad la que se pierde entre las columnas que dejan ver el horizonte pero que contribuyen de alguna manera a que aquellos que transitan por ahí con la mente en otra parte, como se dice, corran el peligro de perder, al menos durante un instante, el sentido de orientación.
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