El maíz que está en la base de tantas
civilizaciones americanas aparece en este plato, y en primer plano, para seducir
con su color y forma el ojo del comensal.
En
segundos nos evoca a algunos Hombres de maíz la novela del poco recordado por
estos días nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias, centrada en el
conflicto que enfrenta a dos clases de hombres: los que consideran el maíz como
un alimento sagrado y, por ende, hacen un uso racional de él, contra los que lo
ven simplemente como una mercancía, un producto comercial. Una obra que mediante
un lenguaje surrealista se adentra en las tradiciones orales y ancestrales de
los pueblos indígenas centroamericanos, incluyendo mitos, leyendas, poemas y
canciones.
Pero también nos recuerda el extenso poema Memoria sobre el cultivo del
maíz del
año 1866 escrito en “antioqueño” como lo dijera el gran autor, tan cercano a la
tierra y a nuestro acervo cultural: Gregorio Gutiérrez González, quien con un
lenguaje realista y directo describe la existencia en esta tierra de este don
de la naturaleza.
Todo eso me pasó por la mente mientras saboreaba con
anticipación esta cazuela en cuyo interior esperaban los no menos deliciosos
fríjoles, que combinados con los otros ingredientes siempre son una buena elección;
sin olvidar la arepa, complemento infaltable de nuestra cocina, a la que se le
dio, en este caso, el original toque de una forma de corazón.
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