Del agua de un pequeño lago y rodeada por un
grupo de tortugas que esperan con paciencia, sobresale un pedazo de roca.
Para subirse
a su superficie y aprovechar los rayos del sol tropical que ilumina esta ciudad
las tortugas esperan durante horas a que haya un resquicio por donde desalojar
a las que alcanzaron un lugar antes que ellas.
Esa debe ser la cotidianidad de estas habitantes
permanentes del lago: eternizarse expuestas al sol, flotar alrededor de la
piedra y comer nenúfares o lo que sea que coman estas criaturas supervivientes
de tantos milenios.
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