A
unos cuantos metros de las congestiones que se producen en la calles Ayacucho y
Pichincha o en la carrera Girardot, el visitante despreocupado puede
encontrarse con un lugar tan apacible como éste y sentirse transportado de
inmediato a un ambiente similar al de los monasterios donde la meditación y la
tranquilidad dan la pauta para medir el tiempo.
La
gente que pasa por los corredores aledaños, no mira siquiera este rincón; van
tan inmersos pensando en todas esas gestiones institucionales que les impone la
vida citadina, que apenas si reconocen el camino por donde se desplazan. Pero entre
todos los atractivos que tiene la ciudad este es uno de los que vale la pena visitar,
para entregarse a la lectura, la meditación o para tener una buena conversación sin la amenaza
omnipresente del ruido.
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