Lanzarse al vacío así debe ser una sensación
alucinante. Implica vencer uno de los temores atávicos de los seres humanos:
caer.
Es negarle importancia a la información que llega
al cerebro. Es desafiar conscientemente una de las leyes primordiales de la
física.
Pero para estos atletas es un ejercicio tan
cotidiano, tan sencillo como lo es para la mayoría de las personas de esta
ciudad coger el metro o utilizar una escalera eléctrica.
Ellos
confían en el abrazo de la masa de agua que los espera, pero aun así sus
movimientos deben ser de una precisión milimétrica. Gracias a la habilidad con
que ejecuten esos movimientos, tan repetidos que se han convertido en parte de
su cuerpo como los gestos de su cara o su manera de caminar, es posible realizar
unos saltos que para otros resultarían imposibles.
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