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Cristal líquido (Medellín, Colombia)

Uno de los aspectos más bellos del agua es su fluidez, de hecho gracias a esa característica es que se pueden crear obras de arte inigualables, aunque efímeras, como estas canastas que parecen de vidrio.
Se le hace a uno difícil creer que estas formas aparentemente caprichosas del agua al caer, sean el resultado de un dispositivo circular que le da “forma” al líquido.
Sería más emocionante imaginar a uno de esos incomparables maestros vidrieros de la antigua Venecia, abandonando de noche y subrepticiamente la famosa isla de Murano, por allá en los mil doscientos, para encontrar refugio en el mundo de la fantasía y las leyendas, donde se han fabricado todas esas joyas que a veces aparecen en los cuentos y en las novelas, y dedicarse allí a imprimir a estas pequeñas fuentes esa calidad de cristal, casi imposible de copiar en estos días donde los diseños simples al extremo dominan en casi todos los ámbitos.

La ciudad reflejada (Medellín, Colombia)

La ciudad se copia a sí misma en este ojo de agua artificial y en las fotografías adheridas al muro. Fotografías que se abren como ventanas en lugares específicos y donde han quedado plasmadas, a través del objetivo, unas imágenes parciales de la ciudad.
A las personas que caminaban al lado de esta pared los ojos se les iban hacia las fotos, tratando de identificar los lugares retratados, pero no se daban cuenta de que ellas mismas eran reproducidas con fidelidad casi absoluta en la superficie del agua que apenas se rizaba un poco, como para no engañar del todo al ojo que de pronto estuviera observando sus maniobras.
Uno no sabe adónde van esas imágenes que se roban los espejos de agua o tal vez no van a ninguna parte, quizá se queden en la superficie como la mayoría de las acciones que se ejecutan sin pensar en ellas. Como las palabras que se pronuncian mecánicamente o las acciones cotidianas que el cuerpo realiza sin el concurso de la voluntad. O como esas fotografías que encasillan las ciudades convirtiéndolas en panoramas huecos que no dicen nada.

Un balcón en La Oriental (Medellín, Colombia)

Un lugar desde donde se puede ver pasar la vida acelerada de esta ciudad. Ver como los carros y la gente se dirigen con prisa hacia destinos desconocidos, ajenos a la imagen que adquieren las cosas después de un aguacero. Acaba de pasar y todavía el pavimento tiene este tono gris brillante como si la superficie hubiera sido barnizada. Pero nadie se fija en ello.
Desde este balcón, a esta hora, hasta el fárrago de la avenida adquiere cierta calidad de fenómeno atractivo, como si por un momento el vidrio y las gotas de agua, que no quieren evaporarse, nos hubieran convertido en turistas de nuestro propio entorno.
Ese vidrio húmedo parece que nos hubiera provisto de la distancia tan necesaria, casi siempre, para contemplar la realidad que nos rodea con un poco de objetividad, con menos apasionamiento.

Reflejos (Medellín, Colombia)

Mientras me dejaba llevar por la tranquilidad de este lugar salieron de repente a la superficie las tortugas, sin preámbulos ni alharacas como siempre; con curiosidad tal vez o sencillamente a tomar algo del sol de la mañana.
Este lago, que al decir de los que lo conocieron en el pasado, era mucho más grande, alberga ahora una fauna limitada: unos cuantos peces, las tortugas y los patos que al parecer no permanecen mucho tiempo en él, pues se la pasan atosigando a los turistas y a los paseantes desprevenidos.
Los reflejos de la vegetación, que le dan ese aire de lugar sereno y apacible, se ven removidos de vez en cuando por el nado suave de los peces y los brillos que la caparazón de las tortugas le arranca al sol.
A veces parecen reliquias de piedra, arrojadas allí por hombres de tribus ya desaparecidas pero que continuarían existiendo a través de sus creencias.
Sin embargo los ídolos se mueven y lo hacen al compás de ese reloj lento y milenario que rige sus vidas, tan distinto al que rige las nuestras, de ritmo acelerado.
No son figuras pétreas abandonadas en el agua, son seres vivos cuyas existencias alteran, aunque sea imperceptiblemente, los reflejos de la superficie.

Una vista clásica (Medellín, Colombia)

Nada más clásico que tomar una foto de esta fuente en el parque Bolívar; hacerlo es como querer capturar una imagen del agua queriendo unirse al cielo o como documentar el paso de quienes al fondo entretejen a diario sus caminos con las de otros desconocidos.
Esta fuente que ha estado allí durante décadas se ha ido convirtiendo, con el paso de los años, en una fuente muda, nadie la oye. Los ruidos de la ciudad silenciaron su canto hace mucho tiempo.
Sólo les queda a los visitantes del parque ver cómo el agua juega siempre de la misma manera, circular e hipnótica, sin que se perciba ningún sonido.

El genio del estanque (Medellín, Colombia)

Tal vez otra característica que contribuye a convertir una ciudad en un lugar cosmopolita y llamativo para gente de todo el mundo, es la habilidad de evocar en sus rincones lugares exóticos y desconocidos, como este estanque que rememora algún pacífico jardín de una antigua población india, china o japonesa. Parece como si en cualquier momento se pudiera ver entre las raíces de las plantas la figura elegante de los peces que fueron sagrados para esas civilizaciones. Culturas que sabían tanto de la belleza como del recogimiento espiritual que puede propiciar su contemplación.
Las flores pierden protagonismo en esta imagen donde uno espera que entre los peces invisibles y las sombras inquietantes del fondo, aparezca el genio que habita en el estanque y revele ante nuestros ojos la sabiduría milenaria de las entidades que moran en el agua.

La furia del agua (Medellín, Colombia)

Una cabeza de expresión airada parece arrojar el agua como si pretendiera apagar un fuego invisible para el observador, pero que de alguna manera se ha convertido en una amenaza.
El agua sale con fuerza como un grito líquido que manifiesta toda la impotencia de la figura atrapada en la pared. Apenas sobresale su cabeza y esto es suficiente para que se exprese con toda la furia de que es capaz.
Las facciones de ese rostro infunden temor. Tal vez porque la fuerza del agua se ha venerado desde hace miles de años y en múltiples culturas tiene una posición privilegiada en sus mitos originarios y aparece en muchas de las leyendas que han acompañado diversas civilizaciones.
Aunque cualquier persona sin imaginación podría decir que esta cabeza no es más que un grifo domesticado, que sirve para canalizar un inofensivo chorro líquido utilizado como algo decorativo. Desconociendo ese saber que le atribuye al agua uno de los poderes más terribles de la tierra. No en vano es uno de los elementos más abundante en este planeta.

Un rincón oriental (Medellín, Colombia)

Esta fuente que parece alzarnos en alas de la imaginación y depositarnos en un patio árabe o morisco, se puede ver en una de las casas más emblemáticas de la ciudad, una de las pocas casas antiguas del centro que todavía permanecen en pie. Restaurada hace unos pocos años, en la casa Barrientos pueden encontrarse detalles arquitectónicos y de diseño tan bellos como esta fuente, donde a nadie se le ha ocurrido echar ni una sola moneda. Tal vez porque el juego del agua al distorsionar los colores del fondo es de por sí un deseo cumplido, o será porque los antiguos habitantes de la casa se deslizan furtivos en las noches y las recogen para que sus pequeñas superficies redondas y metálicas no distorsionen el color y el diseño de estos baldosines, a los que sólo el agua es capaz de agregar más belleza y de resaltar las combinaciones de sus tonos.
No es difícil tampoco imaginar el canto del agua y los olores de un naranjo o un limonero que quizá por un recuerdo atávico, uno cree que deben ser los acompañantes de una fuente como esta.

Un baño a las once en punto (Medellín, Colombia)

Entre los miles de palomas que trazan sus caminos en el aire o en los andenes y plazas de la ciudad, éstas han decidido tomar un baño cada día, a la misma hora.
A las once, con la minuciosidad neurótica con que se mueven por todas partes, se presentan al lugar donde unos chorros danzan incesantemente, como si las moléculas de agua quisieran montarse unas sobre otras para alcanzar mayores alturas.
Las palomas, invisibles para la mayoría de las personas que viven en una ciudad, se mueven por rutas idénticas día a día; recorren los mismos caminos pisoteados por la gente que apenas si las mira, vuelan entre las mismas azoteas y saledizos que enmarcan su mundo. Para ellas la ciudad tiene una geografía distinta a la de nosotros, con lugares mágicos donde a determinadas horas aparece un ser indefinido que les arroja maíz o como este lugar, donde en ciertos momentos del día surgen de la tierra los refrescantes surtidores de agua.
El objetivo de la cámara paralizó sus cuerpos, de la misma manera que detuvo el movimiento fluido e interminable del agua. Esos chorros que se retuercen con la misma intensidad con que las palomas mueven sus cabezas desconfiadas.

La fuente del patio... (Medellín, Colombia)


…que nos da frescura… dice el viejo bolero.
Para los japoneses, por el contrario, más que la frescura del agua, la gracia de una fuente está en su canto. El golpear del agua tiene un timbre y una sonoridad que tranquiliza, aunque por estas latitudes a mucha gente le perturba el espíritu, porque su oído está ya viciado por la cacofonía que produce la ciudad.

Agua, agua (Medellín, Colombia)


Dicen los que han pasado por desiertos que el calor y la sed hacen ver espejismos a los viajeros. Por fortuna (o no) las fuentes de agua que hay en la ciudad nos evitan pasar por esa experiencia. Sino fuera así, qué de alucinaciones tendríamos a cada momento, imaginando lagos y ríos donde zambullir el ansia de humedad.

El chorro del tiempo (Medellín, Colombia)

Las frágiles rutinas (que componen la vida en una ciudad) se ven resquebrajadas constantemente por accidentes que sorprenden la atención adormecida de los transeúntes. El tiempo sin embargo continúa su marcha incesante, mientras el agua irrumpe de manera imprevista y los niños, amantes de cualquier cosa que subvierta el orden, hacen causa común con ella.

Duelo de agua (Medellín, Colombia)

Cualquier pretexto es válido para darle salida a las ganas de competir y ejercitar además, todas esas otras habilidades que el ser humano desarrolla desde la infancia.

Santuario (Medellín, Colombia)

Un retazo de vegetación (donde diferentes especies se mezclan en un caos aparente) y un pequeño ojo de agua, recuerdan las repetidas imágenes que se fijan en la memoria del viajero, cuando se mueve por las carreteras que lo conducen a la ciudad o lo alejan de ella.
En medio de calles, contaminación y edificios el visitante de este sitio tiene la posibilidad de sentirse en uno de esos lugares donde la luz, el agua y las plantas infunden la reverencia que sólo inspiran los santuarios.

Columnas (Medellín, Colombia)

La falta de altura de estos chorros se ve compensada con el dramatismo de su forma. La uniformidad de las columnas del fondo refuerza la impresión que causa el agua en movimiento.

Fuente de agua dulce (Medellín, Colombia)

Los colores brillantes de las esferas que flotan en el agua de la fuente, hacen creer al observador que está mirando unos confites gigantes. Sólo quedan unos cuantos y se desconoce a quién están destinados en el remoto caso de que fueran dulces en realidad.
El agua sin embargo es casi seguro que no es salada.

Otra playa en Medellín (Colombia)


Parque de los deseos. ¿El nombre de este parque tendrá alguna relación con el pozo de los deseos?
¿Será que alguien habrá formulado un deseo estando en este lugar? ¿Se le habrá cumplido?

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...