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Los paseadores (Medellín, Colombia)

Desde el tranquilo interior del Astor y saboreando el clásico jugo de mandarina, uno se puede dedicar a ver pasar a la gente por Junín; a veces todos parecen turistas que por fin se hubieran decidido a visitar la ciudad y tuvieran que verlo todo al mismo tiempo.
En algunas ocasiones se aglomeran frente a la entrada y uno apenas ve con dificultad una que otra cara. Pero otras, es como si por algún tipo de sortilegio la mayoría de la gente desapareciera y sólo quedaran en la calle aquellos que realmente disfrutan de pasear por Junín una tarde de sábado, sin afanes ni temores al proverbial paso inexorable del tiempo.

La mitad de una sombra (Medellín, Colombia)

Una imagen que se repite en esta ciudad es la de los paraguas dañados, o sombrillas en este caso. Aunque su estado es lamentable los dueños se resisten con energía a desecharlos. Será que el afecto que le guardan los habitantes de esta ciudad a sus objetos es tan fuerte que no se atreven a desprenderse de ellos, o será acaso que a mucha gente no le importa ya que estos ni siquiera puedan cumplir la función asignada.
En un día soleado dos mujeres intentan, sin conseguirlo, protegerse del calor bajo media sombrilla. La mujer que la sostiene camina bajo el sol sin darse cuenta al parecer que la media sombra escasamente les cubre la mitad del cuerpo.

Contra la corriente (Medellín, Colombia)

Esta corriente de agua que atraviesa la ciudad de sur a norte arrastra siempre las sustancias más extrañas e indeterminadas.
Sin embargo un hombre que no le teme a las consecuencias de su osadía draga manualmente el fondo para arrancarle unas cuantas paladas de arena.
Parece una metáfora de la vida humana: una corriente interminable que intenta arrastrarnos y el hombre empecinado en ir contra el fluir del agua en busca de su tesoro particular, que en la mayoría de los casos se reduce a unos cuantos puñados de arena.

La caricia de las sombras (Medellín, Colombia)

A la sombra de una cabina telefónica dos personajes de la ciudad se entregan a sus preocupaciones cotidianas.
Podrían ser una madre con su hijo revisando un cuaderno de tareas. O un par de socios confrontando las cuentas de su negocio.
A cualquier cosa puede obedecer esta escena que se desarrolla en El Centro de la ciudad, donde se dan cita todo tipo de personas dedicadas a las actividades más peregrinas. Todos cobijados, en uno u otro momento, por las sombras de los árboles, las palmeras o los edificios que es la manera más usada por la ciudad para acariciar a sus habitantes.

Multitud (Medellín, Colombia)

Bajo una estructura arquitectónica que recuerda las copas de los árboles, que afortunadamente campean aún en esta ciudad, una multitud se reúne a contemplar las flores que en profusión se encuentran en estas regiones.
A primera vista parece una multitud sin nada que la distinga, como la que se puede encontrar en cualquier evento de esos que se hacen permanentemente en las ciudades. Pero estas personas tienen una motivación que las enaltece, están reunidas en este recinto para ver y enamorarse más de las flores que han caracterizado siempre esta ciudad.


Una apacible tarde (Medellín, Colombia)

Las tardes de sábado bajo los árboles evocan en algunos lugares de la ciudad escenas parecidas, guardando las proporciones, contempladas en algunas obras impresionistas. Como si la gente, a pesar de los miles de kilómetros y la distancia en los años que separan aquellos visitantes decimonónicos de los paseadores locales se sintiera inducida, en todas las latitudes, a complacerse en la sombra y el frescor que dan los árboles. Por eso será que se entregan a esa languidez que se apropia de los miembros y a veces hasta del pensamiento.

La música es así (Medellín, Colombia)

En esta ciudad, donde todavía quedan vestigios de la vieja Villa, aparecen por ahí en una plaza o en un banco algunos de esos cantores que ha conocido la humanidad desde antes de aprender a tener memoria.
Tal vez sean ellos los encargados de mantener viva la verdadera música, aunque sus instrumentos desafinen y sus voces cascadas hayan perdido la sonoridad de antaño.
La música es así, encuentra las vías aparentemente más peregrinas para manifestarse. A veces la gente alrededor finge indiferencia, pero el sonido los invade y de pronto alguien se siente obligado a echar un vistazo para comprobar que no es un mundo irreal el que percibe su oído.

Ciudad con árbol (Medellín, Colombia)

Un árbol solitario ha asumido la tarea de reforzar la vida con la que apenas cuatro personas intentan impregnar un rincón de la ciudad donde la ausencia de multitudes, tan características de las metrópolis, enfatiza la frialdad que pueden llegar a tener las construcciones humanas.
En el contraste entre árbol y arquitectura, siempre llevará las de ganar el árbol, aunque en las ciudades su importancia se vea reducida a un mero agente decorativo.

Secretos de balcón (Medellín, Colombia)

A veces una mirada inquisitiva permite encontrar esos lugares que comúnmente están a cubierto de la curiosidad de la mayoría de la gente. Aunque casi siempre los ojos de los transeúntes se quedan en el limitado horizonte que los edificios y la gente les permiten y pocas veces se dirigen hacia las alturas.
En estos espacios que se proyectan al vacío se esconden pequeñas evidencias que dan cuenta en su cotidiana sencillez de la intimidad de las personas.
Es como si de alguna manera la vida íntima que se desarrolla en el interior de los apartamentos generaran, tarde o temprano, una especie de excrecencias que se van depositando lentamente en los balcones. En ocasiones es posible verlas desde la calle, pero casi siempre permanecen ocultas, como si la ciudad se avergonzara de esas pruebas anodinas de quienes a fin de cuentas, son tan reales como los que caminan por la calle, aunque uno nunca los vea.

El teatro de la calle (Medellín, Colombia)

No se sabe si uno está contemplando una escena de esas en la que los actores se intercalan con la gente común y corriente que habita los espacios de la calle o si es una de esas actuaciones aparentemente espontáneas donde unos actores intentan sorprender o entretener, aunque sea, a un público apático.
Aunque la realidad de esta ciudad es tan sui géneris que es posible que el acto principal esté a cargo de las dos niñas que miran con detenimiento toda la parafernalia que suele acompañar a quienes actúan en los parques.
Tal vez la verdadera obra esté siendo interpretada por todos nosotros, los que pasamos y por los que se quedan allí sentados, escenificando sus propias vidas en aquello que tantos escritores han llamado el teatro de la vida.
Quizá la desacompasada música de los intérpretes es apenas el abrebocas o el episodio introductorio para el evento principal que todavía no se ha escrito y para el cual el público no se ha congregado todavía.

Caminante vertical (Medellín, Colombia)

No siempre los que caminan esta ciudad en todas direcciones lo hacen de la manera usual. Algunos eligen o son elegidos para recorrer la ciudad en forma vertical. Como las lagartijas o los insectos.
Desde allí deben tener una óptica sui generis de lo que puede ser el movimiento de la ciudad. Algunos fingen su verdadero interés y simulan dedicarse a esos trabajos riesgosos que sólo unos cuantos realizan. Pero su verdadera intensión, lo que los mueve en la vida es observar a los demás y a la ciudad desde otra perspectiva.

Una mañana de sol (Medellín, Colombia)

La gente va y viene inmersa en sus mundos privados aunque estos se opongan entre sí o se acerquen sin que nadie se dé cuenta.
Basta una mañana de sol para que las palabras y las miradas vuelvan a agitar, casi frenéticamente, el aire que renuevan cada día los árboles de esta plazuela.
Lo que si permanece invisible para todos, hasta para ellos mismos, son los pensamientos que los acompañan siempre.
En fin, otra mañana soleada en la ciudad, capturada para la eternidad del ciberespacio por el lente de una pequeña cámara digital.

Tres monjas y una paloma (Medellín, Colombia)

Qué pasará al otro lado que estas monjas siguen con tanto interés. Es algo tan atrayente para ellas que no se han dado cuenta de la presencia de la paloma. Pudo haber sido el espíritu santo vestido de gris y su curiosidad les impidió darse cuenta de esa aparición.
Mientras esperaban la llegada del metro se acercaron al pasamanos y de pronto se vieron atrapadas por algún suceso, o quizá se perdieron en sus pensamientos, que a veces tienen la capacidad de aislarlo a uno del entorno mejor que cualquier muro. Lo cierto es que ninguna se dio cuenta de la llegada de la paloma desde las alturas.
Suele suceder con mucha frecuencia que sólo los observadores, los que están por fuera de una escena pueden contemplar con desapego lo que sucede frente a sus ojos.
Lo mismo debe acontecer con ellas, desde la altura pueden ver con claridad y entender además lo que sucede allá abajo o en sus cabezas y sin embargo no pueden ver que tal vez la sabiduría se está acercando a ellas y la están dejando pasar.

Puerta al vacío (Medellín, Colombia)

Un hombre se debate entre dos azules, contemplando quizá la posibilidad de perderse en cualquier cielo.
Y es que hay días de soledad tan intensa que uno cree que sólo en el vacío es factible encontrar algún tipo de desahogo.
La mirada perdida del hombre apenas si le permite quedarse en el lugar donde su cuerpo ha permanecido durante mucho tiempo. Es como si a lo lejos la verdadera vida lo llamara y tuviera que luchar en su interior con el mundo conocido donde habita y del que apenas si podrá escapar si desecha los caminos usuales.

El fluir de las historias (Medellín, Colombia)

No hace falta ser escritor para ir acumulando al pasar por las calles de esta ciudad historias que sorprenden o que repiten el humano hacer de todos los días.
Tal vez sea una característica de las ciudades latinoamericanas, o quizá sólo de las colombianas, pero en los barrios donde las vidas de las personas se tejen en las calles y hasta con los cables que atraviesan el cielo, pasan tantas cosas a cada momento que es difícil centrar la atención en un suceso en particular, sin dejar de sentir que se está dejando de lado un acontecimiento trascendental; son tantas las cosas que suceden simultáneamente. Son tantos los indicios que podrían seguirse para llegar a encontrarse con un relato sui géneris o tal vez uno común y corriente, pero que por ser tan habitual podría llegar a resumir la existencia de muchos seres humanos.
En fin en las calles de estos barrios que tapizan las montañas de la ciudad la sensación de vida es sobrecogedora y uno se atreve a pensar que seguirá así hasta el fin de los tiempos.

La esquina del movimiento (Medellín, Colombia)

Las esquinas de esta ciudad tienen su magia, es como si los comerciantes hubieran analizado que para mucha gente son algo más que un elemento de la arquitectura. En una esquina se puede definir una vida.
Siempre están planteando la terrible pregunta, seguir o no seguir, voltear o continuar hacia el frente, girar a la derecha o a la izquierda. Y mientras a uno lo invade la duda los colores y el movimiento de estos locales te pueden atrapar en su remolino incesante.
Hay de esquinas a esquinas, pero ésta es una de las tantas donde el color y su misma vocación están llamando constantemente a los transeúntes para que se integren en su actividad de todos los días. Este sitio, como otros tantos en la ciudad, es el depositario de ese montón de esperanzas de detener el tiempo y proteger la vida del olvido, al fin y al cabo esa es la función que le hemos asignado las personas comunes y corrientes a las fotografías.
Este lugar por donde pasan a diario miles de personas es uno de esos que se pueden encontrar en cualquier parte del centro o de cualquier barrio de la ciudad y siempre con las mismas características: los colores intensos en la fachada y la misma aglomeración de gente ansiosa esperando ser atendida en el negocio de turno.

Los que van, los que vienen y los que se quedan (Medellín, Colombia)

La gente que camina por la ciudad va y viene por las calles y los parques sin tener en cuenta la red de hilos invisibles que crean sus pasos. Algunas veces se detienen y junto con otros, que deciden hacerlo en el mismo momento, forman aglomeraciones que tal vez tengan la misma causa o que quizá sólo obedezcan a la casualidad.
De forma simultánea y por las razones más anodinas o sin causa aparente se forman esos grupos que fijan su atención en determinado punto de la ciudad y de la misma forma se deshacen para congregarse de nuevo por algún otro suceso o deciden de pronto continuar con el camino que siguen sus vidas o las de los demás.
La atención va y viene como los pasos de la gente, que parece moverse de un lado para otro tal vez con la esperanza de que la ciudad en cualquier momento se convierta en espectáculo: uno de esos performance que a veces hacen los artistas para sacar a los individuos de su ensimismamiento.

Junín (Medellín, Colombia)

A la sombra de las palmeras y del edificio Coltejer la gente se pasea por Junín.
No importa de dónde vengan o cuánto tiempo lleven viviendo aquí, tarde o temprano “todo el mundo” llega a Junín para caminar por estas tres cuadras de restaurantes y almacenes, que hacen parte de uno de los recorridos más tradicionales en esta ciudad.
A veces, para quienes vivimos aquí, este recorrido se vuelve tan cotidiano que las vitrinas y los edificios y hasta la gente dejan de mirarse con el asombro de la primera vez, pero siempre, aunque uno pase por allí muchas veces, la magia de esta calle emblemática permanece. Es como si durante las muchas décadas que la gente ha caminado por allí, hubiese impregnado esta calle de esa magia que tienen los lugares donde las personas de todas partes sienten que algo de ellas se les queda o como si inconscientemente dejaran algo de si a propósito para tener la disculpa de volver.
Junín es uno de esos sitios que tienen todas las ciudades donde nadie se siente ajeno a la tierra que pisa, uno de esos lugares que aunque resulten extraños o exóticos para algunos, no dejan de hacer sentir a los visitantes que, de alguna manera, también les pertenece.

La ciudad reflejada (Medellín, Colombia)

La ciudad se copia a sí misma en este ojo de agua artificial y en las fotografías adheridas al muro. Fotografías que se abren como ventanas en lugares específicos y donde han quedado plasmadas, a través del objetivo, unas imágenes parciales de la ciudad.
A las personas que caminaban al lado de esta pared los ojos se les iban hacia las fotos, tratando de identificar los lugares retratados, pero no se daban cuenta de que ellas mismas eran reproducidas con fidelidad casi absoluta en la superficie del agua que apenas se rizaba un poco, como para no engañar del todo al ojo que de pronto estuviera observando sus maniobras.
Uno no sabe adónde van esas imágenes que se roban los espejos de agua o tal vez no van a ninguna parte, quizá se queden en la superficie como la mayoría de las acciones que se ejecutan sin pensar en ellas. Como las palabras que se pronuncian mecánicamente o las acciones cotidianas que el cuerpo realiza sin el concurso de la voluntad. O como esas fotografías que encasillan las ciudades convirtiéndolas en panoramas huecos que no dicen nada.

Un balcón en La Oriental (Medellín, Colombia)

Un lugar desde donde se puede ver pasar la vida acelerada de esta ciudad. Ver como los carros y la gente se dirigen con prisa hacia destinos desconocidos, ajenos a la imagen que adquieren las cosas después de un aguacero. Acaba de pasar y todavía el pavimento tiene este tono gris brillante como si la superficie hubiera sido barnizada. Pero nadie se fija en ello.
Desde este balcón, a esta hora, hasta el fárrago de la avenida adquiere cierta calidad de fenómeno atractivo, como si por un momento el vidrio y las gotas de agua, que no quieren evaporarse, nos hubieran convertido en turistas de nuestro propio entorno.
Ese vidrio húmedo parece que nos hubiera provisto de la distancia tan necesaria, casi siempre, para contemplar la realidad que nos rodea con un poco de objetividad, con menos apasionamiento.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...