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Portada a las bellas artes (Medellín, Colombia)

Hay en las ciudades determinados lugares que se vuelven tan familiares para la gente, los han visto en tantas ocasiones, han caminado tantas veces frente a ellos, que con el tiempo han adquirido una pátina que difumina su aspecto y le impide por algún motivo a la atención que se fije detenidamente en ellos. Es como si permanecieran en un estado casi fantasmal.
Son esas casas o edificios que casi siempre vemos cerrados y que ni siquiera nos preguntamos que podría pasar si alguna vez alguien decidiera hacer públicos los acontecimientos que allí se han llevado a cabo.
No es el caso de esta portada que da acceso a uno de los lugares más tradicionales de la ciudad: el auditorio del Instituto de Bellas Artes.
Esta puerta no siempre está cerrada y cuando se abre es porque algún evento en torno a la cultura de la ciudad se está llevando a cabo. Quizá para algunos desprevenidos sea uno de esos sitios fantasmales del Centro, pero en realidad es un lugar que ha estado vinculado de manera muy estrecha a la actividad artística de la ciudad.

History repeating (Medellín, Colombia)

En el año 57 del siglo pasado se realizaba en la ciudad la cuarta exposición nacional de flores y simultáneamente: a finales de abril y principios de mayo se celebró en Medellín la primera feria de las flores a la que se llamó Festival de las flores.
Sobra decir que en esa época tanto como ahora las flores eran un elemento importante de la vida de la ciudad.
Tanto ayer como hoy la gente esperaba congregarse en la ciudad para asistir a las fiestas que se anunciaban.
Pero como dice Shirley Bassey en su canción History repeating, lo hemos visto antes y lo veremos de nuevo, pero lo que para cada generación que vive esta Feria de las flores no se repite, es la emoción causada por los distintos eventos en torno a las flores que se realizan en la ciudad.

Calles de Guayaquil (Medellín, Colombia)

Este sector por donde se movían los habitantes del viejo Guayaquil al ritmo de las notas de tango, que salían de los bares, transmitió en otra época tanto como ahora una sensación de exceso, aun en las horas de la mañana que por lo general son las más tranquilas en la ciudad.
Ni la fachada de líneas clásicas y colores sobrios logra impregnar esta calle de orden o de organización. Es como si el caos que ha existido siempre en estas calles se apoderara de todas las actividades que se realizan por allí.
Sin embargo, a pesar de los cambios que han traído consigo los planes de reacondicionamiento urbano, cuando uno pasa por aquí se siente un aire de nostalgia que va y viene sutilmente trayendo recuerdos e impresiones de esa ciudad que quedó muy atrás en el tiempo, pero que se resiste a desaparecer.

Los caminos de la soledad (Medellín, Colombia)

Si tenemos en cuenta que este lugar está ubicado en el corazón de la ciudad, alrededor del cual pasan diariamente miles de personas, habrá que estar de acuerdo en que esta es una imagen inquietante por decir lo menos. Es como si esas escalas condujeran a las zonas secretas que se dice permanecen inexploradas en las entrañas de grandes ciudades.
Aunque no siempre fue así, hubo un tiempo en que podían verse llenas de gente, cuando en este edificio los teatros proyectaban las películas del momento y convocaban a diario a los amantes del cine. Ahora esos espacios estarán abandonados para que el tiempo realice su trabajo transformador o se habrán dedicado a oficinas donde se gestionan asuntos tan importantes que apenas algunos enterados sabrán de qué se trata.
Claro que, como todo aficionado a la fantasía, prefiero pensar que estas escalas por donde ya nadie pasa, pertenecen al camino de quienes deciden dejar el mundo para zambullirse en esas otras dimensiones paralelas que coexisten con nuestro universo… o algo por el estilo.

Una casa colombiana (Medellín, Colombia)

Hoy, como todos los días patrios, ondea en las casas de Colombia la bandera tricolor.
Pero este día es distinto, es un día cargado de sentido, pues se conmemoran los doscientos años de un hecho que nos debería dar a los colombianos un punto de referencia, hacia el cual dirigir la mirada para construir ese concepto de identidad que ha sido tan remiso para nosotros y que es tan necesario para la vida de todos los pueblos.
En esta casa se ha venido izando la bandera cada 20 de julio desde hace más de treinta y cinco años y seguramente se izará durante mucho tiempo más por sus actuales habitantes o por quienes los sucedan en este rincón de la ciudad que parece un pequeño paraíso para quienes viven allí.

Lo antiguo más lo moderno (Medellín, Colombia)

A veces se nos olvida que la historia incluye no sólo los sucesos del pasado remoto sino también los más cercanos. De la misma manera que en las ciudades permanecen unas al lado de las otras construcciones de diferentes épocas.
Allí se mezclan, a veces con verdadero acierto, edificios antiguos con otros que no tienen tantos años pero que han pasado a formar parte, en las pocas décadas que llevan de existencia, de esa imagen urbana que nos acompaña, a veces inconscientemente, cuando intentamos hacernos una idea de la apariencia de nuestra ciudad.
Estos dos edificios tan opuestos en el tiempo, en la arquitectura y en las tareas a las que se les ha destinado, forman sin embargo una hermosa composición que sin lugar a dudas embellece ese lugar tan saturado de gente, carros y edificios que llamamos El Centro y que es en realidad más grande de lo que creemos generalmente.

Alfombra roja para que pase la historia (Medellín, Colombia)

Una situación inquietante por decir lo menos. Acaso los soldados de esta calle de honor esperan a que salga un personaje del edificio o permanecen allí a la expectativa de que alguien pase frente a ellos, llegue hasta el fondo y desaparezca en el interior.
De hecho se ven unas personas entrando como si estuvieran en la comitiva de quien quiera que acabe de pasar por la alfombra. Pero también se ve un camarógrafo listo para filmar a cualquiera que sea que llegue y pase frente a los soldados.
Las posibilidades son múltiples, así que por que no mencionar la menos plausible pero verdadera:
Estos soldados acaban de hacer una calle de honor, para que frente a ellos pasara un grupo de hombres vestidos a la usanza de las huestes de hace doscientos años, dirigidos por un hombre con aspecto de prócer.
Esa es la razón para que todavía estén allí, impertérritos, a la espera de que aquellos combatientes interinos vuelvan a salir del edificio, pasen por la alfombra roja y regresen a la bruma del anonimato, después de recibir un homenaje dirigido a quienes lucharon en las guerras de la Independencia.

Una trampa para la memoria (Medellín, Colombia)

En una tapia, pintada con ese amarillo ocre que recuerda el color de los barrancos, se abre a la calle una ventana que podría ser tan vieja como la misma ciudad.
Mirarla es ya entrar en otra realidad, la de las historias no escritas que debieron vivirse sin testigos en estas habitaciones.
Cuando el aire se cuela en este lugar agita las memorias que yacen bajo el polvo, las capas de recuerdos que cubren los objetos y cualquier superficie hurtada a la luz directa. Pero lo que a la vista parece polvo es sólo la existencia desmenuzada de toda la gente que pasó por allí.
Entrar en un lugar como éste, debe ser tan peligroso como hacer una regresión al pasado sin cartas de navegación y sin guías que conozcan las rutas y los atajos para poder volver. Se corre el riesgo de querer permanecer en ese mundo que la distancia en el tiempo cubre con una patina de aventura, tan seductora para quienes viven la vida gris y repetida de todos los días.
Y si alguien quiere una prueba de la trampa en la que pueden convertirse estos lugares viejos, basta mirar con detenimiento los barrotes de la ventana para ver, atrapado irremisiblemente, un reno de esos que arrastran trineos en los diciembres. Quizá intentó echar un último vistazo a un recuerdo, particularmente emotivo, de los que se atesoran allí y por eso quedó enredado en unos barrotes que parecen las varillas y las piezas de un antiguo ábaco que tal vez alguien utilice para llevar la cuenta de quienes se han perdido en el interior del pasado.

Las joyas de Carabobo (Medellín, Colombia)

Dos edificios de estilo arquitectónico similar son las dos joyas que adornan el final del paseo peatonal en que se convirtió la carrera Carabobo, una de las calles más emblemáticas del centro de la ciudad.
Este sector, que durante gran parte del siglo XX estuvo dedicado al comercio popular, se conoce ahora por tener dos de los edificios más importantes para la ciudad desde el punto de vista arquitectónico e histórico.
Estas edificaciones que fueron inauguradas en 1895 han presenciado el paso de varias generaciones de medellinenses: desde los que vieron la finalización de siglo XIX hasta los que contemplan los comienzos del siglo XXI.
Después de un largo período de decadencia, durante el cual se destinaron a todo tipo de comercios, han sido restaurados y entregados a la ciudad como asiento de instituciones dedicadas a la educación.

La casa de la esquina (Medellín, Colombia)

De qué material están hechas esas casas que resisten el paso del tiempo con tanta entereza. Los artesanos que las construyeron desde sus cimientos debieron poner tanto interés y esfuerzo en ellas, que de alguna manera sus emociones quedaron impregnadas en las paredes, en los tejados, en los balcones.
Estos balcones a los que nadie dirige ya una mirada de interés fueron alguna vez el centro de atención de los paseantes. Allí se asomaron, a ver pasar la vida en el parque Bolívar, personas que tenían relación con la gente de mayor relevancia de esa vieja ciudad que se resiste a desaparecer entre el concreto de los nuevos edificios y el asfalto de las viejas calles renovado una y otra vez.
El parque se cubre cada vez más con la frondosidad de unos árboles que tal vez fueron sembrados después de la época en que esta casa fue una de las más impresionantes de la ciudad.
Estos balcones que han visto desaparecer árboles centenarios, apenas han sufrido deterioros que unas cuantas manos de pintura no puedan reparar. Pero nada conocemos del interior de esta casa. Tal vez ha sido destrozado por los nuevos dueños. Quizá sea un espacio desnudo y frío que no recuerda la calidez de sus antiguos habitantes.
Será que apenas los balcones y el techo son los únicos que conservan algo del espíritu de la vieja casa o a quien entre lo espera la sorpresa que se le depara a quienes osan no dejarse llevar por las apariencias.
En todo caso esta casa construida en una esquina del parque Bolívar, que algunos se atreven a llamar patrimonio arquitectónico, debería estar en proceso de restauración para que así la ciudad gane en riqueza visual e histórica.

La Candelaria (Medellín, Colombia)

En uno de los costados del parque Berrío se puede ver una de las iglesias más antiguas y emblemáticas de la ciudad. Su arquitectura, que se remonta a la época de la colonia, le da un toque venerable a un lugar que ha sido testigo de todas las transformaciones por las que ha pasado esta ciudad; que ha contemplado impasible todas las aventuras a las que se han lanzado sus habitantes. Que ha visto pasar frente a su fachada las muchas generaciones constructoras de esta urbe, que para millones de personas es irremplazable en todo el mundo.
La ciudad de los contrastes, ofrece con esta iglesia uno más para enriquecer la variedad arquitectónica y artística de esta tierra.
Un templo que en su interior guarda además de obras de arte religioso, un órgano alemán que llegó a lomo de mula a mediados del siglo XIX.

La calle de los bancos (Medellín, Colombia)

Este sector de la calle Colombia fue hace mucho tiempo la zona bancaria más importante de la ciudad.
La arquitectura de estos edificios nos remite a esa época donde los bancos eran monumentales, con sus fachadas de piedra, pisos de mármol y grandes puertas de bronce, algunas finamente trabajadas, que daban acceso al interior de estos santuarios del dinero.
Hoy los bancos no se concentran en un lugar específico de la ciudad. Y ahora esta calle, que es uno de los lugares más congestionados de la ciudad, recibe cada día una gran cantidad de gente que se mueve, por sus andenes y sus calles, con una urgencia que denota el ritmo ansioso con el que una ciudad marca a sus habitantes.

El Centro (Medellín, Colombia)

Hace mucho tiempo El Centro, donde convergían todas las actividades importantes de la ciudad, se fragmentó en varios núcleos que se desplazaron a otros espacios de la capital.
Antes, cuando esta urbe era en realidad una villa, la gente encontraba en El Centro todos los sitios que podían tener relevancia para su vida. Ahora, sin importar desde cuál ángulo se observe, uno no deja de pensar en él como en una reliquia arqueológica, que tiene un espacio privilegiado en la memoria de quienes recorrieron las pocas calles que lo conformaban, en la búsqueda ciega que toda ciudad alienta en sus habitantes.
Este conjunto de calles y edificios todavía conserva su imponencia, así se le observe desde una terraza de uno de esos mismos edificios y la mirada se estire hasta el fondo, para perderse en las montañas azules que rodean el valle y que siempre se tendrán en cuenta cuando se trate de esta ciudad.

Entre lo antiguo y lo moderno (Medellín, Colombia)

Una antigua iglesia languidece perdida entre talleres de mecánica, bodegas y carpinterías. El estilo de referencias góticas de su arquitectura, que se acomodó a los materiales disponibles para la época en estas tierras, se deteriora dignamente sin que todavía se haya presentado la iniciativa de restaurar el edificio, como parte importante del patrimonio arquitectónico de la ciudad y de su memoria histórica por supuesto.
Otro lugar de la ciudad que se muere lentamente a causa de la contaminación pero principalmente de la soledad.
Al fondo el edificio inteligente se levanta como un sólido recordatorio de la implacabilidad del tiempo. Una referencia a los nuevos modos de construir y a las nuevas preocupaciones que desvelan a los medellinenses. Aunque parece que la vieja edificación llevara sobre su lomo al moderno edificio.
Es como si todavía el nuevo aspecto de la ciudad precisara del viejo para apoyarse en él, aunque sea nada más por la necesidad de establecer una comparación entre lo antiguo y lo moderno.

Un rincón oriental (Medellín, Colombia)

Esta fuente que parece alzarnos en alas de la imaginación y depositarnos en un patio árabe o morisco, se puede ver en una de las casas más emblemáticas de la ciudad, una de las pocas casas antiguas del centro que todavía permanecen en pie. Restaurada hace unos pocos años, en la casa Barrientos pueden encontrarse detalles arquitectónicos y de diseño tan bellos como esta fuente, donde a nadie se le ha ocurrido echar ni una sola moneda. Tal vez porque el juego del agua al distorsionar los colores del fondo es de por sí un deseo cumplido, o será porque los antiguos habitantes de la casa se deslizan furtivos en las noches y las recogen para que sus pequeñas superficies redondas y metálicas no distorsionen el color y el diseño de estos baldosines, a los que sólo el agua es capaz de agregar más belleza y de resaltar las combinaciones de sus tonos.
No es difícil tampoco imaginar el canto del agua y los olores de un naranjo o un limonero que quizá por un recuerdo atávico, uno cree que deben ser los acompañantes de una fuente como esta.

Cóndores no se ven todos los días (Medellín, Colombia)

Es casi imposible que exista un sólo habitante del Valle de Aburrá que haya visto alguna vez un cóndor desplegar sus alas sobre la ciudad, sin embargo los cóndores vigilan permanentemente desde las alturas el día a día de quienes caminan presurosos por las calles del centro.
Apostado en entradas de edificios o erguido en la parte superior de muchos escudos de la república, el cóndor, ave emblemática de nuestro país, permanece inmutable a los cambios que con regularidad afectan la imagen de la ciudad.
A pesar de que la mayoría de las personas ha dejado de percibir su silueta, la fuerza de su aspecto impresiona a los que miran con detenimiento las fachadas de ese centro, que todavía conserva algunos rincones de la vieja arquitectura.
Su mirada penetrante y escudriñadora se fija con intensidad en el barullo permanente de las calles y los parques, como la de esta escultura que observa desde el dintel de la entrada al antiguo edificio de la Bolsa los ires y venires de la gente en el Parque Berrío.

Una ojeada a la Metropolitana (Medellín, Colombia)


La catedral de estilo románico conocida como la Metropolitana y situada en el parque Bolívar impresiona con su gran tamaño. Los miles de ladrillos que se emplearon para su construcción le dan ese aspecto particular con el que, tal vez inconscientemente, se han identificado durante décadas los constructores de las casas de adobe en los barrios de la ciudad. Como si su gran presencia hubiera influenciado la arquitectura de las laderas.
La sabia combinación de volúmenes y líneas es tal vez el aspecto que más resalta en el exterior de esta iglesia.
Otro bello edificio en el centro de la ciudad que llama la atención por la sencillez que caracteriza este estilo arquitectónico y que redunda en la proyección de tranquilidad en el entorno donde está ubicada.

Piedra y cielo (Medellín, Colombia)

En Colombia la unión de estos dos términos todavía evoca, no se si con nostalgia, la polémica generada por los piedracielistas, esos poetas que al final de los treinta dieron tanto de que hablar en torno a la poesía colombiana.
Ahora para un par de transeúntes de esta ciudad esas dos palabras unidas los lleva a pensar no en poesía, pero si con nostalgia, en esa ciudad que por allá en la década del cincuenta empezaba a agitar sus alas de ciudad moderna, construyendo sus edificios al mejor estilo contemporáneo. Edificios cuyas fachadas estaban recubiertas con una combinación de materiales que resaltaba la belleza de la piedra y el reflejo del cielo único de esta ciudad, en los paneles de vidrio de las ventanas.
Otra fachada del centro que ha acompañado desde lo alto el andar presuroso de los medellinitas o el caminar despreocupado de los soñadores de cualquier lugar. Es uno de los cuantos que hasta ahora se han salvado del prurito regenerador y que ojalá se preserve durante mucho tiempo más.
La poesía no sólo se escribe o se lee, también se vive si se observa con una mirada creativa los entornos por los que transcurre nuestra vida.

El misterioso mensaje del octágono (Medellín, Colombia)

En la verja que da acceso a una casa del barrio Prado, dos medallones octagonales enriquecen su sencillo diseño. El relieve que altera su superficie es paradójico en muchos sentidos, bueno al menos en dos sentidos: la efigie de un escultor que talla una obra invisible es a su vez borrada, pero no por el deterioro del metal sino por las sucesivas capas de pintura que unas manos, con muy poca delicadeza, le han aplicado a esta pequeña y hermosa obra de arte. Cada vez que la brocha pasa por su superficie desdibuja la imagen, hasta que llegará el día en que nadie podrá ver algo más que la figura geométrica del exterior.
Al interior del octágono el escultor continuará con su trabajo impalpable. Pero el observador sólo podrá ver y meditar tal vez, sobre la simbología de esta figura geométrica utilizada para construir hitos arquitectónicos tan importantes como la mezquita de Al-aqsa en Jerusalén o el castillo del emperador Federico II en la provincia de Bari, Italia. Sin olvidar las figuras que se utilizaron, en los mosaicos de algunas iglesias de los principios del cristianismo, para simbolizar la eternidad y la totalidad.
Mientras llega el momento de su desaparición sólo es posible, para nosotros los legos, admirar la armonía de esta figura que con pocas líneas ha creado un artista desconocido.
Aunque no sería extraño que algún buscador de misterios se sienta intrigado por el hecho de que un escultor, es decir un creador, se dedique a tallar eternamente algunas palabras o símbolos reveladores, ocultos para el mundo por la pintura, que accidentalmente o de manera premeditada, cubre un mensaje que sólo los iniciados podrán desvelar, si alguna vez se libera esta obra de todas las capas de pintura acumulada durante décadas.

Un barco fantasma (Medellín, Colombia)

Este bello edificio al que la indiferencia de los transeúntes ha echado en el olvido, hace pensar en el casco de un antiguo barco que hubiera quedado atascado en una playa, después de sus incontables travesías por los mares de toda la tierra. Un barco fantasma que a nadie asusta porque nadie percibe su presencia.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...