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De vuelta a a casa (Medellín, Colombia)

Ni la luz rojiza del atardecer, ni el ruido de los motores, ni mucho menos los susurros contenidos de los pasajeros que disimulan el susto que les produce en el ánimo el giro cerrado del avión al enfilar hacia la pista, opacan la emoción que da regresar a casa.
Hasta el aire parece de una textura distinta y el cuerpo se prepara para sentir otra vez la temperatura justa que parece hecha a la medida de cada habitante de este valle.
Aunque los sentidos recuerden el agite de la ciudad, desde el cielo ésta se ve tranquila como una maqueta. Con esa distribución definitiva que deciden los arquitectos, donde todo, hasta los árboles, tiene una razón de peso para hallarse en el lugar que le corresponde.

Ultravioleta (Medellín, Colombia)

Sigue la luz causando asombro a los habitantes de esta ciudad y a todos los que nos visitan por esta época.
Aunque uno no se acabe de acostumbrar del todo a ver los objetos y las personas bajo los filtros monocromáticos del agua.
Es como si las luces de la temporada brotaran a chorros por los poros de la ciudad: desde el suelo, desde las fachadas y hasta de los postes de la energía eléctrica alumbrando, sin distingos, a todo el mundo.

Juegos de agua y luz (Medellín, Colombia)

Agua y luz se combinan para crear un efecto de irrealidad.
La gente que se interna por allí parece absorbida por las fuentes de luz espectral que emergen del piso. Los haces desdibujan a quienes se atraviesan.
Aunque es posible que tales fuentes no sean más que chorros de agua que empapan a los que pretenden caminar por entre ellos sin mojarse.
Así, la gente que pretendía bañarse en color, sale completamente empapada, como si esa luz mojara como el agua.

Luz (Medellín, Colombia)

En esta ciudad la luz del día puede llegar a ser tan intensa que parece deshacer el concreto o la piedra con los que han sido construidos muchos de sus edificios.
Como en este caso donde hasta los vidrios parecen absorber, en vez de reflejar, la luz que los ilumina; es como si toda la edificación se entregara a la fuerza inapelable del resplandor del cielo.
Pero, esa misma luz que parece destruir es la encargada de mantener el verde característico de las palmeras y el resto de la vegetación que se encuentra por toda la ciudad.
Un ejemplo de las paradojas de este planeta: las fuerzas que destruyen son, simultáneamente, las mismas que impulsan la vida.

Los misterios de la luz (Medellín, Colombia)

Bajo la luz de esta ciudad una imagen que parece captada en uno de esos pueblos costeros del caribe puede convertirse, sin solución de continuidad, en una fotografía de recuerdo tomada en un pueblo perdido en las estribaciones de los Andes donde el frío sobrecoge hasta los ladrillos.
Afortunadamente esa luz desapacible de cielos plomizos y grises pocas veces dura algo más que algunas horas, las suficientes como para hacernos dudar y creer, a los que estamos acostumbrados a la infinita variedad de azules, que nos será negado ese espectáculo de ahora en adelante. Claro que nunca sucede, porque el sol vuelve a brillar y a resaltar los colores de todas las cosas además del azul del cielo.

Perfiles de metro (Medellín, Colombia)

Al interior de las estaciones de metro de todo el mundo se han tejido y se tejen innumerables historias, pero pocas dan lugar a que la luz juegue de esta manera con sus estructuras como sucede cada mañana y cada tarde en las de esta ciudad.
El observador se ve impulsado a dejarse llevar por la imaginación y a inventarse las historias más sorprendentes o las más inverosímiles, apoyado solamente en el juego de las luces y las sombras que desdibujan o resaltan estas construcciones.
Es como si los contrastes que refuerzan las sombras impregnaran de dramatismo unas estructuras tan sencillas como esta.
El cielo se recorta contra el techo de la estación y a lo lejos un avión da un vistazo rápido a la ciudad antes de que la oscuridad transforme todos sus volúmenes en una composición de siluetas y perfiles.

La luz opaca de la memoria (Medellín, Colombia)

Así como estas ventanas, que parecen abandonadas al tiempo, dejan pasar con dificultad la luz exterior, así mismo sucede con los recuerdos que pocas veces dejamos que se vuelvan conscientes.
Hay vivencias que por inocuas o dolorosas se van quedando en el fondo de la memoria. Cuando de pronto se hacen visibles las cubre esa capa lechosa que adquieren las ventanas viejas a las que tangencialmente las acaricia un rayo de sol.
A veces, como por accidente, salen a la superficie y entonces dichas reminiscencias causan pena o dolor, pero en muchos casos apenas si logran levantar, en el polvo donde duermen, una tenue estela de nostalgia.

La luz de la colina (Medellín, Colombia)

No son solamente los barrios de las laderas los que caracterizan la vista de esta ciudad, están también esas colinas cubiertas de casas que surgen aquí y allá en la geografía del valle.
En días como estos, en donde las nubes adquieren esa dimensión gigantesca que parece a propósito para pintar un gran cuadro a la manera de los paisajistas del siglo XIX o de los pintores de la Gran Bretaña expertos en escenas de la campiña inglesa, uno quisiera percibir las colinas con tonalidades diferentes a las de todos los días, como si la luz fuera capaz de cambiar también la solidez de las construcciones y darles un toque fantástico o de otro tiempo. Sin embargo, en este caso, el cielo no ha influido y las casas se ven idénticas a como las ve el observador que las mira diariamente.

El juego de la luz en las ventanas (Medellín, Colombia)

La luz cálida o fría, que se ha colado por estas ventanas desde hace décadas, parece buscar con insistencia entre las sombras los objetos y los rostros que reveló época tras época a los ojos de los habitantes de estas viejas casas.
Los objetos desaparecieron hace tiempo del recuerdo o tal vez reposan en otros espacios o en tiendas de antigüedades desarraigados de la historia que sus dueños intentaron construir cuando vivían allí.
Los rostros de la gente, que se asomaba en las mañanas con las expectativas de apropiarse del mundo y que lentamente tuvieron que rendirse a la presión que la realidad ejerce sobre los sueños, también yacen en la memoria olvidada de los muertos o en la de los ancianos, que aunque constantemente rememoran su pasado, son incapaces de revivirlo para quienes transitan por la ciudad con paso vivo.
Sólo las ventanas continúan con su tarea: dejar entrar la luz en el mismo ángulo de siempre pero iluminando unos espacios que tienen un peso distinto y un aire que se agita a otro ritmo y con otros aromas.

Al costado de la catedral (Medellín, Colombia)

A las cuatro de la tarde el sol calentaba con fuerza los adobes de la catedral como si quisiera volver a cocer el barro. Se filtraba por las ventanas estrechas cubiertas de vitrales y coloreaba el piso interior de la iglesia con la combinación de luces con que el sol brillante tocaba las baldosas. Era como si al atravesar el vidrio, la luz se convirtiera en un líquido de múltiples colores que se vertía con suavidad en el embaldosado.
Si uno pudiera presenciar ese fenómeno, que se produce cada vez que la luz entra por los costados de la catedral desierta, tendría miedo hasta de respirar por temor a desdibujar con el aliento las figuras que se producen en el aire, en la superficie de las columnas y en el piso.
Afuera la gente caminaba con languidez, ignorante del fenómeno que ocurre cuando la iglesia está cerrada y el sol está a punto de perderse detrás de las montañas como en esta ocasión.

Una ciudad de luces (Medellín, Colombia)

Desde hace muchos años esta ciudad se ha convertido en un lugar donde se le da gran importancia a la belleza de la luz.
Por eso no es extraño encontrarse cualquier noche con un espectáculo de juegos pirotécnicos resaltando las siluetas de los árboles, de las nubes o de los edificios. Hasta las montañas se perciben mejor, recortadas nítidamente contra esos cielos iluminados de manera artificial.
Las luces se proyectan contra el cielo convirtiéndolo en una paleta de colores tan variada que siempre maravilla a los habitantes de esta villa. Es como si en esta ciudad la gente buscara repetir la luz que en el día abrillanta los tonos de la naturaleza y de esos colores que se mezclan siempre, a veces caóticamente, en las calles.

La silueta de los árboles (Medellín, Colombia)

La realidad, sin necesidad de retoques ni de ayudas, a veces nos hace creer en cosas que no existen aunque las vemos.
Un árbol que mece sus ramas en una esquina del parque Bolívar, adquiere en las horas de la tarde una apariencia irreal, como si fuera una figura recortada en cartulina negra, pegada sobre la superficie iluminada de un edificio y el azul del cielo.
Es como si las sombras proyectadas por un árbol, de pronto hubieran empezado a crecer por voluntad propia, sobrepasando los límites del edificio y hubiesen invadido el cielo o como si fueran una parte de la ilustración para una historia china, de esas donde los héroes se encuentran con árboles mágicos que pueden convertirse en sus salvadores o en sus enemigos, pero en todo caso en entidades que forman parte activa de la historia que se cuenta.
Tal vez suceda lo mismo con esos árboles que acompañan la cotidianidad de esta ciudad, y nosotros sin saberlo estemos expuestos a la influencia benéfica o dañina de sus sombras, dependiendo del genio o espíritu que los habite.
Este árbol que tiene la habilidad de convertirse en una hermosa sombra oscura para invadir el cielo, debe ser uno de esos gracias a los cuales el alma se sana a pedacitos. Cuando la gente pasa cerca, o por debajo de sus ramas, el ánimo se les modifica sólo con contemplar su silueta.

Zafiro y acero (Medellín, Colombia)

Será la luz de esta ciudad la que tiene la propiedad de convertir las estructuras más pesadas en ligeras y transparentes o será un fenómeno que se presenta siempre que se juntan estos dos elementos: luz y metal.
En este rincón donde el vidrio ha reemplazado las paredes y que sirve para iluminar un salón de grandes proporciones, la luz atraviesa con intensidad los cristales convirtiendo el metal en una superficie tan satinada, que para el observador aparece como si no tuviera relación con la dureza y la pesadez de ese material.
Tal vez por esa cualidad de la luz de esta ciudad o de cualquier ciudad del mundo la combinación de metal y vidrio se ha hecho tan popular. Cada uno de estos elementos le entrega al otro algo de sus características.
Aunque en esta ciudad el azul del cielo es de tal intensidad que convierte un vidrio corriente en un cristal que recuerda los destellos del zafiro. La combinación de vigas y columnas se ve convertida, por efectos de esta luz, en un poderoso armazón de acero.

En estos cuartos oscuros... (Medellín, Colombia)

En estos cuartos donde la fuente de luz es una ventana, cubierta por unos vidrios opacos que la hacen más sugerente y misteriosa, no hay que esforzarse mucho para imaginarse lo que podría sentir una persona que nunca hubiera estado en el exterior. Tal vez creería que la solución a todas sus carencias estaría afuera en ese lugar donde la luz llega sin obstáculos a todas partes, o quizá sentiría el temor de que al estar expuesta constantemente a la multiplicidad de imágenes que la luz revela, pudiera perder la libertad de espíritu que propician la oscuridad y la penumbra, cuando obligan a la gente a observarse a sí misma con más detenimiento.
Si se analiza bien esta foto, es mucho más intrigante lo que se oculta en la sombra que los paneles de vidrio atravesados por la luz impunemente, sin revelar nada, como esos discursos vacíos donde se utiliza un gran número de palabras pero que al final no descubren las intenciones de quienes los pronuncian, ni aclaran las dudas de quienes los escuchan.

A la luz del atardecer (Medellín, Colombia)

Quien haya leído a los autores que han escrito de ciudades tan memorables como Alejandría, o Estambul (en cualquiera de sus encarnaciones), de Kyoto o New Orleans, debe haberse dado cuenta de que hacen un énfasis especial en la particularidad de la luz de aquellas urbes, como si de alguna manera la naturaleza bendijera esos puntos de la geografía, con una luz distinta a la que puede bañar cualquier otro lugar de la tierra.
Pero en esta ciudad, que cambia de colores constantemente según la hora del día y la calidad del cielo, la gente lleva a cabo sus actividades cotidianas indiferente a ese fenómeno que hace de esta villa otro de esos lugares privilegiados.
Pocos se dan cuenta cuando el cielo en complicidad con el sol les cambia el color de la piel, o les intensifica ese tono cálido que adquieren las superficies a la luz rojiza o dorada del cielo, en los atardeceres, al que ni siquiera la palidez más recalcitrante puede resistirse.

Los planos inclinados del paisaje (Medellín, Colombia)

La luz que entra al edificio de esta biblioteca por una serie de ventanas de forma tan llamativa y a la vez tan simple, se roba tanto la atención que hasta la gente se olvida del lugar donde se encuentra para permitir que la mirada se pierda en el paisaje.
El norte de la ciudad que se ve a través de estas ventanas se convierte en parte de la arquitectura, como si a las paredes se les hubiera asignado el papel de enriquecer el espacio que contienen con la vista segmentada de algunas partes del valle que el aire de la mañana deja ver a lo lejos.

La otra ciudad (Medellín, Colombia)

El juego libre de la luz y el vidrio sobre las superficies de los edificios, crea a veces unas imágenes tan reales, que al observador se le hace difícil saber cuáles son las verdaderas y cuáles son producto del reflejo.
Por eso cuando se observan las fachadas de estos edificios, que oscurecen las calles estrechas del centro de la ciudad, se ve siempre un panorama distinto, que depende tanto de la luz de ese momento, como del ángulo desde dónde se miran.
Los ambientes interiores que se alcanzan a vislumbrar detrás de los vidrios, adquieren a ratos esa atmósfera de los lugares que se ven en los sueños. Sitios de dimensiones indefinidas donde los espacios parecen transformarse constantemente en otros.
Un juego de reflejos con el que la ciudad parece expresar la necesidad de trastocar su geografía fija e inamovible e incitar a los seres humanos que la habitan a jugar con la verdad y la ilusión.
Tal vez la única manera de mantener la cordura, sea desatar las fantasías y creer durante algunos instantes en esa imaginería que la ciudad propone en complicidad con la luz única y sorprendente con que la naturaleza dotó este valle.

La luz incierta de las cuatro y media (Medellín, Colombia)

En el viejo reloj de la torre de esta iglesia, al que el tiempo ha borrado casi por completo los números con los que antiguamente marcaba las horas para la gente de Boston, siempre son las cuatro y media. No importa que la luz, a las diferentes horas del día, contradiga sus manecillas.
Pero, en este día cuando los demás relojes marcaban las seis de la tarde, la luz no se parecía a la de ninguna hora.
Por entre las nubes del occidente se filtraban unos rayos que se reflejaron en el cielo cubierto de la ciudad convirtiéndolo en una pantalla pálida y amarillenta, que hacia ver las cosas con una nitidez desacostumbrada, irreal. Sin embargo los tonos de los árboles se fundieron en una serie de trazos negros, finos y delicados que cuarteaban el cielo, como pasa en esas láminas antiguas en las que el tiempo ha tarjado y ennegrecido la laca que les diera ese brillo intangible de los objetos chinos.

La humedad de la luz (Medellín, Colombia)

La luz, que todo lo transforma a su antojo, decidió esta vez hacerles creer a los que observaran la superficie de este edificio, que por su exterior se filtraba el agua. Que la textura no era seca y áspera al tacto sino todo lo contrario, que la mano podría percibir el frescor de la humedad, como si sus paredes rezumaran agua, como si fueran las muros interiores de esos calabozos donde mantenían prisioneros a los héroes de las novelas del siglo diecinueve o a los navegantes que se cruzaron en las rutas de los corsarios que azolaban el Mediterráneo o el mar Caribe. Sólo que aquellas mazmorras adolecían de lo que en esta ciudad tenemos a raudales: luz.
Aunque podría ser uno de esos acantilados que azota el mar incesante y que uno tiene que escalar de alguna manera para recuperar lo perdido en las aventuras por las que ha pasado en la vida.
La verdad es que todo eso hace la luz: convertir una superficie seca en una húmeda o poner a desvariar a la gente pensando que los muros exteriores de una biblioteca, pueden contar más historias que los libros que hay en su interior.

Claroscuro (Medellín, Colombia)

Es innegable que esta ventana compite con el paisaje que se puede ver a través de ella. La ciudad se extiende lánguidamente por las laderas hasta difuminarse por completo en la bruma de la mañana, pero eso al observador le pasa casi desapercibido porque su mirada se ha quedado detenida en la hermosa composición de tubos, que como fuertes trazos de tinta, se entretejen dándole a la luz una calidad que recuerda los cuadros de Rembrandt o de los pintores tremendistas españoles donde la luz aparece, no para develar la realidad sino para agregarle misterio y dramatismo a lo que se representa. Nada más adecuado para una biblioteca donde por principio se pueden rastrear todas las respuestas, todas las aventuras o todos los enigmas.
No parece una ventana para ver al otro lado, sino para mirar hacia adentro. Las imágenes que se perciben al fondo sólo sirven para resaltar la necesidad que se tiene de buscar la luz no sólo en el exterior.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...