Un carro destartalado se desplaza por los andenes de la ciudad y a nadie le parece extraño que su conductor sea un muñeco inflable o que sus pasajeros sean otros muñecos que en alegre algarabía se suben unos sobre los otros, para tener una mejor vista de la ciudad por donde pasan. Nadie escucha sus risas ni sus expresiones de asombro, de la misma manera que nadie nota el movimiento imperceptible con que se mueve su transporte.
Tal vez un hombre se acerque y coja uno de ellos y lo deposite en una bolsa negra y se la entregue a alguien, pero los muñecos seguirán admirando y haciendo esa bulla silenciosa que se refleja en los colores de sus cuerpos. Afortunadamente la memoria de los juguetes es corta y el que se ha ido es olvidado con rapidez.
De pronto algún soñador los mire con el interés del artista y vea en ellos algo más que un montón de mercancías a la venta; vea un grupo de turistas de algún mundo paralelo a éste, que por alguna extraña concurrencia de fenómenos pudimos ver antes de que volviera a desaparecer frente a nuestros ojos, por entre las fisuras del espacio y el tiempo.
Tal vez un hombre se acerque y coja uno de ellos y lo deposite en una bolsa negra y se la entregue a alguien, pero los muñecos seguirán admirando y haciendo esa bulla silenciosa que se refleja en los colores de sus cuerpos. Afortunadamente la memoria de los juguetes es corta y el que se ha ido es olvidado con rapidez.
De pronto algún soñador los mire con el interés del artista y vea en ellos algo más que un montón de mercancías a la venta; vea un grupo de turistas de algún mundo paralelo a éste, que por alguna extraña concurrencia de fenómenos pudimos ver antes de que volviera a desaparecer frente a nuestros ojos, por entre las fisuras del espacio y el tiempo.