En esta ciudad, donde todavía quedan vestigios de la vieja Villa, aparecen por ahí en una plaza o en un banco algunos de esos cantores que ha conocido la humanidad desde antes de aprender a tener memoria.
Tal vez sean ellos los encargados de mantener viva la verdadera música, aunque sus instrumentos desafinen y sus voces cascadas hayan perdido la sonoridad de antaño.
La música es así, encuentra las vías aparentemente más peregrinas para manifestarse. A veces la gente alrededor finge indiferencia, pero el sonido los invade y de pronto alguien se siente obligado a echar un vistazo para comprobar que no es un mundo irreal el que percibe su oído.