Sobra decirles que esta ciudad me encanta. Así que le cedo la palabra a este globo, que lo dice con gran elocuencia.
La realidad de Medellín va más allá de la imagen oficial. Queremos mostrar el rostro de una ciudad que parece cambiar cada día. Aunque la arquitectura permaneciera inalterada, la atmósfera, la naturaleza y la gente influirían en su aspecto de manera constante.
Arquitectura apacible (Medellín, Colombia)
Este edificio que ha mirado la calle Ayacucho durante décadas, marcó durante mucho tiempo el tono arquitectónico del sector. Ahora es una construcción más entre la profusión de estilos que caracteriza las ciudades latinoamericanas.
Sin embargo sigue siendo un rincón apacible donde el tiempo se ralentiza.
Una aguja (Medellín, Colombia)
Un hermoso objeto arquitectónico se eleva al cielo, facilitándole la labor a quien tenga que encontrar una aguja en la ciudad.
Desde muchos lugares de la ciudad se puede ver esta iglesia. Durante décadas ha observado la ciudad desde las alturas de la calle Ayacucho, sirviendo además de punto de referencia a todos los que quieran visitar uno de los barrios más tradicionales de la ciudad. Sólo basta subir la leve pendiente que desde El Centro conduce a Buenos Aires.
Un lugar en El Centro (Medellín, Colombia)
Hay puntos de la ciudad que tienen una atmósfera tan especial que uno podría llamar mágica, pero es una magia que no emana de la gente sino de las construcciones y de los árboles de los alrededores.
Siempre que uno pasa por El Palo con La Playa siente la compañía de la naturaleza, aunque esté en medio del caos que la gente ha hecho del centro de esta ciudad.
Es como si los árboles que le dan sombra a este lugar del centro crearan en torno a él una pequeña área de tranquilidad, aunque tan imperceptible que la mayoría de la gente no se da cuenta.
La isla de las sillas (Medellín, Colombia)
Independientemente del grado de estética que pueda tener esta presentación de flores en una exposición, es de tener en cuenta la fantasía que despiertan las flores en las personas que trabajan con ellas.
Lo importante en este caso era resaltar la belleza de las flores y sus colores. Y el decorador recurrió al expediente de poner a su alrededor más color matizado con algunas corrientes de agua.
De todas maneras logró su cometido, la gente se detenía frente a este cuadro para admirar, como siempre, las flores. Y tal vez las sillas.
Una belleza diminuta (Medellín, Colombia)
Con un nombre tan sonoro como Solanum nigrum, esta planta diminuta evoca los nombres utilizados por los antiguos médicos romanos para bautizar las plantas con las que curaban a sus pacientes.
Pero en Colombia se la conoce como Yerba mora, esa pequeña planta que crece por ahí en los barrancos floreciendo permanentemente mientras la dejen medrar.
Dicen los que saben que esta planta tiene muchas propiedades curativas aunque sus frutos pueden llegar a ser altamente tóxicos.
Son tan pequeñitas sus flores blancas que apenas se ven por el efecto que produce el conjunto contra el verde intenso de las hojas.
A destiempo (Medellín, Colombia)
A veces uno mira por entre los edificios y ve como los volúmenes y los colores de la ciudad se superponen formando composiciones novedosas que casi nunca se ven cuando se mira el conjunto.
Sin embargo la belleza está ahí, en esa combinación de arquitectura y naturaleza que vuelve intemporal una ciudad. Como lo demuestran los relojes de la torre pues cada uno, a su aire, marca un tiempo distinto.
Las montañas inconquistables (Medellín, Colombia)
Estas montañas que se ven tan cercanas están verdaderamente lejos, se nota por la difusa imagen que la neblina o la contaminación les da.
Sin embargo la ciudad parece acercarse con decisión a ellas, pero pese al asedio constante que ejerce sobre las montañas que la rodean hay lugares que afortunadamente nunca podrá conquistar.
Son tan escarpadas sus superficies que estas montañas pueden estar tranquilas, los bosques que las cubren seguirán allí por muchos siglos.
La única fuerza capaz de cambiar su apariencia sería la de un terremoto.
Los habitantes de esta ciudad deberían estar agradecidos de la protección que dan estas montañas tan altas y tan inaccesibles; así la vegetación no corre peligro de ser asaltada por las urbanizaciones o las invasiones, que para el caso es lo mismo.
Musgo (Medellín, Colombia)
Aunque los científicos lo llamen bryophyta yo me quedo con la entrañable palabra que siempre conocí: musgo, esa palabra que siempre evoca en mi las largas caminadas hasta los bosques que rodeaban la ciudad, mucho más cercanos que ahora.
Salíamos a principios de diciembre en grupos hasta de veinte con ollas y todos los aperos necesarios para hacer el almuerzo a orillas de alguna quebrada de agua fría. El motivo: recoger el musgo que le íbamos a poner a los pesebres.
Era uno de los elementos más importantes de esa pequeña representación que armábamos cada año en las salas de las casas, tal vez porque nos transmitía una sensación de frescura cada vez que nos acercábamos a admirar el pesebre o a rezar la novena.
Ahora gracias a la fotografía puede apreciarse en detalle la belleza de esta planta diminuta que nunca desaparece de los jardines y que se aprovecha de unas cuantas lluvias para reverdecer.
La importancia de los colores neutros (Medellín, Colombia)
No siempre el interés visual que despiertan los lugares de una ciudad depende de las personas o las plantas o los animales… o de la vida en general.
También en los objetos inanimados se pueden encontrar imágenes de gran interés.
En esta distribución de objetos la composición de los volúmenes da como resultado una imagen con gran fuerza, a pesar de los colores neutros que predominan en la fotografía.
Las columnas que constituyen el fondo, enfatizan la soledad evocada por los muebles vacíos, además de reforzar el diseño sobrio de la mesa y las sillas.
Una cena en el jardín (Medellín, Colombia)
A plena tarde y después de uno de esos aguaceros que suelen caer en esta ciudad, una araña de jardín se dedica meticulosamente a preparar su cena. En su telaraña ya cayeron otros insectos, pero son tan pequeños que ella prefirió ignorarlos e ir directamente por el plato principal: algún escarabajo despistado.
Estas escenas, protagonizadas por los seres diminutos que habitan la ciudad con tanto derecho como las personas, deben repetirse cada día millones de veces en los jardines y parques de la ciudad sin que apenas nos enteremos.
Primer plano (Medellín, Colombia)
A primera vista parece como si el amarillo dominara todos los colores de la naturaleza en la ciudad, son tantos los lirios que bordean las avenidas, que colorean los parques.
Y sin embargo a pesar de la cantidad, la vista no se cansa de ver ese tono que alcanzan estas flores cuando se abren plenamente.
Cuando uno observa una flor de estas tan de cerca como la de la fotografía, se puede, con un poco de imaginación, oír el zumbido de la abeja de rigor que viene a impregnarse las patas de polen, tan dorado como sus alas.
Nenúfares (Medellín, Colombia)
Con sus raíces afincadas fuertemente en el fondo del lago flotan despreocupadamente los nenúfares. Nada les perturba, ni los insectos que los sobrevuelan, ni las ranas que se detienen en la superficie de sus hojas para calentar su sangre fría.
Y nada en su aspecto tranquilo y apaciguador, aunque sea esa su función, hace sospechar que esta flor haya tenido su origen en la muerte trágica de una ninfa.
Donde nacen las nubes (Medellín, Colombia)
De estos bosques que todavía cubren algunas laderas cercanas a la ciudad se desprenden, cuando la humedad es la adecuada, algunas nubes: que pueden llegar a convertirse en nubarrones deshechos por el viento o las famosas nimbus que crecen hasta convertirse en nubes de tormenta.
Estos verdes, combinados con el gris del cielo, recuerdan esas postales que los pocos viajeros que visitaron estas tierras en épocas lejanas, pintaban como prueba de haber estado en lugares tan inhóspitos.
Ahora esos lugares inhóspitos están a unos cuantos minutos de la ciudad y sin embargo siguen evocando la tranquilidad de la naturaleza.
Un soplo de aire nuevo (Medellín, Colombia)
La imagen de una ciudad vacía es para quienes viven en ella un soplo de aire nuevo.
Aunque la imagen de las multitudes y el tránsito caótico e imposible de todos los días permanece en la retina siempre.
Pero ese día hasta la limpidez del cielo y la nitidez del aire contribuyeron para ver el paisaje urbano con total claridad.
Así es esta ciudad, siempre sorprendente para los que viven en ella y la saben mirar o para aquellos que deciden pasar unos días entre sus montañas.
Lluvia de flores (Medellín, Colombia)
Cualquiera que haya pasado por las calles de esta ciudad estará de acuerdo en que no sería extraño ver caer en ellas una lluvia de flores. Son tantas las variedades y aparecen en tal cantidad que sólo falta que caigan del cielo.
Pero esta fotografía no fue tomada en una lluvia: son guirnaldas con las que se adornó un sector del Jardín botánico en uno de esos eventos donde la naturaleza es la protagonista.
Cuando se juntan en un solo lugar tantas especies de plantas florales parece como si los ojos se fueran a enfermar de sobre estimulación.
Los colores y las formas se conjugan para asombrar a los visitantes y unas guirnaldas de flores llegan a parecer gotas de lluvia.
Los cantos del camino (Medellín, Colombia)
Las piedras de este camino, cuya forma ha sido afectada durante siglos por el agua, cantan suavemente cuando se las pisa, recordando con un susurro los lechos de ríos y torrentes donde el paso del agua las hacía entrechocar unas contra otras.
Ahora lejos del agua, como parte de una estrecha vía entre la maleza, estos cantos evocan misteriosamente con su sonido los arroyos, ríos y corrientes de donde fueron sacados.
Un estallido de amarillo (Medellín, Colombia)
El amarillo es un color que está íntimamente relacionado con los paisajes de esta ciudad. En cualquier lugar, y en determinadas épocas, revientan las flores del guayacán y embellecen hasta esos lugares que durante casi todo el año pasan desapercibidos por su carencia de atractivo.
Pero cuando florecen los guayacanes, hasta en los días grises donde la luz no resalta los colores de las cosas, las flores de este árbol forman como un estallido que absorbe toda la luz y la devuelve de manera casi enceguecedora.
Mientras tanto las flores que caen reflejan en el piso el árbol que acaban de abandonar.
Una torre en el bosque (Medellín, Colombia)
Como perdida en una inmensa floresta se aparece esta torre a los habitantes de Boston que tienen la ventaja de mirar la ciudad desde cierta altura.
Aunque para un observador imaginativo la torre de una iglesia común se puede convertir en el punto de referencia para recorrer sin perderse un bosque encantando y la vegetación del pequeño parque transformarse en una arboleda interminable donde podrían experimentarse inenarrables aventuras.
Una niebla leve (Medellín, Colombia)
Una niebla leve pero sospechosa, de esas que lo hacen dudar a uno si será el anuncio de la lluvia o por el contrario una nube transitoria de la contaminación que acecha cualquier ciudad en este planeta, se acercaba lentamente a la ciudad.
A lo lejos, las montañas ya habían desaparecido casi por completo.
Así pasa en esta ciudad, después de una tarde soleada la gente puede quedar empapada en cuestión de minutos por un aguacero o sorprenderse al ver como el día se vuelve gris y desapacible.
Son los encantos y los inconvenientes de una ciudad construida en mitad del trópico y atrapada entre montañas.
Un vistazo a Buenos Aires (Medellín, Colombia)
Las torres de las viejas iglesias apenas se distinguen entre tantas construcciones de la pequeña colina que se extiende al centro oriente de la ciudad.
Desde allí El Centro se ve como una ilusión que se hubiera aparecido de pronto. Son tan nítidas las siluetas de los edificios, parecen tan cercanas las avenidas que cuadriculan la ciudad.
Sin embargo cuando uno mira hacia los barrios que componen este sector, los ve apartados como si la vista los alejara. Las iglesias se desdibujan entre el adobe que palidece o se enciende dependiendo de la luz que ilumina tanta casa.
Una visita inesperada (Medellín, Colombia)
Justo en el momento de su mayor esplendor, las flores empiezan a recibir visitas: todos esos insectos que recorren parques y jardines de la ciudad en busca del delicioso néctar que las flores entregan a cambio de la polinización.
Pero siempre hay algunos retrasados, como esta avispa que llego en las horas de la tarde a buscar entre los pétalos algo de lo que pudieron haber dejado los otros animalitos.
Ya las orquídeas se preparaban para dormirse cuando llegó la avispa con su zumbido insistente recorriendo una por una todas las flores hasta quedar saciada.
Despertándolas a todas de ese letargo que en las tardes soleadas parece acunar a todos los seres vivos.
La luz de la ciudad (Medellín, Colombia)
La vista de las interminables filas de carros se ve matizada por un esplendoroso atardecer que hace de telón de fondo al intenso tráfico de este sector de la ciudad.
Tal vez aquellos que iban al volante no pudieron disfrutar de los arreboles que se formaron en las últimas horas de la tarde pero, ahí estuvieron durante un rato para quien quisiera extasiarse con ellos.
Una foto que pudo haber sido tomada en cualquier ciudad pero que la luz de este valle la hace única.
Una espiral (Medellín, Colombia)
Como en esas descripciones donde los antiguos escritores de viajes expresaban su admiración por las construcciones humanas o las maravillas de la naturaleza que hallaban en sus recorridos, nos sorprendió ver en uno de los edificios comerciales más nuevos de esta ciudad, una hermosa espiral que parece resguardar un fuego sagrado, aunque en este caso es una fuente de agua a la que la luz le da una cualidad de fogata.
La gente se dedica a sus asuntos mientras la luz y el agua juegan, envueltas en la forma que al parecer se manifiesta en innumerables fenómenos de la naturaleza: esa figura geométrica que le tomó a la humanidad siglos para identificar en muchas de las formas del universo, desde galaxias hasta la manera lenta y esplendorosa como se abren algunas flores.
Plataforma de despegue (Medellín, Colombia)
En uno de los tantos parques de la ciudad un pájaro espera la señal de salida. Hace rato se encuentra allí, nervioso como todos los pájaros, a la expectativa de que el encargado invisible de dar la señal considere que es el momento adecuado. O a que los insectos que ha estado observando fijamente bajen la guardia para lanzarse sobre ellos.
Claro que si esta ciudad quedara a la orilla del mar estaríamos en un acantilado y el pájaro temblaría de frío y de la excitación que le produciría arrojarse al vacío.
Pero como esta ciudad está confinada entre montañas, esta ave, con nerviosismo y todo, tiene para sobrevolar, desde esta plataforma, un pequeño lago de hierba, aunque de un verde tan intenso que, cuando el sol es muy fuerte, centellea como si fuese agua.
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