La espesura y los espejos (Medellín, Colombia)

Ya no sorprende a los habitantes de esta ciudad que de entre los árboles aparezca de repente un moderno edificio, como si hubiera sido construido en medio del bosque. Es el efecto propiciado por los árboles que cubren algunas de las calles que desde el oriente desembocan en el centro.
El follaje de los árboles y las palmeras, que forma una cubierta de verdes sobre la calle Bolivia, deja ver por entre sus ramas algunos edificios, aislándolos de la gran masa de construcciones que conforman este sector de la ciudad, al que se le ha dado el nombre genérico de El Centro.
Este edificio, que en días muy soleados refleja el color del cielo y las montañas cubiertas de casas, apenas si logra competir en impacto visual con la composición de tonos y texturas con que la naturaleza ha dotado a la vegetación.

Ayacucho, una calle de colores (Medellín, Colombia)

Una de las calles características del centro de la ciudad es la calle Ayacucho donde los almacenes de ropa, de telas y de todo tipo de mercancías dominan la escena, pero donde también los andenes se ven desbordados por la cantidad de puestos que ofrecen casi las mismas cosas de los almacenes.
Esta es la calle donde empieza el famoso “hueco”, una especie de bazar oriental visitado diariamente por miles de consumidores, que muchas veces sólo se dan una pasada por allí, para alimentar el deseo en la contemplación de los productos manufacturados en el país y de los que llegan de todas partes del planeta.
La gente que se aventura por este laberinto está expuesta al bombardeo de colores que ostentan las mercancías que se ofrecen, así como a la cacofonía de sonidos que envuelve todo el lugar, donde los vendedores se disputan la atención de los que pasan ofreciendo, a voz en cuello o por parlantes, sus mercancías con los mejores precios, según dicen.
Pero el hecho que debe sorprender más a quien se interna por primera vez en este caos de colores es la mirada indiferente de los transeúntes: como si el barullo que los rodea fuera el ambiente natural para cualquier ser humano.

La Candelaria (Medellín, Colombia)

En uno de los costados del parque Berrío se puede ver una de las iglesias más antiguas y emblemáticas de la ciudad. Su arquitectura, que se remonta a la época de la colonia, le da un toque venerable a un lugar que ha sido testigo de todas las transformaciones por las que ha pasado esta ciudad; que ha contemplado impasible todas las aventuras a las que se han lanzado sus habitantes. Que ha visto pasar frente a su fachada las muchas generaciones constructoras de esta urbe, que para millones de personas es irremplazable en todo el mundo.
La ciudad de los contrastes, ofrece con esta iglesia uno más para enriquecer la variedad arquitectónica y artística de esta tierra.
Un templo que en su interior guarda además de obras de arte religioso, un órgano alemán que llegó a lomo de mula a mediados del siglo XIX.

Cerro El Volador (Medellín, Colombia)

Como un calvero en la mitad de un espeso bosque, se destaca a lo lejos el cerro que parece dormir placidamente en medio de la ciudad urbanizada.
Sus árboles y sus prados que otrora eran el pasto preferido de los incendiarios, son ahora como un oasis de silencio y aire fresco en el caos de sonidos y humaredas que asaltan la ciudad día a día.
En esta panorámica el cerro, que intenta difuminarse en el aire opaco de la ciudad, adopta los tonos azulosos de las montañas lejanas como si pretendiera alejarse de la intensa urbanización que lo constriñe, convirtiéndolo en un pequeño pulmón que respira con dificultad, pero que al fin y al cabo contribuye con mucho del oxígeno que necesita este valle para no morir asfixiado por la contaminación.

La calle de los bancos (Medellín, Colombia)

Este sector de la calle Colombia fue hace mucho tiempo la zona bancaria más importante de la ciudad.
La arquitectura de estos edificios nos remite a esa época donde los bancos eran monumentales, con sus fachadas de piedra, pisos de mármol y grandes puertas de bronce, algunas finamente trabajadas, que daban acceso al interior de estos santuarios del dinero.
Hoy los bancos no se concentran en un lugar específico de la ciudad. Y ahora esta calle, que es uno de los lugares más congestionados de la ciudad, recibe cada día una gran cantidad de gente que se mueve, por sus andenes y sus calles, con una urgencia que denota el ritmo ansioso con el que una ciudad marca a sus habitantes.

La gruta del santo (Medellín, Colombia)

Como si estuviera escondida entre la espesura de un bosque, una gruta dedicada a un santo parece esperar la llegada de uno de esos caballeros andantes que recorrían el mundo medieval, en busca de aventuras y de portentos.
Aquí podría encontrar las señales para elucidar el misterio que atormenta a un rey o a una princesa.
O podría ser la entrada a uno de esos lugares subterráneos, donde espera un hechicero con la magia necesaria para encontrar el camino a algún castillo encantado.
Claro que todo esto es factible sólo en el mundo de la fantasía que se mueve en una dimensión paralela a la que vivimos todos los días; sin embargo la ciudad que acoge en su territorio rincones como estos le regala la posibilidad de soñar a cualquiera que desee hacerlo.
Basta con mirar los lugares que vemos diariamente con una mirada creadora. En ese mundo donde todo es posible, no es descabellado pensar que la gruta de este santo es la entrada a cualquier lugar fantástico que queramos imaginar.

La ilusión de la igualdad (Medellín, Colombia)

El verde de estos uniformes que siempre se asocia con actividades de control, se relaciona en este caso con el impacto visual que producen los objetos cuando se repiten. Aunque en una primera mirada parece como si se estuviera viendo una serie de réplicas de una misma figura, las diferencias se hacen evidentes cuando se mira en detalle.
Parece una de esas imágenes donde unos espejos se copian a sí mismos, alejándose y empequeñeciendo cada vez más para desaparecer en el infinito. Pero los detalles, siempre los detalles, rompen la ilusión: no son más que personas vestidas de la misma manera.
Los uniformes generalmente crean la ilusión de igualdad pero hay que tener en cuenta que quienes los usan nunca son idénticos.

Zafiro y acero (Medellín, Colombia)

Será la luz de esta ciudad la que tiene la propiedad de convertir las estructuras más pesadas en ligeras y transparentes o será un fenómeno que se presenta siempre que se juntan estos dos elementos: luz y metal.
En este rincón donde el vidrio ha reemplazado las paredes y que sirve para iluminar un salón de grandes proporciones, la luz atraviesa con intensidad los cristales convirtiendo el metal en una superficie tan satinada, que para el observador aparece como si no tuviera relación con la dureza y la pesadez de ese material.
Tal vez por esa cualidad de la luz de esta ciudad o de cualquier ciudad del mundo la combinación de metal y vidrio se ha hecho tan popular. Cada uno de estos elementos le entrega al otro algo de sus características.
Aunque en esta ciudad el azul del cielo es de tal intensidad que convierte un vidrio corriente en un cristal que recuerda los destellos del zafiro. La combinación de vigas y columnas se ve convertida, por efectos de esta luz, en un poderoso armazón de acero.

Aves de jardín (Medellín, Colombia)

Desde hace algún tiempo estas pequeñas aves invadieron los jardines y los parques de la ciudad. Silenciosamente se fueron apropiando de los espacios que alguna vez fueron el dominio de los pájaros.
Parecen haber sido diseñadas para vivir en un ambiente urbano: su plumaje se confunde fácilmente con el gris y el ocre que dominan muchas de las superficies construidas por el hombre. Pero también se confunden fácilmente con el juego de luces y sombras que se producen entre la vegetación.
Son algo así como una suave plaga que aparentemente no causa ningún perjuicio. Su número parece aumentar por épocas para después reducirse casi hasta la extinción.
En este jardín suelen echarse al sol como si fuera un lugar de retiro o de descanso, donde al abrigo de unos cuantos árboles se dedican a dejar que el tiempo pase.

Orquídeas al vuelo (Medellín, Colombia)

El mundo de las metáforas no se circunscribe únicamente a la literatura y al arte. En las creaciones de la naturaleza también se encuentran referencias y comparaciones que se imponen por sí solas al ojo del observador.
En esta fotografía es imposible no comparar las flores con pájaros lanzados al aire, como si el vuelo no fuera solamente patrimonio exclusivo de aves, insectos o aparatos mecánicos hechos por el hombre.
Su vuelo silencio y estático se repite cada año, sorprendiendo a los habitantes de la casa donde vive, que se preguntan siempre cómo es posible que una flor vuele sin necesidad de desplazarse.
Esta planta salió de un bosque húmedo y umbroso en la mochila de un estudiante que desconocía la belleza de sus flores. Hace décadas se aclimató contra todos los pronósticos en un patio de esta ciudad, tan distinto a la profusión de árboles, líquenes y humedad que la rodeaban. Después de años de esperar que a su alrededor volvieran a crecer los árboles y la humedad del aire volviera a ser la misma, la orquídea descubrió que tal vez lo que más echaba de menos de su lugar de origen era lo que ahora tenía plenamente: un silencio plagado de esos sonidos irrepetibles que produce el viento cuando acaricia una pequeña hoja o el estallido repentino de una gota de rocío cuando se estrella contra el suelo.
Por eso decidió volver a volar de la misma forma a como lo hacía en aquel bosque de sombra verde.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...