Ciudad monocromática (Medellín, Colombia)

No siempre la mezcla de colores hace que las imágenes sean impactantes. A veces las fotografías se vuelven más dramáticas cuando son en blanco y negro. Pero en esta imagen de un edificio del Centro las tonalidades son tan sutiles que dan le sensación de que en la ciudad, a causa de algún fenómeno inesperado, todos los colores han perdido su fuerza. Quizá por eso esta fotografía tomada en una fría mañana se volvió interesante.
En esta ciudad donde el ocre de los adobes y el verde de la vegetación son la nota que predomina es refrescante, tanto para la vista como para el sentido estético, encontrarse con lugares como estos donde los tonos grises forman la composición.
Parece como si todos los colores se hubiesen escabullido hacia el interior por la única ventana que se ve abierta. Uno se imagina los objetos y las personas, al interior de este edificio, saturados del color que falta afuera.

Alfombra roja para que pase la historia (Medellín, Colombia)

Una situación inquietante por decir lo menos. Acaso los soldados de esta calle de honor esperan a que salga un personaje del edificio o permanecen allí a la expectativa de que alguien pase frente a ellos, llegue hasta el fondo y desaparezca en el interior.
De hecho se ven unas personas entrando como si estuvieran en la comitiva de quien quiera que acabe de pasar por la alfombra. Pero también se ve un camarógrafo listo para filmar a cualquiera que sea que llegue y pase frente a los soldados.
Las posibilidades son múltiples, así que por que no mencionar la menos plausible pero verdadera:
Estos soldados acaban de hacer una calle de honor, para que frente a ellos pasara un grupo de hombres vestidos a la usanza de las huestes de hace doscientos años, dirigidos por un hombre con aspecto de prócer.
Esa es la razón para que todavía estén allí, impertérritos, a la espera de que aquellos combatientes interinos vuelvan a salir del edificio, pasen por la alfombra roja y regresen a la bruma del anonimato, después de recibir un homenaje dirigido a quienes lucharon en las guerras de la Independencia.

El embajador de Fortuna (Medellín, Colombia)

Para los romanos, que como los griegos tenían una deidad para todas las instancias y conceptos de la vida, Fortuna era una de las diosas más caprichosas del Olimpo a pesar de que la mayoría asociaba, y asocia aún, esta palabra con la prosperidad.
Tal vez por esa razón se ha dicho muchas veces que nadie sabe donde está la suerte de una persona.
Este vendedor de lotería espera, como siempre lo ha hecho, que a través de él la buena suerte aparezca y toque con su impulso bienhechor a uno o a muchos de sus clientes.
Él que es simplemente un medio a través del cual se manifiesta el azar muestra sus números y confía como siempre lo hace a que por alguna razón desconocida por completo para cualquier ser humano, las cifras se alineen de tal manera que coincidan con los billetes que vendió.
Pero uno se pregunta si los loteros creen en la diosa que representan aun sin saberlo o se conforman con ser partícipes de las creencias de otro.
Será que de una manera inconsciente saben que su trabajo como vendedores de ilusiones lleva al destino a negarles los favores de la diosa. La actitud de este hombre no deja traslucir sus convicciones, apenas si es la imagen de un hombre que espera.

Las puertas de la catedral (Medellín, Colombia)

A veces las enormes puertas de esta iglesia románica están abiertas en las tardes de soles lánguidos que adormecen un poco la ciudad. Entonces la gente entra y se sienta en las bancas a rezar o a escuchar el susurro apagado de los rezos de los demás o el murmullo del exterior que ni siquiera los gruesos muros de adobe logran apagar del todo.
Ajenos a la frescura del interior otros permanecen en la puerta y se desesperan, sin saber si hoy tendrán que devolverse con las expectativas frustradas a consecuencia de una cita fallida. Unos cuantos turistas observarán las imágenes, los vitrales o el altar mayor tallado en mármol y admirarán la sobriedad de su arquitectura.
Cuando las puertas de la catedral están abiertas es cuando parece que la iglesia cobra vida, tal vez por esa serie de pequeños acontecimientos que pasan desapercibidos para la mayoría de la gente y que muchas de las veces no tienen relación con los rituales religiosos a los que está consagrado este templo.

Una esquina clásica I (Medellín, Colombia)

Uno se pregunta al observar esta esquina cómo es posible que esta casa haya resistido el paso de las décadas sin sucumbir a la demolición como ya lo han hecho tantas otras de los alrededores y de los barrios vecinos.
Ni siquiera puede decirse que el hecho obedece al cuidado minucioso con el que su fachada ha sido mantenida. El tiempo ha dejado su huella descascarando las múltiples capas de pintura y el gris, que siempre fue el color que caracterizó esta casa y muchas otras de su misma época, dejó de representar sobriedad; ahora se le asocia con la decadencia.
Los detalles florales de la fachada y los balcones permanecen inalterados y es posible admirar todavía la delicada factura de estos diseños de inspiración art decó, que en su momento debieron ser los obligados para todas las construcciones de este tipo.
Esta casa como tantas otras ha debido restaurarse hace mucho tiempo y pasar a formar parte del acerbo histórico y arquitectónico de la ciudad. Desafortunadamente muchas edificaciones como ésta se han dejado a su aire para que el tiempo y todos sus ayudantes realicen su trabajo impasible y devastador.
La variedad arquitectónica, que durante muchos años diera a la ciudad esa apariencia ecléctica que enriquecía los espacios y muy seguramente la mentalidad de sus habitantes, desaparece lentamente del paisaje urbano sin que nos demos cuenta de la pérdida que esto representa para la cultura y nuestra historia.

Una tarde de lluvia, una calle cualquiera (Medellín, Colombia)

Esa tarde nadie cantaba bajo la lluvia y los pocos que transitaban por allí sólo pensaban en escamparse.
La ciudad se veía casi abandonada como si cada gota hubiera hecho desaparecer una persona.
Contra las paredes, se recostaban los pocos que no habían mirado al cielo y por lo tanto no se habían dado cuenta de lo que se estaba preparando allá arriba: una tormenta que se precipitaría sobre la ciudad con toda su fuerza; de esas que le hacen a uno desear no volver a salir de la casa.
Mientras el agua se encargaba de lavar el aire, los adoquines y el piso de los andenes, la gente se dedicaba a quejarse por lo bajo del mal tiempo y de la inconveniencia del invierno. Qué no dieran por un rayo de sol, aunque fuera de esos que queman la piel como si pretendiera marcarlo a uno de por vida.
En fin, quizá entre los que se le escabullían al agua estuvieran escampándose dos soñando con un lugar seco sólo para ellos y sin sospechar que esa tarde pasaría a ser otro más de los recuerdos que algún día acariciaran con nostalgia.

Una puerta al ciberespacio (Medellín, Colombia)

Para estos navegadores que se adentran con grandes expectativas en los laberintos de la red, la puerta que franquean antes de sentarse frente a las pantallas no es más que un obstáculo que se puede salvar fácilmente.
Esta puerta que cruzaron tantas generaciones anteriores fue construida para servir de conexión entre un espacio exterior y otro interior, por donde circulaba el mismo aire. Ahora sin embargo, aquellos que cruzan este umbral lo hacen con la intención de adentrarse en lugares intangibles donde el espacio y el tiempo obedecen a nuevos conceptos de medida, tan distintos a la manera como veían el mundo en esa época, que sería imposible para ellos comprender siquiera las nociones que para la mayoría de los estudiantes contemporáneos se han vuelto tan familiares.
Esas son las paradojas del tiempo que permiten que en un espacio, donde el único contacto con la tecnología debió reducirse a las horas pasadas por los habitantes de esta casa frente al radio oyendo los programas que se transmitían a todas horas, se lleven a cabo sesiones de navegación a lugares remotos y desconocidos sin apenas mover las manos y los ojos.

Al costado de la catedral (Medellín, Colombia)

A las cuatro de la tarde el sol calentaba con fuerza los adobes de la catedral como si quisiera volver a cocer el barro. Se filtraba por las ventanas estrechas cubiertas de vitrales y coloreaba el piso interior de la iglesia con la combinación de luces con que el sol brillante tocaba las baldosas. Era como si al atravesar el vidrio, la luz se convirtiera en un líquido de múltiples colores que se vertía con suavidad en el embaldosado.
Si uno pudiera presenciar ese fenómeno, que se produce cada vez que la luz entra por los costados de la catedral desierta, tendría miedo hasta de respirar por temor a desdibujar con el aliento las figuras que se producen en el aire, en la superficie de las columnas y en el piso.
Afuera la gente caminaba con languidez, ignorante del fenómeno que ocurre cuando la iglesia está cerrada y el sol está a punto de perderse detrás de las montañas como en esta ocasión.

Encantadores de palmeras (Medellín, Colombia)

A falta de serpientes estos músicos de la calle se han dedicado a encantar palmeras.
Deben ser ellos quienes se han dado a la tarea de hacer crecer las que aparecieron de un momento a otro, altas y cimbreantes, por toda la ciudad.
Tal vez la razón de ese fenómeno sean estos músicos que en vez de encantar a la gente o a las serpientes, como los legendarios personajes de la India o Marrakech que adormecen cobras y hasta se dejan morder por ellas, encantan árboles.
Aquí, la música de estos taumaturgos locales se dedica a menesteres más loables y ecológicos, aunque la gente los ignore y hasta les impida la entrada a determinados lugares. Quizá por que allí adentro no hay palmeras que encantar o porque las melodías que les gustan a las plantas no son precisamente las que más les llaman la atención a los clientes de este lugar en particular.
De todas maneras descubrimos, oyendo la música que interpretaban y que hacía mecer el tronco de esta palma, que a nosotros también nos gustaba el sonido que se sobrepuso por un momento al ruido de la gente a su paso por Junín.

Azul para pintar perfiles (Medellín, Colombia)

Un sábado como cualquier otro las nubes se replegaron detrás de las montañas, como en cualquier otro día, y contra el cielo desnudo el color blanco de unos edificios y el tono oscuro de otros resaltaron con toda nitidez.
Sólo un cielo como este es capaz de perfilar la ciudad de esta manera. Es como si por algunos instantes el aire se vaciara y sólo quedara la silueta de la ciudad. Como en esos paisajes urbanos que se trazan en los comics donde los colores planos agregan impacto y dramatismo a los dibujos.
Al mirar este conjunto de construcciones que se dibuja perfectamente, uno tiende a engañarse pensando que la agitación que inunda las calles es mera fantasía y que la quietud evocada por estas paredes blancas, como los muros de esos lugares remotos donde va la gente para encontrar paz espiritual, es la realidad.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...