Una vista clásica (Medellín, Colombia)

Nada más clásico que tomar una foto de esta fuente en el parque Bolívar; hacerlo es como querer capturar una imagen del agua queriendo unirse al cielo o como documentar el paso de quienes al fondo entretejen a diario sus caminos con las de otros desconocidos.
Esta fuente que ha estado allí durante décadas se ha ido convirtiendo, con el paso de los años, en una fuente muda, nadie la oye. Los ruidos de la ciudad silenciaron su canto hace mucho tiempo.
Sólo les queda a los visitantes del parque ver cómo el agua juega siempre de la misma manera, circular e hipnótica, sin que se perciba ningún sonido.

History repeating (Medellín, Colombia)

En el año 57 del siglo pasado se realizaba en la ciudad la cuarta exposición nacional de flores y simultáneamente: a finales de abril y principios de mayo se celebró en Medellín la primera feria de las flores a la que se llamó Festival de las flores.
Sobra decir que en esa época tanto como ahora las flores eran un elemento importante de la vida de la ciudad.
Tanto ayer como hoy la gente esperaba congregarse en la ciudad para asistir a las fiestas que se anunciaban.
Pero como dice Shirley Bassey en su canción History repeating, lo hemos visto antes y lo veremos de nuevo, pero lo que para cada generación que vive esta Feria de las flores no se repite, es la emoción causada por los distintos eventos en torno a las flores que se realizan en la ciudad.

Naranja y verde (Medellín, Colombia)

La teoría del color no es una abstracción que el ser humano haya inventado para explicar la relación entre los colores como es el caso de los complementarios. En la naturaleza hace miles de años que las plantas utilizan estas relaciones para atraer la atención de los insectos y de los animales o para beneficiarse de múltiples maneras al medio al que se han adaptado.
En este valle donde la temperatura y la humedad se unen para que a las plantas les resulte extremadamente beneficioso medrar, se ven especies que si bien son originarias de Centro y Sudamérica todavía su exhuberancia se percibe como un producto exótico.
El sol de la ciudad resalta los colores intensos de esta heliconia que contrastan de una manera muy bella con el verde de las hojas. Es como si uno estuviera en uno de esos bosques de tierra caliente donde los colores de las plantas y de los animales parecen invadir todos los lugares.

Una orquídea para la mitología (Medellín, Colombia)

Si Tiziano hubiese conocido orquídeas como las que vemos en esta ciudad todo el año y en especial por estos días cuando todo el mundo se prepara para asistir a los eventos de una feria de flores, con seguridad el cuadro que pintó donde se ve a la mitológica Danae recibiendo impasible a Zeus convertido en lluvia de oro, hubiera tenido otra composición. En vez de gotas de oro hubieran caído orquídeas como éstas en el regazo de la princesa.
Claro que no es justo sugerirle nada al Tiziano que tomó el tema para su famoso cuadro de un relato mitológico de la cultura griega.
Donde se debió contar la historia de otra manera es en dicha mitología. Claro que para el mundo helénico era mucho más dramático, desde el punto de vista de la narración, hablar de lluvia de oro que de orquídeas.
Así que dejemos la historia como está y pensemos que en algún mito colombiano o latinoamericano debería contarse cómo una impasible doncella india de una belleza extremadamente perturbadora, fue transformada en orquídea debido a los celos o a los “indómitos” impulsos de uno de esos dioses indígenas, que en cuanto a venganza e intensidad en los deseos no se quedaban atrás de los griegos.

Composición con flores (Medellín, Colombia)

En muchas culturas la imagen de las flores ha llevado a personas de todas las épocas a escribir poemas o a intentar capturar su belleza con las frases más conmovedoras o con los trazos más delicados. Sin embargo nada se compara con la posibilidad de ver una de estas obras de arte vivo cuando revientan en colores justo frente a nuestros ojos.
Si alguna ventaja tiene vivir en esta ciudad es la posibilidad de ver flores de muchas variedades tanto autóctonas como foráneas en cualquier parte y durante todo el año.
Por eso en este país nadie se extraña que aquí se haga cada año la Feria de las flores.

Los vigilantes (Medellín, Colombia)

Cuentan que hace muchos años en un cuartel de Afganistán se criaban perros, de raza afgana por supuesto, y que estos sin que nadie les hubiera enseñado se turnaban para salir en parejas a patrullar todo el terreno. Cuando llegaba un par salía el otro.
En este patio de la ciudad dos perros, el uno pastor alemán y el otro de raza indeterminada, tienen la tarea de cuidar el lugar. Cuando uno vigila el otro duerme. No hay necesidad de estar de pie o recorrer al trote o caminar constantemente debido a lo exiguo del patio donde ejercen su tarea. Basta mantenerse alerta.
Es más, el uno puede dormir a pierna suelta, con la tranquilidad expectante con la que sólo puede entregarse al sueño un perro, mientras que el otro clava la mirada en el exterior.
En el cartel pegado a la reja debe prohibirse expresamente intentar entrar so pena de exponerse a la ira de los canes. Allí debe anunciarse de manera escueta la fiereza de los dos vigilantes a los que se les ha encomendado el difícil trabajo de mantener la tranquilidad de este sitio y al que se entregan con toda fidelidad, como siempre.

Oasis (Medellín, Colombia)

A los trotamundos que recorren las ciudades y el asfalto se les aparece a veces entre los edificios una mancha verde que de lejos parece un oasis. Claro que la distancia puede crear visiones en la mente sedienta de quien se acerca. Las palmeras se desdibujan en la distancia, tal vez porque son el producto de la imaginación del viajero y de su deseo.
Puede ser también una especie de metáfora que habla de los lugares que se encuentran en las ciudades donde sus habitantes pueden soñar con la frescura del agua y la sombra de las palmeras o con la tranquilidad de espíritu, que niega la vida diaria a los que habitan estos espacio urbanos, para contrarrestar el impersonal contacto del concreto que logra, en algunas ocasiones, opacar la calidez del ladrillo.
Entre tantas construcciones la vista se ve atrapada por esta mancha de verde que la distancia intenta convertir en un color indeterminado y gris, pero que con toda seguridad ofrece una esperanza al transeúnte, sea éste un peregrino que viene de tierras lejanas o un simple peatón de la ciudad de todos los días.

Allá arriba (Medellín, Colombia)

Allá en las alturas, a más de cinco o seis metros sobre el piso de un parque, no se debe sentir calor ni mucho menos la sensación de ahogo que a veces se percibe en la ciudad cuando el sol calienta las calles, las paredes y el aire y la gente decide salir a caminar o a aglomerarse en cualquier sitio.
Allá arriba sólo debe sentirse el aleteo callado de los pájaros o la caricia del viento o seguramente el olor a humedad que desprenderán las hojas y los pequeños charcos que se formaron, durante esta temporada de lluvias, en el corazón de las bromelias que han crecido pegadas a los troncos.
Estando allá arriba uno querrá solamente mirar el azul del cielo y las formas caprichosas de las nubes que juguetean mientras no hay un viento fuerte que se las lleve o la humedad no las vuelva tan pesadas que tengan que precipitarse sin remedio sobre la ciudad.

Una torre de novela (Medellín, Colombia)

En esta ciudad, donde los estilos arquitectónicos de diferentes partes del mundo y de distintos períodos históricos se combinan constantemente, se ven creaciones como esta torre que no estaría fuera de lugar en la plaza de uno de esos pueblos italianos dedicados durante siglos a la producción de vino. En uno de esos pueblos que se encuentran en algún recodo de los caminos recorridos por los viajeros que visitan la vieja Europa buscando, como lo hizo Goethe, un refinamiento espiritual que para muchos es imposible de hallar en su propio entorno.
Pero con toda seguridad donde si es posible encontrarse con una torre como ésta es en una de esas novelas del siglo XIX como La cartuja de Parma donde el ocre parece acompañar cada página leída o porqué no en algún pueblo descrito por Ippolito Nievo en su extensa novela.

Calles de Guayaquil (Medellín, Colombia)

Este sector por donde se movían los habitantes del viejo Guayaquil al ritmo de las notas de tango, que salían de los bares, transmitió en otra época tanto como ahora una sensación de exceso, aun en las horas de la mañana que por lo general son las más tranquilas en la ciudad.
Ni la fachada de líneas clásicas y colores sobrios logra impregnar esta calle de orden o de organización. Es como si el caos que ha existido siempre en estas calles se apoderara de todas las actividades que se realizan por allí.
Sin embargo, a pesar de los cambios que han traído consigo los planes de reacondicionamiento urbano, cuando uno pasa por aquí se siente un aire de nostalgia que va y viene sutilmente trayendo recuerdos e impresiones de esa ciudad que quedó muy atrás en el tiempo, pero que se resiste a desaparecer.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...