El hombre de amarillo (Medellín, Colombia)

Al fondo las líneas sobrias del Edificio Coltejer recuerdan otro tiempo donde hasta la arquitectura estaba en sintonía con las palpitaciones pausadas de la ciudad.
Pero aquí, como en cualquier urbe colombiana, el color ha invadido las calles y se ha pegado a las paredes de manera definitiva, al parecer, como si quisiera reflejar la intensidad de la mayoría de los colombianos en su forma de asumir la vida.
Los tonos vivos de una sombrilla se juntan a las llamadas estentóreas de un vendedor invisible que conmina a la gente a acercarse a su camión y comprar esas frutas tropicales que aquí se ven por todas partes.
Una ciudad como esta se agita al pulso acelerado de sus habitantes y los colores vibran como si quisieran unirse a su ritmo frenético.
Pocos permanecen serenos; tal vez el único que no siente apremio es el hombre de amarillo que aconseja prudencia pero a quien nadie hace caso. Aparece y desaparece en las esquinas, pero su vestido y su calma lo hacen imperceptible a las miradas ansiosas de los transeúntes.

Caminante vertical (Medellín, Colombia)

No siempre los que caminan esta ciudad en todas direcciones lo hacen de la manera usual. Algunos eligen o son elegidos para recorrer la ciudad en forma vertical. Como las lagartijas o los insectos.
Desde allí deben tener una óptica sui generis de lo que puede ser el movimiento de la ciudad. Algunos fingen su verdadero interés y simulan dedicarse a esos trabajos riesgosos que sólo unos cuantos realizan. Pero su verdadera intensión, lo que los mueve en la vida es observar a los demás y a la ciudad desde otra perspectiva.

Una foto de esas (Medellín, Colombia)

Una imagen de esas donde al principio uno no sabe en qué ciudad se encuentra. Como si las ciudades compartieran ciertas características que las vuelven comunes a todos los seres citadinos que existen en la tierra.
Podría ser un lugar tranquilo y retirado de la agitada Hong Kong o de alguna de esas ciudades europeas o latinoamericanas construidas cerca a cualquier montaña.
Aunque en realidad ese perfil del fondo sólo puede aparecer en una foto que se tome en este valle.
Es posible que hasta a los habitantes “nacidos y criados” aquí se les dificulte descubrir la ubicación de esta fotografía, pero esa es la idea, que cada uno mire su ciudad más de una vez para que nadie lo sorprenda con fotos como ésta.

Las flores y el sol (Medellín, Colombia)

Cuando vuelve el sol vuelve también el color. Todas esas plantas que florecen en esta ciudad ininterrumpidamente, sin importar si llueve o el cielo está despejado, se vuelven más conspicuas cuando el aire parece más transparente y las nubes se alejan por temporadas.
Hasta el blanco de una pared resalta más cuando le sirve de contraste a unas flores que cuelgan de una canasta en un patio interior.
En una tierra donde los colores son una de las características principales del entorno la combinación de sol y flores nunca deja de impactar.

Una ciudad modular (Medellín, Colombia)

La ciudad desde ciertas perspectivas se ve como si fuera uno de esos ejercicios de dibujo, donde las formas geométricas se montan unas sobre otras: una serie de módulos tridimensionales que nada tienen que ver con las habitaciones donde los seres humanos llevan a cabo sus rutinas diarias.
En algunos juegos se imita con módulos la distribución de los edificios. Y las ciudades, a veces, con sus construcciones parecen imitar los juegos modulares donde la ciudad que uno conoce pierde su contexto.
Pero es una mera ilusión, cuando se mira con detenimiento se empiezan a definir las calles por las que uno ha pasado a la sombra de esos edificios.
Si el observador se deja guiar por algunos hitos que han marcado desde hace décadas la ciudad, le será posible reconstruir en su mente los lugares conocidos, los de la escala humana, flanqueados constantemente por las paredes de los edificios.

Una mañana de sol (Medellín, Colombia)

La gente va y viene inmersa en sus mundos privados aunque estos se opongan entre sí o se acerquen sin que nadie se dé cuenta.
Basta una mañana de sol para que las palabras y las miradas vuelvan a agitar, casi frenéticamente, el aire que renuevan cada día los árboles de esta plazuela.
Lo que si permanece invisible para todos, hasta para ellos mismos, son los pensamientos que los acompañan siempre.
En fin, otra mañana soleada en la ciudad, capturada para la eternidad del ciberespacio por el lente de una pequeña cámara digital.

Estructuras inquietantes (Medellín, Colombia)

Una enorme estructura de esas que pululan en la ciudad parece arrastrar su cuerpo por entre bosques, edificios y bordear el río o tal vez abrevar allí una sed desmesurada.
Le hace recordar a uno esas series televisivas que traían del Japón, donde monstruos antediluvianos se internaban por ciudades indefensas y desbarataban edificios de cartón piedra para arrojarse por último al mar, después de una feroz batalla con el héroe de turno.
Aunque no se parece a ninguno de esos godzillas, esta estación del Metro si se asemeja a un insecto de tamaño gigante, que en cualquier momento puede despertar para devorar también lo que encuentre a su paso. Desafortunadamente no existen héroes en esta ciudad que pudieran hacerle frente y obligarlo a desaparecer en el río.
Es sólo una estación, pero la perspectiva aérea le hace a uno “volar” la imaginación y sentirse un tanto inquieto.

De vuelta a a casa (Medellín, Colombia)

Ni la luz rojiza del atardecer, ni el ruido de los motores, ni mucho menos los susurros contenidos de los pasajeros que disimulan el susto que les produce en el ánimo el giro cerrado del avión al enfilar hacia la pista, opacan la emoción que da regresar a casa.
Hasta el aire parece de una textura distinta y el cuerpo se prepara para sentir otra vez la temperatura justa que parece hecha a la medida de cada habitante de este valle.
Aunque los sentidos recuerden el agite de la ciudad, desde el cielo ésta se ve tranquila como una maqueta. Con esa distribución definitiva que deciden los arquitectos, donde todo, hasta los árboles, tiene una razón de peso para hallarse en el lugar que le corresponde.

Oficios invisibles (Medellín, Colombia)

No importan los colores fuertes ni el canto grave que producen los recipientes del gas cuando chocan unos con otros a su paso por las calles de la ciudad.
Ni siquiera cuando el ayudante del conductor, que va en la cabina del camión repartidor, hace sonar una campana de verdad para anunciar su llegada, la gente se interesa por un suceso tan cotidiano.
Son tantos los hechos repetidos cada día en la vida de una ciudad que sus habitantes adoptan esa especie de indiferencia programada que les permite tener tiempo y energía suficientes para dedicarse a sus propios asuntos e intereses.

Ultravioleta (Medellín, Colombia)

Sigue la luz causando asombro a los habitantes de esta ciudad y a todos los que nos visitan por esta época.
Aunque uno no se acabe de acostumbrar del todo a ver los objetos y las personas bajo los filtros monocromáticos del agua.
Es como si las luces de la temporada brotaran a chorros por los poros de la ciudad: desde el suelo, desde las fachadas y hasta de los postes de la energía eléctrica alumbrando, sin distingos, a todo el mundo.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...