El silencio de las campanas (Medellín, Colombia)

Hubo un tiempo en que las campanas anunciaban celebraciones o desastres. Un tiempo en el que su canto convocaba. Un tiempo en el que en el tañer de los bronces se podía identificar la alegría, la tristeza o la solemnidad; y en su doblar la muerte.
Hoy, en esta ciudad, las campanas han cedido su voz a los parlantes. Sólo queda de ellas una imagen quieta en lo alto de algunas iglesias. Un recuerdo detenido en la memoria de quienes hasta las identificaron por su timbre.
Hoy la gente pasa frente a los templos, donde permanecen inmóviles y en silencio como una huella de una época casi olvidada, sin percatarse de que tal vez en su corta vida nunca han oído su sonido claro y distinto.
Sin arrebatos. Sin echarse al vuelo, las campanas se adentraron suavemente en el pasado.

Una escena dominical

 Bajo la tutela de una escultura alusiva a los legendarios silleteros se desarrolla una escena que, con algunas variantes, debe repetirse todos los domingos en este pequeño parque. Las infaltables comadres se ponen al día mientras un sol parco les permite, como a los compradores de baratijas, regodearse con el buen clima en una zona de la ciudad generalmente fría. Artesanos de todas las condiciones ofrecen sus mercancías mientras alrededor de la placita la gente que recién sale de misa se dirige a sus casas o a los restaurantes aledaños y personajes de trazas diferentes van y vienen dando un color especial al lugar.
Un domingo apacible en un corregimiento de la ciudad que cada vez se convierte en destino de turistas locales y hasta foráneos. Quizá porque la tranquilidad se ha vuelto un lujo en una ciudad donde el ruido y la velocidad dominan la cotidianidad de todo el mundo.

Seguridad (Medellín,Colombia)

En esta ciudad que históricamente se ha dedicado al comercio se vende y se compra de todo. Hasta la basura se ha convertido en un negocio, alimentado por los recicladores que recorren las calles de la ciudad recogiendo y comprando, a veces, por precios irrisorios cosas que ya no sirven. Ha alcanzado tal magnitud que ya necesita ser vigilado por cámaras de vídeo como los grandes centros comerciales.
La corriente inagotable de basura que produce nuestro tiempo termina en lugares como éste donde se vende o se cambia por objetos igualmente desechados. Y aunque parezca improbable son muchos los que caminan por este laberinto con la mirada atenta, prestos a rescatar algún objeto que satisfaga alguna necesidad y por qué no hasta un anhelo largamente acariciado.
Los curiosos, los posibles clientes, transitan por allí con la seguridad de que mientras permanezcan en esta zona serán observados atentamente; aunque eso no les garantice que saldrán indemnes de un lugar que se rige por otras leyes.

Concentración y acción (Medellín, Colombia)

Lanzarse al vacío así debe ser una sensación alucinante. Implica vencer uno de los temores atávicos de los seres humanos: caer.
Es negarle importancia a la información que llega al cerebro. Es desafiar conscientemente una de las leyes primordiales de la física.
Pero para estos atletas es un ejercicio tan cotidiano, tan sencillo como lo es para la mayoría de las personas de esta ciudad coger el metro o utilizar una escalera eléctrica.
Ellos confían en el abrazo de la masa de agua que los espera, pero aun así sus movimientos deben ser de una precisión milimétrica. Gracias a la habilidad con que ejecuten esos movimientos, tan repetidos que se han convertido en parte de su cuerpo como los gestos de su cara o su manera de caminar, es posible realizar unos saltos que para otros resultarían imposibles.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...