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Un velo de agua (Medellín, Colombia)

En esta ciudad como en cualquier lugar del mundo los elementos se confabulan, a veces, para hacerle sentir a uno la pequeñez del ser humano frente a la naturaleza.
En esta ciudad de mañanas soleadas y tardes calurosas, en este valle donde casi siempre el aire es suave y te acaricia, puede suceder que todas las furias del cielo se desaten y aunque las tormentas que nos azotan no se puedan comparar con los monzones que asolan otros parajes del globo, si difuminan dramáticamente la silueta que vemos recortada contra las montañas todos los días.
Uno cree de verdad que nunca más volverá a ver a través de ese aire que todavía conserva algo de la transparencia que vieron los primeros exploradores hace más de trescientos años cuando se asomaron a este valle.
Aunque la experiencia nos dice que todas las tormentas acaban tarde o temprano, el temor a que la ciudad permanezca tras ese velo de agua siempre nos atemoriza.

La curiosidad de la luna (Medellín, Colombia)

Será que la luna permanece a la vista durante más tiempo del que uno cree posible porque quiere mirar la ciudad a la luz del día, porque quiere ver como se despierta y se precipita en esa actividad febril que ella apenas si puede adivinar cuando sale en los atardeceres.
O tal vez la razón sea más inquietante, quizá quiera conocer esas otras estrellas que pueden verse a cualquier hora del día. Esas estrellas que podría albergar un edificio llamado Hollywood; aunque la única relación con esa vieja fábrica estelar sea el nombre y el diseño de la letra con el que está escrito.
Cualquiera que sea el motivo una luna que se ve a plena luz del día no deja de embellecer el cielo, aunque sólo unas cuantas palomas que se despiertan aquí y allí sean los únicos testigos.

Renacimientos (Medellín, Colombia)

Esos mundos que uno explora, esos mundos que están reservados para aquellos cuyos corazones no se han dejado arrinconar por el temor, son los lugares donde el alma redescubre constantemente la condición humana que crece y se desarrolla con cada persona que recorre el mundo con el ánimo inquieto, sin dejar que su curiosidad innata languidezca con las rutinas paralizantes de todos los días.

Efecto invernadero (Medellín, Colombia)

Algo tienen las rejas y las estructuras metálicas que ponen a pensar en el concepto inasible de la libertad, sobre todo si uno se encuentra de este lado y las palmeras junto con las grandes construcciones, que evocan los espacios abiertos de las playas o las largas avenidas, están del otro.
Quizá corresponda a un sentimiento atávico sentir esa necesidad de que la mirada se pierda en el horizonte sin que nada artificial se le interponga. Tal vez las rejas o estas estructuras que limitan el espacio, encuadrado en una estación de metro, sean un recordatorio de las restricciones que pretenden imponer sobre sus habitantes las ciudades de todas las épocas y sobre todo las ciudades latinoamericanas modernas donde el caos cotidiano genera en la gente ese efecto de ahogo, que uno asocia con los espacios cerrados y carentes de ventilación.

Caminante vertical (Medellín, Colombia)

No siempre los que caminan esta ciudad en todas direcciones lo hacen de la manera usual. Algunos eligen o son elegidos para recorrer la ciudad en forma vertical. Como las lagartijas o los insectos.
Desde allí deben tener una óptica sui generis de lo que puede ser el movimiento de la ciudad. Algunos fingen su verdadero interés y simulan dedicarse a esos trabajos riesgosos que sólo unos cuantos realizan. Pero su verdadera intensión, lo que los mueve en la vida es observar a los demás y a la ciudad desde otra perspectiva.

Una foto de esas (Medellín, Colombia)

Una imagen de esas donde al principio uno no sabe en qué ciudad se encuentra. Como si las ciudades compartieran ciertas características que las vuelven comunes a todos los seres citadinos que existen en la tierra.
Podría ser un lugar tranquilo y retirado de la agitada Hong Kong o de alguna de esas ciudades europeas o latinoamericanas construidas cerca a cualquier montaña.
Aunque en realidad ese perfil del fondo sólo puede aparecer en una foto que se tome en este valle.
Es posible que hasta a los habitantes “nacidos y criados” aquí se les dificulte descubrir la ubicación de esta fotografía, pero esa es la idea, que cada uno mire su ciudad más de una vez para que nadie lo sorprenda con fotos como ésta.

Una ciudad modular (Medellín, Colombia)

La ciudad desde ciertas perspectivas se ve como si fuera uno de esos ejercicios de dibujo, donde las formas geométricas se montan unas sobre otras: una serie de módulos tridimensionales que nada tienen que ver con las habitaciones donde los seres humanos llevan a cabo sus rutinas diarias.
En algunos juegos se imita con módulos la distribución de los edificios. Y las ciudades, a veces, con sus construcciones parecen imitar los juegos modulares donde la ciudad que uno conoce pierde su contexto.
Pero es una mera ilusión, cuando se mira con detenimiento se empiezan a definir las calles por las que uno ha pasado a la sombra de esos edificios.
Si el observador se deja guiar por algunos hitos que han marcado desde hace décadas la ciudad, le será posible reconstruir en su mente los lugares conocidos, los de la escala humana, flanqueados constantemente por las paredes de los edificios.

Oficios invisibles (Medellín, Colombia)

No importan los colores fuertes ni el canto grave que producen los recipientes del gas cuando chocan unos con otros a su paso por las calles de la ciudad.
Ni siquiera cuando el ayudante del conductor, que va en la cabina del camión repartidor, hace sonar una campana de verdad para anunciar su llegada, la gente se interesa por un suceso tan cotidiano.
Son tantos los hechos repetidos cada día en la vida de una ciudad que sus habitantes adoptan esa especie de indiferencia programada que les permite tener tiempo y energía suficientes para dedicarse a sus propios asuntos e intereses.

Cicatrices (Medellín, Colombia)

Al paso de los cambios, la ciudad se ve marcada con esas cicatrices de color gris que dejan las nuevas construcciones y los proyectos que según las diferentes administraciones benefician a sus habitantes.
Pero ahí están las heridas. Claro que como todo cuerpo vivo, la ciudad tiende a curarse a sí misma. Eso sucede con estos muros donde la gente pinta toda una serie de propuestas que aunque coloridas no logran disimular la vaciedad y soledad que aqueja a estos lugares en un principio.
Murales de excelente o regular factura tapizan las paredes que flanquean las nuevas construcciones de la ciudad, como los telones en los escenarios que pretenden crear un mundo nuevo a partir de las dos dimensiones de la pintura.
Pero la realidad llegará más tarde cuando las puertas y las ventanas empiecen a perforar estas superficies frías y por ellas vuelva a circular la vida.

La marcha de los lemmings (Medellín, Colombia)

Esta imagen me recuerda esa vieja historia europea que describe la marcha de miles de roedores, los lemmings, dirigiéndose ciegamente hacia un lugar indeterminado, con una decisión tan inquebrantable que ni siquiera los ríos descomunales de la taiga les detienen.
Las calles de esta ciudad parecen a veces atestadas de unas criaturas tan ciegas y tan decididas como aquellas; desplazándose todas en la misma dirección, empujándose unas a otras con la única finalidad de avanzar, no importa hacia dónde, ni qué medios emplear para llegar primero.
Como si la verdadera necesidad fuera adelantársele a los demás. Al final, tal vez, les espere algún precipicio como única recompensa, pero eso para el observador no es más que una promesa indefinida; para él ese movimiento lento, desesperante sólo le indica que los instintos salvajes todavía no han sido contenidos aún por las normas citadinas, que paradójicamente se encargan de sacar a la superficie, con cualquier pretexto, el lado más atávico de sus habitantes.

La ciudad reflejada (Medellín, Colombia)

La ciudad se copia a sí misma en este ojo de agua artificial y en las fotografías adheridas al muro. Fotografías que se abren como ventanas en lugares específicos y donde han quedado plasmadas, a través del objetivo, unas imágenes parciales de la ciudad.
A las personas que caminaban al lado de esta pared los ojos se les iban hacia las fotos, tratando de identificar los lugares retratados, pero no se daban cuenta de que ellas mismas eran reproducidas con fidelidad casi absoluta en la superficie del agua que apenas se rizaba un poco, como para no engañar del todo al ojo que de pronto estuviera observando sus maniobras.
Uno no sabe adónde van esas imágenes que se roban los espejos de agua o tal vez no van a ninguna parte, quizá se queden en la superficie como la mayoría de las acciones que se ejecutan sin pensar en ellas. Como las palabras que se pronuncian mecánicamente o las acciones cotidianas que el cuerpo realiza sin el concurso de la voluntad. O como esas fotografías que encasillan las ciudades convirtiéndolas en panoramas huecos que no dicen nada.

Una mujer en contravía (Medellín, Colombia)

Una escena callejera tan cotidiana y tan vieja como la vida misma: un hombre observa como una mujer se aleja. Ella con el gesto le indica al mundo, aunque él no lo entienda, que lleva en la mente su imagen o las palabras que acaba de escuchar.
Él la ve irse mientras espera que ella gire el rostro. Espera que aunque sea por una sola vez una de las mujeres a las que se ha dirigido en la calle voltee la cabeza y lo mire, dándole a saber con una acción tan simple como esa que sus palabras no fueron en vano, que su voz pudo al fin tocar alguna fibra en la sensibilidad de ellas.
Sin embargo, la mujer sigue su camino. El único indicio de que algo en ella se perturbó es ese gesto atávico de las mujeres de tocarse el pelo en cualquier situación.
Tal vez en ese momento, aunque no lo sepa, se siente conmovida por el hombre que solitario la ve perderse por una ruta equivocada, porque no se atrevió a sugerirle que la verdadera vida la espera en otra dirección.

De camuflajes y texturas (Medellín, Colombia)

Son tan variadas las estrategias que adopta la gente de las ciudades para protegerse, que no es difícil representarse las texturas de la ropa como una forma de camuflaje, como si las personas quisieran mimetizarse con el entorno de tendencias monocromáticas de casi todas las grandes urbes.
Aunque siempre se ven por ahí algunos personajes que con su colorido quieren hacer todo lo contrario: desprenderse de lo cotidiano y pasar por la vida como esas orugas venenosas que con su apariencia desmesurada están comunicando a las demás especies su peligrosidad. Quizá estas personas se crean peligrosas, tal vez lo sean o no, lo cierto es que los atuendos estrafalarios dan un toque de folklorismo a los lugares por donde se pasean y en otras ocasiones uno cree que está en una de esas calles parisinas de Montmartre o del Village en New York, donde lo estrambótico no es extraño según la imagen que muestran algunas películas cuando se remiten a esos lugares.
En esta ciudad sólo es posible ver en contadas ocasiones algún personaje tan desusado como esta mujer cebra que se destaca contra un paisaje de vegetación artificial y excesivamente naif.

Loneliness (Medellín, Colombia)

Aisladas como en cualquier lugar del mundo e intemporales como el deseo o las imágenes que aparecen en los sueños, estas aves descansan durante un momento de su vuelo infinito.
Se han vuelto tan conspicuas en los cielos y en los lugares más inesperados de nuestras calles que nadie las volvió a incorporar a su realidad inmediata. Tal vez si desaparecieran de repente uno empezaría a echarlas de menos. Sin embargo por ahora sólo son un decorado que se mueve constantemente por el paisaje urbano. A veces forman composiciones tan desapacibles como ésta, donde se combinan con el cielo para darle la sensación a quien las mire, un instante, que está contemplando una extraña representación de la melancolía que puede suscitar esta urbe.

Una casa colombiana (Medellín, Colombia)

Hoy, como todos los días patrios, ondea en las casas de Colombia la bandera tricolor.
Pero este día es distinto, es un día cargado de sentido, pues se conmemoran los doscientos años de un hecho que nos debería dar a los colombianos un punto de referencia, hacia el cual dirigir la mirada para construir ese concepto de identidad que ha sido tan remiso para nosotros y que es tan necesario para la vida de todos los pueblos.
En esta casa se ha venido izando la bandera cada 20 de julio desde hace más de treinta y cinco años y seguramente se izará durante mucho tiempo más por sus actuales habitantes o por quienes los sucedan en este rincón de la ciudad que parece un pequeño paraíso para quienes viven allí.

Una composición inesperada (Medellín, Colombia)

Pocas capitales en el mundo han sido planeadas sobre el papel para luego construirlas de acuerdo a la visión de uno o de varios imaginadores sibilinos, que quisieron prever todos los ámbitos de las actividades que el ser humano desarrolla en las ciudades.
No, casi todas las ciudades crecen a su aire, a veces con cierta armonía que obedece tanto a causas económicas como a las características de la idiosincrasia de sus habitantes. En otros casos crecen de manera caótica y aparentemente incoherente como las selvas o los bosques.
Esta ciudad es una de esas que ha crecido con algunas pautas arquitectónicas o urbanísticas que han influido en la forma como se ha desarrollado, pero que no han logrado imprimirle un estilo muy definido. Tal vez a causa de esa circunstancia es que uno puede encontrarse de súbito, en cualquier lugar, con una composición como ésta donde diferentes construcciones se combinaron para formar una excelente imagen.

Lo nuestro es pasar (Medellín, Colombia)

Todos los días y a todas horas la ciudad se renueva en la mirada de sus habitantes y en el rastro invisible que sobre su piel van dejando quienes la recorren incansablemente.
Paso a paso los que vivimos en este rincón del mundo, seguimos nuestro camino individual, que se cruza sin cesar con las huellas que han dejado los demás, aunque no tengamos conciencia de que sólo se vuelve real cuando ya no lo podemos volver a pisar.
Al ver a este niño caminando indiferente, con la ingrávida ciudad al fondo que placidamente se deja acariciar por un rayo de sol, vuelve uno a recordar el tiempo en el que entonaba los poemas de Antonio Machado cantados por Serrat, y aquel que decía caminante no hay camino… se convierte en una certeza.

Los muñecos ambulantes (Medellín, Colombia)

En cualquier andén de la ciudad aparecen de repente unas ventas que parecen fantasmas. Es como si estos muñecos decidieran por sí solos el lugar desde donde intentarán seducir algún transeúnte.
Apenas son unos cuantos los que se ubican allí cada vez, para que sea posible escabullirse rápidamente cuando llegan los controladores de las ventas en la calle. Nunca se sabe cuándo llegan o si cuando se presentan lo hacen para evacuar de vendedores la zona o si se acercan con la intención de llevarse cuantas mercancías se les atraviesen.
Esta es otra imagen de la ciudad que casi nunca observamos aunque pasamos por su lado todos los días: la de esos pocos juguetes que se pasean por la ciudad de un lado a otro intentando seducir la mirada de un niño o de un padre para que se los lleve a su casa y los cuelgue del lugar más cercano a la cama para mirarlo hasta que la luz se desvanezca o el sueño rinda los ojos del nuevo propietario.
Y entonces poder acceder a ese mundo donde todo puede pasar, como en los libros: el mundo de la fantasía que tiene un lugar privilegiado en los sueños.

Textura y reflejo (Medellín, Colombia)

Ese paisaje inmediato que se ve todos los días y al que raras veces le prestamos atención está saturado de texturas pero también de los reflejos que devuelven los cristales de los edificios, donde se amplía no sólo el espacio sino también la atmósfera inquietante que generan las ciudades.
Tal vez una de las características más relevantes de las urbes modernas sea esa capacidad de crear, casi siempre valiéndose de los cristales y los espejos, unas imágenes que se relacionan estrechamente con el mundo dislocado de los sueños.
Por eso es que la arquitectura puede convertir una ciudad en un lugar tan paradójico, pues en ella se conjugan las visiones inasibles que crean los reflejos en el vidrio con la solidez de los materiales con los que está construida.

El embajador de Fortuna (Medellín, Colombia)

Para los romanos, que como los griegos tenían una deidad para todas las instancias y conceptos de la vida, Fortuna era una de las diosas más caprichosas del Olimpo a pesar de que la mayoría asociaba, y asocia aún, esta palabra con la prosperidad.
Tal vez por esa razón se ha dicho muchas veces que nadie sabe donde está la suerte de una persona.
Este vendedor de lotería espera, como siempre lo ha hecho, que a través de él la buena suerte aparezca y toque con su impulso bienhechor a uno o a muchos de sus clientes.
Él que es simplemente un medio a través del cual se manifiesta el azar muestra sus números y confía como siempre lo hace a que por alguna razón desconocida por completo para cualquier ser humano, las cifras se alineen de tal manera que coincidan con los billetes que vendió.
Pero uno se pregunta si los loteros creen en la diosa que representan aun sin saberlo o se conforman con ser partícipes de las creencias de otro.
Será que de una manera inconsciente saben que su trabajo como vendedores de ilusiones lleva al destino a negarles los favores de la diosa. La actitud de este hombre no deja traslucir sus convicciones, apenas si es la imagen de un hombre que espera.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...