Esta imagen me recuerda esa vieja historia europea que describe la marcha de miles de roedores, los lemmings, dirigiéndose ciegamente hacia un lugar indeterminado, con una decisión tan inquebrantable que ni siquiera los ríos descomunales de la taiga les detienen.
Las calles de esta ciudad parecen a veces atestadas de unas criaturas tan ciegas y tan decididas como aquellas; desplazándose todas en la misma dirección, empujándose unas a otras con la única finalidad de avanzar, no importa hacia dónde, ni qué medios emplear para llegar primero.
Como si la verdadera necesidad fuera adelantársele a los demás. Al final, tal vez, les espere algún precipicio como única recompensa, pero eso para el observador no es más que una promesa indefinida; para él ese movimiento lento, desesperante sólo le indica que los instintos salvajes todavía no han sido contenidos aún por las normas citadinas, que paradójicamente se encargan de sacar a la superficie, con cualquier pretexto, el lado más atávico de sus habitantes.
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