Acaso este rastro llegue a ser el único testigo de la existencia de un objeto tan efímero y sin embargo tan perenne como la hoja de una planta.
Quizá la voluntad de un artesano decidió dejar para la posteridad, en el piso de cualquier construcción, la evidencia de su amor por la poderosa imagen gráfica de las plantas.
Aunque como siempre sucede con los hechos de los que desconocemos sus orígenes, caben muchas hipótesis para explicarlos.
Es factible que este pedazo de concreto sea en realidad una roca milenaria petrificada por circunstancias incomprensibles para los legos, una piedra de esas donde una planta que quizá se haya extinguido dejó constancia de su paso por la superficie del planeta.
Cualquier posibilidad tiene validez en esta ciudad donde se combinan sin saberlo los fenómenos y los objetos más disímiles, confundiendo la atención de quienes quieren verla como un fenómeno coherente y racional.
En una ciudad tan latinoamericana como ésta todo es posible, hasta que las baldosas de un hotel sean verdaderos fósiles de inmenso valor para la historia del planeta y que para el común de la gente sean simples objetos de concreto.
O tal vez fue que la loza del cemento se prepara para florecer...
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