Una casa colombiana (Medellín, Colombia)

Hoy, como todos los días patrios, ondea en las casas de Colombia la bandera tricolor.
Pero este día es distinto, es un día cargado de sentido, pues se conmemoran los doscientos años de un hecho que nos debería dar a los colombianos un punto de referencia, hacia el cual dirigir la mirada para construir ese concepto de identidad que ha sido tan remiso para nosotros y que es tan necesario para la vida de todos los pueblos.
En esta casa se ha venido izando la bandera cada 20 de julio desde hace más de treinta y cinco años y seguramente se izará durante mucho tiempo más por sus actuales habitantes o por quienes los sucedan en este rincón de la ciudad que parece un pequeño paraíso para quienes viven allí.

Desfile por la Virgen (Medellín, Colombia)

Cada año por estos días se suceden continuamente los desfiles de todas las flotas de buses, busetas y colectivos que cubren las rutas de los barrios de la ciudad.
Desde el viernes pasado empezaron las celebraciones por el día de la Virgen del Carmen y todavía hoy, 19 de julio, estaban atravesando la ciudad estas caravanas que parecen improvisadas, pero que en realidad obedecen a una serie de rituales tan característicos como el de conducir haciendo eses por las calles, sin que ninguno de estos vehículos se accidente.
Según parece su homenaje a la Virgen, a la que le encomiendan sus vidas diariamente, es precisamente arriesgarla con entusiasmo.

Una composición inesperada (Medellín, Colombia)

Pocas capitales en el mundo han sido planeadas sobre el papel para luego construirlas de acuerdo a la visión de uno o de varios imaginadores sibilinos, que quisieron prever todos los ámbitos de las actividades que el ser humano desarrolla en las ciudades.
No, casi todas las ciudades crecen a su aire, a veces con cierta armonía que obedece tanto a causas económicas como a las características de la idiosincrasia de sus habitantes. En otros casos crecen de manera caótica y aparentemente incoherente como las selvas o los bosques.
Esta ciudad es una de esas que ha crecido con algunas pautas arquitectónicas o urbanísticas que han influido en la forma como se ha desarrollado, pero que no han logrado imprimirle un estilo muy definido. Tal vez a causa de esa circunstancia es que uno puede encontrarse de súbito, en cualquier lugar, con una composición como ésta donde diferentes construcciones se combinaron para formar una excelente imagen.

Las montañas invisibles (Medellín, Colombia)

Ni siquiera desde las ventanas de los edificios altos las montañas se convierten para el habitante de esta ciudad en un elemento que le llame la atención.
Casi siempre la mirada se queda en el primer plano que se le presenta ante los ojos.
Es como si la gente quisiera ignorar la majestad de las montañas y esperara que en cualquier momento desaparecieran y el horizonte de la ciudad se extendiera.
Hasta hay quienes se atreven a decir que por culpa de esas montañas los que viven aquí adolecen de una estrechez de miras que se explica por la falta de un amplio horizonte geográfico. Pero tal vez se olvidan, los que así piensan, que han sido las montañas las que han templado el carácter de quienes se han propuesto vencer los obstáculos que se les presentan en la vida.
Aunque para la mayoría estas montañas sean invisibles, es innegable que su presencia ejerce bastante influencia en los que vivimos bajo su férula.

Lo nuestro es pasar (Medellín, Colombia)

Todos los días y a todas horas la ciudad se renueva en la mirada de sus habitantes y en el rastro invisible que sobre su piel van dejando quienes la recorren incansablemente.
Paso a paso los que vivimos en este rincón del mundo, seguimos nuestro camino individual, que se cruza sin cesar con las huellas que han dejado los demás, aunque no tengamos conciencia de que sólo se vuelve real cuando ya no lo podemos volver a pisar.
Al ver a este niño caminando indiferente, con la ingrávida ciudad al fondo que placidamente se deja acariciar por un rayo de sol, vuelve uno a recordar el tiempo en el que entonaba los poemas de Antonio Machado cantados por Serrat, y aquel que decía caminante no hay camino… se convierte en una certeza.

Los fantasmas del balcón (Medellín, Colombia)

Las teorías y las historias que se han escrito a lo largo del tiempo sobre fantasmas tienen un elemento en común: el lugar donde aparecen. Donde la gente asegura haberlos visto, es un lugar viejo, lleno de tradición que ha sido habitado por numerosas generaciones. Sin embargo en este edificio, construido recientemente, se perfilan en la ventana de un balcón siluetas de mujeres vestidas como solían hacerlo en otras épocas; hace tanto tiempo que ya no queda nadie vivo que las recuerde.
Deben ser los espectros de gente que vivió en la casa que fue demolida para construir el nuevo edificio.
Por alguna razón estas entidades en particular prefieren las alturas a la atmósfera cercana a la tierra donde tuvieron que permanecer antes de que la vieja casa desapareciera.
Claro que también caben explicaciones más prosaicas, menos románticas. Como una que se esbozó, a la ligera, en una conversación sobre este tema. Alguien afirmó que las siluetas percibidas a través del vidrio debían pertenecer a unos maniquíes. Con toda seguridad en este lugar debía vivir una diseñadora o una costurera que haría vestidos para quinceañeras.
Sobra decir que la primera versión es más seductora que la segunda, aunque se llegue a comprobar que es ésta y no la otra la verdadera.

El oficio de las heliconias (Medellín, Colombia)

Una vieja fuente, remozada por las manos de los restauradores, alegra con su canto sutil el antejardín de una vieja casa construida en una época en la que todavía era posible escuchar los sonidos suaves que el trajinar de una ciudad ha vuelto inaudibles. Sólo queda de aquella época su belleza simple, resaltada hoy por las heliconias que, además del impacto que causan sus colores y su forma, siempre han tenido la tarea de proteger las fuentes de agua.
Estas flores, que bordean las carreteras de muchos de los pueblos de Antioquia y que durante mucho tiempo fueron consideradas flores exóticas, son ahora una imagen cotidiana en salas y antejardines de la ciudad.

Los muñecos ambulantes (Medellín, Colombia)

En cualquier andén de la ciudad aparecen de repente unas ventas que parecen fantasmas. Es como si estos muñecos decidieran por sí solos el lugar desde donde intentarán seducir algún transeúnte.
Apenas son unos cuantos los que se ubican allí cada vez, para que sea posible escabullirse rápidamente cuando llegan los controladores de las ventas en la calle. Nunca se sabe cuándo llegan o si cuando se presentan lo hacen para evacuar de vendedores la zona o si se acercan con la intención de llevarse cuantas mercancías se les atraviesen.
Esta es otra imagen de la ciudad que casi nunca observamos aunque pasamos por su lado todos los días: la de esos pocos juguetes que se pasean por la ciudad de un lado a otro intentando seducir la mirada de un niño o de un padre para que se los lleve a su casa y los cuelgue del lugar más cercano a la cama para mirarlo hasta que la luz se desvanezca o el sueño rinda los ojos del nuevo propietario.
Y entonces poder acceder a ese mundo donde todo puede pasar, como en los libros: el mundo de la fantasía que tiene un lugar privilegiado en los sueños.

Rojo y negro (Medellín, Colombia)

Sobre los tejados de la ciudad y con el telón de fondo de las montañas y el cielo es posible ver un edificio pintado de forma llamativa.
Acaso esta combinación estrafalaria sea una referencia a Stendhal, pensada por algún lector interesado en la literatura del siglo XIX.
Tal vez algún heredero del escritor francés llegó a esta ciudad y decidió hacerle un homenaje a su antepasado. O porqué no, un descendiente de Julián Sorel creyó que la mejor manera de recordarle al mundo las hazañas de este personaje sería pintando un edificio.
Aunque la realidad no debe ser tan maravillosa, lo más seguro es que el dueño de este inmueble, que por cierto es un hotel, debe ser una persona con un extraño sentido de la decoración, que nunca ha oído mencionar las aventuras y desventuras del joven protagonista de la novela Rojo y negro.

Casitas de colores (Medellín, Colombia)

Hay un lugar que, con poco esfuerzo, lo hace sentir a uno como si hubiera cruzado una puerta invisible hacia el pasado y estuviera caminando un día cualquiera por una calle en la década de los cincuenta, acompañado por las notas de los boleros de Toña la negra o de cualquiera de los cantantes de esa época que impregnaban el aire de melancolía.
En esta ciudad para regresar en el tiempo uno no necesita pasar por las calles del barrio Prado, bordeadas de antiguas casonas o detener la mirada en las pocas casas viejas de Boston o las poquísimas que van quedando en el centro.
También en los barrios donde viven los obreros de esta ciudad hay rincones que parecen haber detenido las horas para mostrarnos un viejo rostro que parece nuevo.

¿Obelisco o antena?

Este edificio dedicado al comercio en su mayor parte, actividad a la que están consagrados muchos de los grandes edificios de esta ciudad, parece haber sido diseñado por un arquitecto del futuro.
O será tal vez una construcción que sólo pretende disimular una antena para comunicarse con extraterrestres, como pasaba en esas películas de los 90 donde unas torres, que hasta entonces se creían simples productos de la imaginación creativa de los arquitectos norteamericanos, resultaron ser naves espaciales.
Cree uno que en cualquier momento la base circular de este obelisco metálico empezará a girar y a lanzar rayos en todas direcciones enviando una llamada hacia cualquier planeta de una galaxia lejana.
Aunque muchos afirman que aquello que muestra el cine de ficción es mera fantasía, no debe descartarse cualquier sorpresa que pueda aparecer en el discurrir diario de una ciudad donde las cosas que pasan, superan muchas veces hasta la imaginación más desbordada.

Estampa japonesa (Medellín, Colombia)

Todas las grandes ciudades del mundo tienen la particularidad de recrear en sus rincones y en sus panoramas, aunque sea durante algunos segundos, imágenes que son características de otras urbes o de otras culturas.
En un día de esos donde el sol desaparece del cielo, el aire de la ciudad se llenó de nubes y de niebla y como en uno de esos grabados japoneses de Hokusai o Hiroshige, que se hicieron famosos en Europa durante el siglo XIX, la bruma desdibujó el paisaje y las montañas. La familiar silueta del cerro el Picacho se convirtió en una figura inquietante y tan etérea que parecía despegarse de la tierra.
Era como si la ciudad se hubiese difuminado por completo y sólo la vegetación permaneciera en el mundo de la realidad.

Vértigo (Medellín, Colombia)

A veces cuando uno está en medio de la ciudad y mira al cielo, se siente una especie de vértigo al revés, como si el cuerpo sintiera la urgencia de alzarse hacia el punto de fuga que atrae las líneas de los edificios.
Es como si el cuerpo empezara a sentir la levedad de las hojas que lleva el viento o de las motas de polvo que transgreden por su pequeñez la ley de la gravedad.
Sin embargo ese llamado imaginario dura sólo unos momentos. Al fin y al cabo la fuerza con la que la tierra nos atrae siempre se impone, sin importar cuánta atracción haya ejercido sobre el observador la imagen de un edificio que se pierde en las alturas.

Los excesos del trópico (Medellín, Colombia)

El exceso con el que la naturaleza se regocija en el trópico no es una característica exclusiva de las selvas o de las costas de este país. También en esta ciudad, construida entre las montañas, en medio de los Andes, es posible encontrarse con la exhuberancia, reflejada en una buganvilia que produce más flores que hojas.
Pero no es sólo la cantidad de flores lo que causa admiración, es también su color intenso que al parecer es el que más se acomoda al clima templado de la ciudad. No importa que a veces las temperaturas suban por las olas de calor o se desplomen a causa de las lluvias, las buganvilias seguirán floreciendo para matizar los colores un tanto monótonos que intentan adueñarse de las ciudades modernas.

El juego de la luz en las ventanas (Medellín, Colombia)

La luz cálida o fría, que se ha colado por estas ventanas desde hace décadas, parece buscar con insistencia entre las sombras los objetos y los rostros que reveló época tras época a los ojos de los habitantes de estas viejas casas.
Los objetos desaparecieron hace tiempo del recuerdo o tal vez reposan en otros espacios o en tiendas de antigüedades desarraigados de la historia que sus dueños intentaron construir cuando vivían allí.
Los rostros de la gente, que se asomaba en las mañanas con las expectativas de apropiarse del mundo y que lentamente tuvieron que rendirse a la presión que la realidad ejerce sobre los sueños, también yacen en la memoria olvidada de los muertos o en la de los ancianos, que aunque constantemente rememoran su pasado, son incapaces de revivirlo para quienes transitan por la ciudad con paso vivo.
Sólo las ventanas continúan con su tarea: dejar entrar la luz en el mismo ángulo de siempre pero iluminando unos espacios que tienen un peso distinto y un aire que se agita a otro ritmo y con otros aromas.

El afinador de guitarras (Medellín, Colombia)

Quién sabe cuántos recuerdos se hacen presentes en la cabeza de este hombre, mientras le da a cada cuerda de la guitarra el tono justo para que su sonido sea óptimo y tan nítido como cuando fueron ejecutadas por primera vez las canciones que salen a retazos de sus manos.
A pocos metros, en la calle, los ruidos de la ciudad se superponen unos a otros, pero el hombre, indiferente a los sonidos del exterior, se concentra en un mundo de ritmos y melodías que deben ser tan antiguos como la entrada a este edificio por donde cruzaron hombres y mujeres para quienes la música que interpreta suavemente el afinador debió sonar como si hubiese sido enviada por los dioses para aumentar su alegría o su tristeza.
A su lado, un aprendiz sueña con tocar en ella otras canciones, otras melodías que sonarán extrañas para el viejo músico, pero que al fin y al cabo hablarán de los mismos sentimientos.

El guardián entre el cemento (Medellín, Colombia)

Como llegado de una antigua ciudad griega o romana que para el caso es como si fuera lo mismo, un guerrero ha sentado sus reales a un costado de la plazuela Nutibara, también conocido como parque de las esculturas, uno de los lugares más emblemáticos y populares de la ciudad.
Desde allí vigila los edificios que lo rodean, como si esperara que con su presencia la arquitectura del centro estuviera a cubierto de los destructores de edificios y del deterioro que el uso continuado imprime en todas las superficies.
Aunque en realidad su figura robusta inspira simpatía en vez del respeto o el temor que debe infundir un guerrero.
Quizá por eso, durante el tiempo que ha estado allí vigilando, la ciudad no ha dejado de cambiar, inexorablemente.
Y es que es imposible detener el tiempo que es el causante en realidad de todos los cambios que afectan tanto a la ciudad como a sus habitantes. De nada valen los vigilantes vengan de donde vengan.

Entre líneas de concreto (Medellín, Colombia)

Estas columnas exteriores han llegado a ser una de las características más sobresalientes del Edificio Coltejer.
De la misma manera que por entre los templos y edificios del antiguo Egipto se pasean los turistas y los egiptólogos, enfatizando con su tamaño la magnificencia de las construcciones hechas hace milenios, así mismo, guardando las proporciones, se pasean los habitantes de esta ciudad, por entre las columnas y pasajes interiores de este edificio.
Se viene a la mente la imagen de esos corales y peces diminutos que convierten las ciudades o los barcos hundidos en nuevos santuarios de vida marina. Como este hombre que impasible se entrega a sus preocupaciones cotidianas hablando por su teléfono celular, indiferente a la pequeñez de su humanidad comparada con las columnas que están a su lado.
La cercanía convierte hasta la creación más maravillosa en un objeto cotidiano, al que con el tiempo se deja de observar: cuando deja de ser una novedad y pasa a ser parte de esa realidad inamovible que nos rodea. Es por eso que este hombre no se ha dado cuenta que está llevando a cabo una conversación entre líneas… de concreto.

Lo antiguo más lo moderno (Medellín, Colombia)

A veces se nos olvida que la historia incluye no sólo los sucesos del pasado remoto sino también los más cercanos. De la misma manera que en las ciudades permanecen unas al lado de las otras construcciones de diferentes épocas.
Allí se mezclan, a veces con verdadero acierto, edificios antiguos con otros que no tienen tantos años pero que han pasado a formar parte, en las pocas décadas que llevan de existencia, de esa imagen urbana que nos acompaña, a veces inconscientemente, cuando intentamos hacernos una idea de la apariencia de nuestra ciudad.
Estos dos edificios tan opuestos en el tiempo, en la arquitectura y en las tareas a las que se les ha destinado, forman sin embargo una hermosa composición que sin lugar a dudas embellece ese lugar tan saturado de gente, carros y edificios que llamamos El Centro y que es en realidad más grande de lo que creemos generalmente.

Textura y reflejo (Medellín, Colombia)

Ese paisaje inmediato que se ve todos los días y al que raras veces le prestamos atención está saturado de texturas pero también de los reflejos que devuelven los cristales de los edificios, donde se amplía no sólo el espacio sino también la atmósfera inquietante que generan las ciudades.
Tal vez una de las características más relevantes de las urbes modernas sea esa capacidad de crear, casi siempre valiéndose de los cristales y los espejos, unas imágenes que se relacionan estrechamente con el mundo dislocado de los sueños.
Por eso es que la arquitectura puede convertir una ciudad en un lugar tan paradójico, pues en ella se conjugan las visiones inasibles que crean los reflejos en el vidrio con la solidez de los materiales con los que está construida.

Ciudad monocromática (Medellín, Colombia)

No siempre la mezcla de colores hace que las imágenes sean impactantes. A veces las fotografías se vuelven más dramáticas cuando son en blanco y negro. Pero en esta imagen de un edificio del Centro las tonalidades son tan sutiles que dan le sensación de que en la ciudad, a causa de algún fenómeno inesperado, todos los colores han perdido su fuerza. Quizá por eso esta fotografía tomada en una fría mañana se volvió interesante.
En esta ciudad donde el ocre de los adobes y el verde de la vegetación son la nota que predomina es refrescante, tanto para la vista como para el sentido estético, encontrarse con lugares como estos donde los tonos grises forman la composición.
Parece como si todos los colores se hubiesen escabullido hacia el interior por la única ventana que se ve abierta. Uno se imagina los objetos y las personas, al interior de este edificio, saturados del color que falta afuera.

Alfombra roja para que pase la historia (Medellín, Colombia)

Una situación inquietante por decir lo menos. Acaso los soldados de esta calle de honor esperan a que salga un personaje del edificio o permanecen allí a la expectativa de que alguien pase frente a ellos, llegue hasta el fondo y desaparezca en el interior.
De hecho se ven unas personas entrando como si estuvieran en la comitiva de quien quiera que acabe de pasar por la alfombra. Pero también se ve un camarógrafo listo para filmar a cualquiera que sea que llegue y pase frente a los soldados.
Las posibilidades son múltiples, así que por que no mencionar la menos plausible pero verdadera:
Estos soldados acaban de hacer una calle de honor, para que frente a ellos pasara un grupo de hombres vestidos a la usanza de las huestes de hace doscientos años, dirigidos por un hombre con aspecto de prócer.
Esa es la razón para que todavía estén allí, impertérritos, a la espera de que aquellos combatientes interinos vuelvan a salir del edificio, pasen por la alfombra roja y regresen a la bruma del anonimato, después de recibir un homenaje dirigido a quienes lucharon en las guerras de la Independencia.

El embajador de Fortuna (Medellín, Colombia)

Para los romanos, que como los griegos tenían una deidad para todas las instancias y conceptos de la vida, Fortuna era una de las diosas más caprichosas del Olimpo a pesar de que la mayoría asociaba, y asocia aún, esta palabra con la prosperidad.
Tal vez por esa razón se ha dicho muchas veces que nadie sabe donde está la suerte de una persona.
Este vendedor de lotería espera, como siempre lo ha hecho, que a través de él la buena suerte aparezca y toque con su impulso bienhechor a uno o a muchos de sus clientes.
Él que es simplemente un medio a través del cual se manifiesta el azar muestra sus números y confía como siempre lo hace a que por alguna razón desconocida por completo para cualquier ser humano, las cifras se alineen de tal manera que coincidan con los billetes que vendió.
Pero uno se pregunta si los loteros creen en la diosa que representan aun sin saberlo o se conforman con ser partícipes de las creencias de otro.
Será que de una manera inconsciente saben que su trabajo como vendedores de ilusiones lleva al destino a negarles los favores de la diosa. La actitud de este hombre no deja traslucir sus convicciones, apenas si es la imagen de un hombre que espera.

Las puertas de la catedral (Medellín, Colombia)

A veces las enormes puertas de esta iglesia románica están abiertas en las tardes de soles lánguidos que adormecen un poco la ciudad. Entonces la gente entra y se sienta en las bancas a rezar o a escuchar el susurro apagado de los rezos de los demás o el murmullo del exterior que ni siquiera los gruesos muros de adobe logran apagar del todo.
Ajenos a la frescura del interior otros permanecen en la puerta y se desesperan, sin saber si hoy tendrán que devolverse con las expectativas frustradas a consecuencia de una cita fallida. Unos cuantos turistas observarán las imágenes, los vitrales o el altar mayor tallado en mármol y admirarán la sobriedad de su arquitectura.
Cuando las puertas de la catedral están abiertas es cuando parece que la iglesia cobra vida, tal vez por esa serie de pequeños acontecimientos que pasan desapercibidos para la mayoría de la gente y que muchas de las veces no tienen relación con los rituales religiosos a los que está consagrado este templo.

Una esquina clásica I (Medellín, Colombia)

Uno se pregunta al observar esta esquina cómo es posible que esta casa haya resistido el paso de las décadas sin sucumbir a la demolición como ya lo han hecho tantas otras de los alrededores y de los barrios vecinos.
Ni siquiera puede decirse que el hecho obedece al cuidado minucioso con el que su fachada ha sido mantenida. El tiempo ha dejado su huella descascarando las múltiples capas de pintura y el gris, que siempre fue el color que caracterizó esta casa y muchas otras de su misma época, dejó de representar sobriedad; ahora se le asocia con la decadencia.
Los detalles florales de la fachada y los balcones permanecen inalterados y es posible admirar todavía la delicada factura de estos diseños de inspiración art decó, que en su momento debieron ser los obligados para todas las construcciones de este tipo.
Esta casa como tantas otras ha debido restaurarse hace mucho tiempo y pasar a formar parte del acerbo histórico y arquitectónico de la ciudad. Desafortunadamente muchas edificaciones como ésta se han dejado a su aire para que el tiempo y todos sus ayudantes realicen su trabajo impasible y devastador.
La variedad arquitectónica, que durante muchos años diera a la ciudad esa apariencia ecléctica que enriquecía los espacios y muy seguramente la mentalidad de sus habitantes, desaparece lentamente del paisaje urbano sin que nos demos cuenta de la pérdida que esto representa para la cultura y nuestra historia.

Medellín en blanco y negro