Los misterios de la luz (Medellín, Colombia)

Bajo la luz de esta ciudad una imagen que parece captada en uno de esos pueblos costeros del caribe puede convertirse, sin solución de continuidad, en una fotografía de recuerdo tomada en un pueblo perdido en las estribaciones de los Andes donde el frío sobrecoge hasta los ladrillos.
Afortunadamente esa luz desapacible de cielos plomizos y grises pocas veces dura algo más que algunas horas, las suficientes como para hacernos dudar y creer, a los que estamos acostumbrados a la infinita variedad de azules, que nos será negado ese espectáculo de ahora en adelante. Claro que nunca sucede, porque el sol vuelve a brillar y a resaltar los colores de todas las cosas además del azul del cielo.

Cielo azul con flores (Medellín, Colombia)

En esta ciudad, como todo el mundo sabe, nunca están de más las flores. Aparecen en cualquier parte y se roban el interés de todo el que pasa por aquí y hasta de los que caminamos todos los días en este sector del planeta.
Tal vez se deba a la especial ubicación geográfica del lugar o al sol que siempre aparece aunque llueva mucho, o quizá a los vientos. Lo cierto es que las flores están constantemente en la diaria realidad de los habitantes del valle.
Como en esta composición donde las delicadas siluetas de las flores se destacan contra el sempiterno azul del cielo, que sólo cambia de tonos pero que pocas veces desaparece tras las nubes de un día opaco.
En este día, como casi siempre, el azul resaltaba por contraste los colores de la ciudad y de sus flores.

Viajeros (Medellín, Colombia)

Estos usuarios cotidianos del metrocable son los viajeros del futuro que desde ya han empezado a tener contacto con los medios de transporte más modernos.
En ese futuro serán los que utilicen o diseñen vehículos que ahora están en las mesas de dibujo o que hoy sólo se ven en las películas de ciencia ficción.
Tal vez viajarán a lugares desconocidos por nosotros o permanecerán en la ciudad transformándola o quizá sirviendo de curadores a las construcciones que ambientan nuestra actual vida diaria y para las que apenas si tenemos una mirada de interés.
En todo caso se desplazarán por un mundo diferente pero con reminiscencias de este presente que ya mismo se ha vuelto pasado.

Perfiles de metro (Medellín, Colombia)

Al interior de las estaciones de metro de todo el mundo se han tejido y se tejen innumerables historias, pero pocas dan lugar a que la luz juegue de esta manera con sus estructuras como sucede cada mañana y cada tarde en las de esta ciudad.
El observador se ve impulsado a dejarse llevar por la imaginación y a inventarse las historias más sorprendentes o las más inverosímiles, apoyado solamente en el juego de las luces y las sombras que desdibujan o resaltan estas construcciones.
Es como si los contrastes que refuerzan las sombras impregnaran de dramatismo unas estructuras tan sencillas como esta.
El cielo se recorta contra el techo de la estación y a lo lejos un avión da un vistazo rápido a la ciudad antes de que la oscuridad transforme todos sus volúmenes en una composición de siluetas y perfiles.

Carabobo (Medellín, Colombia)

Atraviesa la ciudad de norte a sur y es uno de los lugares más paradójicos de El Centro. En ella es posible encontrar edificaciones historiadas y rejuvenecidas por las manos de los restauradores junto a otras a las que se ha dejado solas para que el tiempo o el abuso de cuenta de ellas.
Pero no sólo edificios llenos de historias se encuentran en esta calle, también es posible ver esas nuevas construcciones donde las paredes de vidrio reemplazaron al ladrillo para que el que pase pueda ver las mercancías expuestas y al alcance de su deseo; tantas que la profusión de almacenes donde se encuentran empalaga la vista de los transeúntes y embota el gusto de comprar.
Carabobo en la mañana es una calle casi tranquila, aunque desde temprano se vean los indicios de lo que será una tarde llena de paseantes, curiosos, compradores y buhoneros de todo tipo de géneros.
Es quizá el reflejo de lo que es la ciudad en su totalidad, un conglomerado de edificios nuevos, viejos y antiguos que lado a lado contribuyen a dar un toque caótico a la cotidianidad de sus habitantes.

Un techo de pueblo (Medellín, Colombia)

Hay imágenes de la ciudad que lo transportan a uno, por medio de la fantasía o del deseo, a lugares diferentes. Como en este caso en que las tejas venerables parecen las de esas casas de pueblo donde la humedad es capaz de pintar con verdes tan brillantes todas las superficies.
Hasta el “volador” que debió caer en la última celebración, lo hace pensar a uno que está en un balcón de marco de plaza, mirando el techo que cubrirá con toda seguridad una cantina o uno de esos graneros donde se pueden conseguir desde clavos hasta comida para caballos.
La paloma volará en cualquier momento y se unirá a las demás en torno al quiosco o se peleará el hombro o la cabeza del prócer que domina los parques de los pueblos en este maravilloso país.
Y es que en esta ciudad siempre es posible encontrar rincones íntimamente ligados con el reciente pasado campesino o con el próximo futuro de ciudad global.

La luz opaca de la memoria (Medellín, Colombia)

Así como estas ventanas, que parecen abandonadas al tiempo, dejan pasar con dificultad la luz exterior, así mismo sucede con los recuerdos que pocas veces dejamos que se vuelvan conscientes.
Hay vivencias que por inocuas o dolorosas se van quedando en el fondo de la memoria. Cuando de pronto se hacen visibles las cubre esa capa lechosa que adquieren las ventanas viejas a las que tangencialmente las acaricia un rayo de sol.
A veces, como por accidente, salen a la superficie y entonces dichas reminiscencias causan pena o dolor, pero en muchos casos apenas si logran levantar, en el polvo donde duermen, una tenue estela de nostalgia.

La calma del hotel Nutibara (Medellín, Colombia)

Bajo un sol del más puro verano uno de los clásicos edificios de la ciudad, desde la década de los cuarenta, yergue su fachada en el centro de la ciudad. Aunque no siempre el cielo está tan despejado el granito gris de este edificio se destaca siempre. Tal vez por que su arquitectura de líneas claras y definidas ennoblece, junto con las otras construcciones de la plaza, el sector donde se encuentra.
O tal vez porque de una manera discreta esta edificación apunta a un pasado relativamente remoto donde las maneras y formas de vivir de la ciudad eran, con mucho, más mesuradas que las de ahora y por lo tanto su aspecto cataliza el movimiento farragoso de la gente que camina a su alrededor todos los días.

Un lugar para el tesoro (Medellín, Colombia)

Si la vegetación algún día decidiera recuperar todo el terreno que ha perdido frente al prurito humano de construir, tal vez uno de esos edificios que se han cuidado con tanto celo en esta ciudad, podría verse así a través de los claros que dejarían las hojas.
Sería como la escena de una de esas películas donde el náufrago o cualquier viajero después de interminables jornadas de vagar sin rumbo, descubre al fin un vestigio de civilización.
Uno de esos parajes remotos y exóticos, descritos en las viejas novelas de aventuras, donde se encuentra el tesoro por tanto tiempo perseguido, o al menos el lugar donde se halla la pista definitiva para localizarlo.
Realmente nunca se sabe donde están las sorpresas para quienes van por la vida en busca de emociones, así jamás se muevan de la propia ciudad. Quizá uno de esos aventureros descubra en este lugar un tesoro o la pista para descubrirlo, que nadie más ha sido capaz de ver, antes de que la naturaleza comience su verdadera labor de reconquista.

La luz de la colina (Medellín, Colombia)

No son solamente los barrios de las laderas los que caracterizan la vista de esta ciudad, están también esas colinas cubiertas de casas que surgen aquí y allá en la geografía del valle.
En días como estos, en donde las nubes adquieren esa dimensión gigantesca que parece a propósito para pintar un gran cuadro a la manera de los paisajistas del siglo XIX o de los pintores de la Gran Bretaña expertos en escenas de la campiña inglesa, uno quisiera percibir las colinas con tonalidades diferentes a las de todos los días, como si la luz fuera capaz de cambiar también la solidez de las construcciones y darles un toque fantástico o de otro tiempo. Sin embargo, en este caso, el cielo no ha influido y las casas se ven idénticas a como las ve el observador que las mira diariamente.

Arte de corazón (Medellín, Colombia)

Unos cuantos trazos azules perfilan en segundo plano la imagen de la ciudad mientras los colores fuertes, como los que se utilizan en las pinturas murales que aparecen de manera espontánea en cualquier pared, dan vida a una extraña figura femenina como esas que describe la mitología egipcia con cabeza de pájaro.
Tanto por la técnica como por el tema esta obra remite a los asuntos eminentemente eclécticos de los murales callejeros, donde el espectador tiene la libertad de establecer cualquier tipo de relación entre lo que ve y el entorno en donde ha sido elaborada.
Al momento de tomarse esta fotografía el autor no había terminado su obra, que como dato curioso estaba siendo ejecutada sobre la superficie de un corazón.

De camuflajes y texturas (Medellín, Colombia)

Son tan variadas las estrategias que adopta la gente de las ciudades para protegerse, que no es difícil representarse las texturas de la ropa como una forma de camuflaje, como si las personas quisieran mimetizarse con el entorno de tendencias monocromáticas de casi todas las grandes urbes.
Aunque siempre se ven por ahí algunos personajes que con su colorido quieren hacer todo lo contrario: desprenderse de lo cotidiano y pasar por la vida como esas orugas venenosas que con su apariencia desmesurada están comunicando a las demás especies su peligrosidad. Quizá estas personas se crean peligrosas, tal vez lo sean o no, lo cierto es que los atuendos estrafalarios dan un toque de folklorismo a los lugares por donde se pasean y en otras ocasiones uno cree que está en una de esas calles parisinas de Montmartre o del Village en New York, donde lo estrambótico no es extraño según la imagen que muestran algunas películas cuando se remiten a esos lugares.
En esta ciudad sólo es posible ver en contadas ocasiones algún personaje tan desusado como esta mujer cebra que se destaca contra un paisaje de vegetación artificial y excesivamente naif.

Una torre para la imaginación (Medellín, Colombia)

Esta torre tan conocida para los que caminan por la plazuela San Ignacio se ve diferente desde uno de los patios del paraninfo de la Universidad de Antioquia. Adquiere el aire de esos edificios vetustos, pero bien conservados, que se ven en las ciudades milenarias del viejo continente. No en vano los constructores y arquitectos de la vieja ciudad bebían en los veneros del arte y la arquitectura de Europa.
Esta ha sido la imagen que las incontables generaciones de estudiantes que pasaron por este claustro, emblema del Alma Mater, vieron cuando levantaban la mirada al cielo, sorprendidos tal vez de adivinar detrás de los vidrios de las ventanas de esta torre algún personaje de Dickens, de Flaubert o porqué no del criollo Carrasquilla.

Encontrémonos en Medellín (Medellín, Colombia)

Imágenes similares a ésta debieron ser las postales que los visitantes de la ciudad hace medio siglo mandaban a sus amistades por correo aéreo. Todos queriendo volver y deseando que las demás personas vivieran la experiencia de pasar un tiempo en la Bella Villa.
Por estos días, en los que tanta gente estuvo caminando por sus calles, recorriendo los lugares de mayor interés y compartiendo con los habitantes su aire distinto y cálido, es muy posible que la frase de la estampilla se haya repetido hasta la saciedad como una consigna.
En ese tiempo de mediados del siglo pasado la imagen de una silleta representaba una de las atracciones más importantes de una ciudad que desde hacía mucho se había asomado a la modernidad pero que era casi desconocida para el resto del mundo.
Hoy tiene un lugar entre las grandes ciudades de América Latina y ya no son solamente los silleteros y las flores los que podrían representarla.

Días de fiesta en la ciudad (Medellín, Colombia)

Una multitud se reúne cada mes en el mercado de San Alejo, unos para comprar, otros para vender y muchos para satisfacer su curiosidad.
En un día de fiesta se aglomera más gente en este lugar, esperando que sus expectativas de apropiarse de un poquito de felicidad se cumplan o al menos que sea posible encontrar algún suceso entretenido para olvidar la vida de todos los días, capaz de volver gris cualquier existencia.
Hasta la fuente desaparece entre la multitud que se mueve sin descanso o que se detiene para escoger cualquier rumbo. Al fin y al cabo el desasosiego producido por la ciudad apenas si se calma un poco en medio de tanta gente.

Loneliness (Medellín, Colombia)

Aisladas como en cualquier lugar del mundo e intemporales como el deseo o las imágenes que aparecen en los sueños, estas aves descansan durante un momento de su vuelo infinito.
Se han vuelto tan conspicuas en los cielos y en los lugares más inesperados de nuestras calles que nadie las volvió a incorporar a su realidad inmediata. Tal vez si desaparecieran de repente uno empezaría a echarlas de menos. Sin embargo por ahora sólo son un decorado que se mueve constantemente por el paisaje urbano. A veces forman composiciones tan desapacibles como ésta, donde se combinan con el cielo para darle la sensación a quien las mire, un instante, que está contemplando una extraña representación de la melancolía que puede suscitar esta urbe.

Portada a las bellas artes (Medellín, Colombia)

Hay en las ciudades determinados lugares que se vuelven tan familiares para la gente, los han visto en tantas ocasiones, han caminado tantas veces frente a ellos, que con el tiempo han adquirido una pátina que difumina su aspecto y le impide por algún motivo a la atención que se fije detenidamente en ellos. Es como si permanecieran en un estado casi fantasmal.
Son esas casas o edificios que casi siempre vemos cerrados y que ni siquiera nos preguntamos que podría pasar si alguna vez alguien decidiera hacer públicos los acontecimientos que allí se han llevado a cabo.
No es el caso de esta portada que da acceso a uno de los lugares más tradicionales de la ciudad: el auditorio del Instituto de Bellas Artes.
Esta puerta no siempre está cerrada y cuando se abre es porque algún evento en torno a la cultura de la ciudad se está llevando a cabo. Quizá para algunos desprevenidos sea uno de esos sitios fantasmales del Centro, pero en realidad es un lugar que ha estado vinculado de manera muy estrecha a la actividad artística de la ciudad.

San Miguel (Medellín, Colombia)

Entre todas las iglesias de la ciudad una de las más conocidas es ésta la de San Miguel, pues su silueta se puede ver desde muchos lugares. Se encuentra en Villahermosa uno de los barrios más tradicionales del oriente de la ciudad.
En esta fotografía la escultura del arcángel San Miguel, que le da su nombre al templo, parece recortarse contra el cielo de manera sobrecogedora, gracias a ese resplandor que se ve a sus espaldas como si realmente actuara en calidad de representante de instancias superiores.
De cualquier manera esta iglesia de sencillo diseño es una muestra de la belleza que puede encontrarse en la arquitectura religiosa de la ciudad.

El corazón de la moda (Medellín, Colombia)

Desde hace décadas esta ciudad ha dedicado su industria y su creatividad a la moda y a su comercialización.
Tal vez por eso en la pasada feria de Colombia Moda donde se vieron muchos corazones que representaban la pasión que la gente de este país siente por su tierra, algunas personas decidieron decorar uno de ellos con ropa. Esos atuendos que llevamos todos los días y que se vuelven parte de nuestra personalidad, además de ser una manera de contar sin palabras quiénes somos y qué nos interesa en la vida o con cuáles cosas estamos comprometidos, sirven también para mostrar nuestra dimensión creativa, como en este caso. No siempre es fácil expresarlo pero en esta ocasión quienes decidieron ponerle encima estos ropajes a un corazón manifestaron lo que apasiona a mucha de la gente que vive en esta ciudad o al menos expresaron la actividad de la que viven.

Una ventana en la tapia (Medellín, Colombia)

En este muro grueso e historiado se hizo necesario, hace décadas, abrir unas ventanas aunque fueran pequeñas y aunque estuvieran tan altas que nadie podría asomarse por allí.
Lo importante era la luz coloreada que iba a entrar para pintar el aire de otra iglesia.
Estas ventanas nadie las ve, porque la gente nunca levanta la mirada, porque por este lugar uno pasa con los ojos fijos en las mercancías que se venden profusamente en los estrechos espacios del pasaje comercial.
Y aunque no lo parezca o la gente no se de cuenta, esta ventana como las otras que hay en el mismo muro tienen otra tarea: darle a este lugar una pátina de viejo rincón de ciudad antigua y así el prurito comercial de la ciudad no sea tan evidente o al menos se suavice un poco.

Túnel verde (Medellín, Colombia)

En algunos sectores de la ciudad se ven calles como ésta, donde los árboles forman un dosel natural sobre vehículos y transeúntes.
Túneles verdes que trabajan sin descanso por transformar los gases emitidos por todo tipo de contaminantes en aire puro, a pesar del esfuerzo contrario que hacemos los habitantes de este valle por intoxicar el ambiente.
Son calles que pertenecen a otras épocas donde el medio ambiente tenía una gran importancia para las personas que lo cuidaban, sin necesidad de entregarse a elaborar discursos sobre la incidencia de la ecología en la vida de las ciudades.
Por su cercanía con la tierra la gente conocía la importancia de las plantas en el equilibrio de la vida en el planeta.
Por eso las calles y los jardines y los solares estaban llenos de árboles que además de su trabajo de purificadores embellecían el ambiente. Afortunadamente para la ciudad quedan muchas calles como ésta. Aunque con el paso del tiempo se vean cada vez más amenazadas.

Una vista clásica (Medellín, Colombia)

Nada más clásico que tomar una foto de esta fuente en el parque Bolívar; hacerlo es como querer capturar una imagen del agua queriendo unirse al cielo o como documentar el paso de quienes al fondo entretejen a diario sus caminos con las de otros desconocidos.
Esta fuente que ha estado allí durante décadas se ha ido convirtiendo, con el paso de los años, en una fuente muda, nadie la oye. Los ruidos de la ciudad silenciaron su canto hace mucho tiempo.
Sólo les queda a los visitantes del parque ver cómo el agua juega siempre de la misma manera, circular e hipnótica, sin que se perciba ningún sonido.

History repeating (Medellín, Colombia)

En el año 57 del siglo pasado se realizaba en la ciudad la cuarta exposición nacional de flores y simultáneamente: a finales de abril y principios de mayo se celebró en Medellín la primera feria de las flores a la que se llamó Festival de las flores.
Sobra decir que en esa época tanto como ahora las flores eran un elemento importante de la vida de la ciudad.
Tanto ayer como hoy la gente esperaba congregarse en la ciudad para asistir a las fiestas que se anunciaban.
Pero como dice Shirley Bassey en su canción History repeating, lo hemos visto antes y lo veremos de nuevo, pero lo que para cada generación que vive esta Feria de las flores no se repite, es la emoción causada por los distintos eventos en torno a las flores que se realizan en la ciudad.

Naranja y verde (Medellín, Colombia)

La teoría del color no es una abstracción que el ser humano haya inventado para explicar la relación entre los colores como es el caso de los complementarios. En la naturaleza hace miles de años que las plantas utilizan estas relaciones para atraer la atención de los insectos y de los animales o para beneficiarse de múltiples maneras al medio al que se han adaptado.
En este valle donde la temperatura y la humedad se unen para que a las plantas les resulte extremadamente beneficioso medrar, se ven especies que si bien son originarias de Centro y Sudamérica todavía su exhuberancia se percibe como un producto exótico.
El sol de la ciudad resalta los colores intensos de esta heliconia que contrastan de una manera muy bella con el verde de las hojas. Es como si uno estuviera en uno de esos bosques de tierra caliente donde los colores de las plantas y de los animales parecen invadir todos los lugares.

Una orquídea para la mitología (Medellín, Colombia)

Si Tiziano hubiese conocido orquídeas como las que vemos en esta ciudad todo el año y en especial por estos días cuando todo el mundo se prepara para asistir a los eventos de una feria de flores, con seguridad el cuadro que pintó donde se ve a la mitológica Danae recibiendo impasible a Zeus convertido en lluvia de oro, hubiera tenido otra composición. En vez de gotas de oro hubieran caído orquídeas como éstas en el regazo de la princesa.
Claro que no es justo sugerirle nada al Tiziano que tomó el tema para su famoso cuadro de un relato mitológico de la cultura griega.
Donde se debió contar la historia de otra manera es en dicha mitología. Claro que para el mundo helénico era mucho más dramático, desde el punto de vista de la narración, hablar de lluvia de oro que de orquídeas.
Así que dejemos la historia como está y pensemos que en algún mito colombiano o latinoamericano debería contarse cómo una impasible doncella india de una belleza extremadamente perturbadora, fue transformada en orquídea debido a los celos o a los “indómitos” impulsos de uno de esos dioses indígenas, que en cuanto a venganza e intensidad en los deseos no se quedaban atrás de los griegos.

Medellín en blanco y negro