En este muro grueso e historiado se hizo necesario, hace décadas, abrir unas ventanas aunque fueran pequeñas y aunque estuvieran tan altas que nadie podría asomarse por allí.
Lo importante era la luz coloreada que iba a entrar para pintar el aire de otra iglesia.
Estas ventanas nadie las ve, porque la gente nunca levanta la mirada, porque por este lugar uno pasa con los ojos fijos en las mercancías que se venden profusamente en los estrechos espacios del pasaje comercial.
Y aunque no lo parezca o la gente no se de cuenta, esta ventana como las otras que hay en el mismo muro tienen otra tarea: darle a este lugar una pátina de viejo rincón de ciudad antigua y así el prurito comercial de la ciudad no sea tan evidente o al menos se suavice un poco.
Una ventana es una ventana, por alta o baja, chica o grande que sea siempre dejará entrar la luz y volar los sueños.
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