Un instante (Medellín, Colombia)


Tal vez la soledad de Junín en ese momento fue algo momentáneo, quizá volvió a llenarse al minuto siguiente pues el sentido común parece que sí ha abandonado las calles, como sucede con esos lugares de la ciudad donde la celebración de eventos casi siempre anodinos continúa. A diferencia de lo que sucede en el cuento de Edgar Alan Poe, La máscara de la muerte roja, la fiesta no la hace sólo el potentado sino también la gente del común para quienes el ruido y las aglomeraciones es algo vital, como sucede con esas bullangueras colonias de periquitos que sobrevuelan la ciudad haciendo sentir su presencia mimetizada en el verde de los árboles, indiferentes a cualquier acecho; pero la muerte sigue ahí, alerta, como un gato, provista ahora de un arma mucho más ominosa por imperceptible.

Interiores II (Medellín, Colombia)


Hasta hace unas cuantas semanas esta escala de un edificio en Medellín presentaba este aspecto (como una especie de premonición de lo que pasaría después en la ciudad), ajena a la masa de personas que subían y bajaban en los ascensores. Hoy, en el exterior, las calles empiezan a llenarse de nuevo. Pero esta escala seguirá representando como una metáfora arquitectónica el interior de cada ser humano que debe adentrarse profundamente para reconocerse. Pero casi nadie lo hace, muy pocos quieren enfrentarse con su propia soledad.

En esta tarde gris (Medellín, Colombia)


Algo tiene la lluvia que transforma las imágenes corrientes en escenas cargadas de simbolismo. El rojo de unas sillas y una mesa de plástico combinado con el gris del piso mojado y el verde de la vegetación hace pensar al observador en un fotograma de una vieja película donde los protagonistas acaban de separarse para siempre. Quizá se deba a la melancolía que evoca la lluvia que medio se adivina o al abandono de los muebles a la intemperie en un lugar solitario y silencioso mientras la ciudad sigue agitada a su alrededor y el frío cubre todas las superficies.

Sí hay camino (Medellín, Colombia)

Hoy es tan seductor montar en tranvía como caminar por la calle Ayacucho, solos o conversando con los amigos o llevando en la memoria otras caminadas con otras amistades, que quizá ya no estén cerca; aquellos con los que subimos y bajamos muchas veces por los andenes estrechos o montados en los viejos buses destartalados y veloces mirando sin ver las viejas fachadas. Algunas aún se conservan, las otras dieron paso a paredones impersonales, al aspecto anónimo de edificios recién construidos o al comercio desmesurado.
La calle Ayacucho por donde han pasado y pasan tantas emociones ha dejado de ser calle para convertirse en viaducto. Sin embargo, continúa siendo la ruta diaria de los que habitan el centro oriente de la ciudad; de los que trasiegan a pie o en tranvía un camino que se ha convertido además en atractivo turístico.

La última visita (Medellín, Colombia)

Después de los paseos incesantes de las hormigas que acompañaron todo el proceso de la orquídea desde antes de empezar a despuntar su capullo, y después de que se hubieran ido en busca de otras fuentes de alimento o de asombro, llega la última visita. Un abejorro grande y sano aparece colgado de sus alas para despedir a la flor que lo esperó para dar por terminado su ciclo, para entregarle esos deseos de volar que su forma atestigua. El abejorro dorado, negro y amarillo llega para rondarla en una especie de danza de cortejo y cuando por fin la abraza permanecerá allí apenas unos momentos, espaciados  cada uno de ellos por otros vuelos, por otras danzas.
Luego partirá para buscar flores quizá menos espectaculares, pero más generosas. Pero volverá. Cuando renazcan otras orquídeas repetirá la sucesión de giros, danzas y abrazos; una tarea que tal vez sea un requisito imprescindible para asegurar que en el futuro habrá más orquídeas y él pueda regresar o para que lo hagan otros abejorros y continúe así el perenne ciclo de la vida.

Un rincón de la estación (Medellín, Colombia)

Todas las ciudades tienen lugares que parecen escondidos aunque están a la vista de todo el mundo. Sólo los turistas se detienen a contemplarlos y a soñar con quienes los recorrieron en el pasado y que seguramente también los ignoraron.

Palabras, palabras (Medellín, Colombia)

Esos elementos con los que armamos nuestro pensamiento son palabras que expresan, definen, simplifican, marcan, acogen, dicen, denuncian, formulan, enumeran, opinan, ratifican, articulan, recalcan, tratan, emiten, profieren, aclaran, producen, explican, prorrumpen, protestan, declaran, manifiestan, exponen, encubren, proclaman, muestran, exteriorizan, participan, significan, denotan, reflejan, representan, reproducen, afirman, testifican, atestiguan, repiten, certifican, deponen, garantizan, confirman, analizan, asienten, enuncian, insinúan, indican, observan, señalan, sugieren, establecen, connotan, citan, nombran, estudian, alegan, recuerdan, precisan, concretan, aseveran, subrayan, acentúan, mienten, reiteran, simbolizan, comunican... y trazan nuestro camino.

Prometeo encadenado (Medellín, Colombia)

Una versión bastante libre del mito del titán Prometeo, ejecutada por Rodrigo Arenas Betancur, altera la monotonía de una de las paredes de la edificación que fuera la sede inicial del museo de Zea hoy llamado museo de Antioquia.
Aunque falta el águila que devore sus entrañas permanece encadenado perpetuando el mito.

Soledad II (Medellín, Colombia)

Las ciudades modernas, que por antonomasia se han convertido en los paradigmas de la soledad, se han visto invadidas en los últimos años por escenas como ésta: multitud de personas perdidas en la imagen hipnótica de un celular. ¿Qué sucede allí que atrapa la atención de millones de seres humanos? ¿Acaso es la promesa de no estar solo lo que lleva a cada uno de ellos a perderse en las múltiples posibilidades de compañía, aunque sea ficticia, que se les ofrece por este medio?

El valor de la papaya (Medellín, Colombia)

Una escena cotidiana que se repite constantemente en las calles de esta ciudad. Sin embargo el colorido que arrastran en sus carretillas estos vendedores pasa desapercibido para casi todo el mundo.
Estamos tan acostumbrados al color del trópico que hace mucho que se nos volvió más importante el valor de las cosas que su belleza.

Una esquina clásica II (Medellín, Colombia)

Todavía hace algo más de siete años (http://medellinrevista.blogspot.com.co/2010/06/una-esquina-clasica-medellin-colombia.html) esta edificación mostraba con dignidad las huellas que el tiempo había dejado sobre su superficie. La fachada relataba historias de una ciudad en la que la gente se desplazaba por sus calles con la tranquilidad del tiempo que transcurre sin ligereza.
Hoy, debido a las manos ofensivas del supuesto progreso esta casa exhibe las consecuencias de la remodelación que hace tantos estragos como el tiempo mismo. Sin un estilo arquitectónico definido y con el único fin que determina la limpieza ofrece a la vista un patético aspecto. Tal vez lo único que podría justificar esta asepsia en el rediseño de una casa que pudo haber recuperado su belleza si se hubiese mantenido la estructura y la decoración originales es la lejana reminiscencia a los edificios que pintó en su época metafísica Giorgio de Chirico o el trozo de iglesia que se refleja, como un fantasma, en una sus ventanas.

Un buen lector (Medellín, Colombia)



A la hora de leer, cualquier lugar le sirve a un buen lector.
Este hombre que descansa después de una jornada de trabajo o que espera el próximo encargo, vuelve a dejarse envolver por la magia de una de las 2600 novelas de vaqueros, o del oeste, que entregó a la imprenta Marcial Lafuente Estefanía y que todavía encuentran lectores que se emocionen con las intrigas o los duelos a pistola en saloons o en calles polvorientas y desoladas de un pueblo del Oeste.
Acostado en su carretilla y alejado del ruido que produce la ciudad revivirá, mientras lee, su juventud; cuando estos libros se alquilaban en las “revisterías” colgados de unas cuerdas, acompañados por las aventuras de Supermán o el Santo entre otros muchos héroes y superhéroes. O quizá no, es posible que apenas haya entrado en conocimiento con esta literatura fácil pero que cumple con uno de los mandatos que muchos autores se impusieron a la hora de escribir: entretener sobre todas las cosas.
Hoy esos libritos que sobreviven milagrosamente al deterioro que amenaza a cualquier papel, y sobre todo al de estas ediciones de bolsillo que en su momento se publicaban para el consumo inmediato, no para perdurar, se encuentran en uno o dos puestos de segunda en la carrera Bolívar y sirven de alimento literario a lectores tan consagrados como éste.

La música es así II

La música, una actividad que une a los seres humanos también es una de esas actividades que afectan de manera distinta a cada individuo en particular. Cada uno tiene una relación íntima y personal con ella. Como estos tres músicos que en Junín interpretan aires regionales con la actitud de quien apenas está conociendo a sus amigos: con cautela pero también con ciertos desencuentros que tal vez el tiempo logre soslayar.
Por ahora alguna nota se atrasa o se adelanta cuando no es que se pierde definitivamente a causa de una mano que no logra manejar con más habilidad el instrumento.
De todas maneras, y a pesar de las notas desafinadas, una mañana de sábado un paseo peatonal de El Centro se vio animado por tres hombres absolutamente concentrados en hacer lo que más les gusta: música.

Una perspectiva clásica (Medellín, Colombia)


Uno de los edificios más emblemáticos del sector conocido como Guayaquil fue diseñado por el arquitecto Carlos Carré y es llamado comúnmente Edificio Carré. Fue construido en 1893 y restaurado a principios del presente siglo. Pocos son los habitantes que no conocen esta edificación que por el oriente da a la carrera Carabobo y por el occidente a la Plaza de Cisneros más conocida hoy como Plaza de la Luz.
Su historia como la de muchos lugares va desde la admiración que despertó su construcción novedosa hasta la casi desaparición por cuenta del abandono para renacer de nuevo al estado en el que se encuentra hoy como la sede de una de las Secretarías de la administración municipal.
Esta perspectiva es una de las fotografías clásicas que se encuentra en muchas de las publicaciones sobre Medellín y sobre un edificio que es visto como hito arquitectónico de la ciudad por la sobriedad de su diseño y porque rememora una época que a pesar de haber sido marcada por etapas tumultuosas evoca un tiempo sino más feliz sí más tranquilo.

Mirar al cielo (Medellín, Colombia)

Pocas veces se nos ocurre mirar al cielo cuando recorremos El Centro. No es fácil abstraerse del ruido, de la gente que camina apresuradamente, del smog, en fin de todo lo que caracteriza una ciudad. Aunque a esta le faltan los rascacielos que dibujan el perfil de las metrópolis, no adolece de las multitudes que recorren con prisa las calles como si de verdad tuvieran un destino definido, arrastrando cualquier obstáculo.
Pero mirar al cielo, aunque para algunos pueda significar mirar al vacío y sobre todo cuando el azul profundo -tan característico de este valle- no está alterado por el smog o por las nubes que se apoderan de todo el espacio, a veces trae sorpresas como ésta: un avión solitario, silencioso, que se desplaza subrepticiamente. Ignorado por todos menos por quienes abandonan o regresan en él a la ciudad que, donde vayan, siempre está con ellos.

Gótico en el trópico (Medellín, Antioquia)

Esta fotografía induce a pensar que el edificio al que corresponde esta cúpula está rodeado por una espesura lujuriante como se esperaría de un lugar ubicado en plena zona tórrida. Sin embargo esta ciudad construida en un valle en medio de los Andes tiene un clima que se asemeja poco a los calores que identifican el trópico.
En realidad son pocos los árboles que rodean este edificio llamado Palacio de la cultura Rafael Uribe Uribe, nombre que se le dio a la vieja sede de la Gobernación de Antioquia, después del traslado de la administración departamental en la década de los ochenta.
Construido en estilo neogótico, por el arquitecto belga Agustin Goovaerts, es una de las pocas edificaciones de este estilo que quedan en El Centro y que permiten recordar, a los que habitamos esta ciudad y a quienes la visitan, la belleza de la arquitectura que alguna vez caracterizó el centro de la Bella Villa.

Ikebana (Medellín, Colombia)

Espontáneamente la naturaleza logra la sutileza, riqueza y profundidad que alcanzan los grandes maestros en esta disciplina después de mucho tiempo. Hasta los japoneses, expertos en el ya centenario arte de los arreglos florales, admirarían las composiciones que pueden verse en esta ciudad a cada momento, donde sólo hay que tener la mirada atenta para encontrarlas en cualquier jardín.

Atrapados (Medellín, Colombia)

El encanto de las flores está fuera de toda discusión y atrapa el interés de la gente, sobre todo en una ciudad que se precia de engalanarse con ellas todo el año.
Las flores seducen a personas y animales por diferentes razones: a los seres humanos por su belleza y a los animales por la posibilidad de alimentarse. Pero a veces las flores pueden tener un lado amargo, pueden convertirse en una trampa.
Al parecer no todas las flores son tan fáciles de polinizar como las rosas o las margaritas. Esta flor blanca de un carbonero le dificulta su tarea a las abejas.
Las que se atreven a internarse entre sus filamentos corren el riesgo de quedar atrapadas.
Otro drama que se suma a todos los que se escenifican diariamente por la supervivencia en este valle; tanto entre los grandes como entre los pequeños.

El silencio de las campanas (Medellín, Colombia)

Hubo un tiempo en que las campanas anunciaban celebraciones o desastres. Un tiempo en el que su canto convocaba. Un tiempo en el que en el tañer de los bronces se podía identificar la alegría, la tristeza o la solemnidad; y en su doblar la muerte.
Hoy, en esta ciudad, las campanas han cedido su voz a los parlantes. Sólo queda de ellas una imagen quieta en lo alto de algunas iglesias. Un recuerdo detenido en la memoria de quienes hasta las identificaron por su timbre.
Hoy la gente pasa frente a los templos, donde permanecen inmóviles y en silencio como una huella de una época casi olvidada, sin percatarse de que tal vez en su corta vida nunca han oído su sonido claro y distinto.
Sin arrebatos. Sin echarse al vuelo, las campanas se adentraron suavemente en el pasado.

Una escena dominical

 Bajo la tutela de una escultura alusiva a los legendarios silleteros se desarrolla una escena que, con algunas variantes, debe repetirse todos los domingos en este pequeño parque. Las infaltables comadres se ponen al día mientras un sol parco les permite, como a los compradores de baratijas, regodearse con el buen clima en una zona de la ciudad generalmente fría. Artesanos de todas las condiciones ofrecen sus mercancías mientras alrededor de la placita la gente que recién sale de misa se dirige a sus casas o a los restaurantes aledaños y personajes de trazas diferentes van y vienen dando un color especial al lugar.
Un domingo apacible en un corregimiento de la ciudad que cada vez se convierte en destino de turistas locales y hasta foráneos. Quizá porque la tranquilidad se ha vuelto un lujo en una ciudad donde el ruido y la velocidad dominan la cotidianidad de todo el mundo.

Seguridad (Medellín,Colombia)

En esta ciudad que históricamente se ha dedicado al comercio se vende y se compra de todo. Hasta la basura se ha convertido en un negocio, alimentado por los recicladores que recorren las calles de la ciudad recogiendo y comprando, a veces, por precios irrisorios cosas que ya no sirven. Ha alcanzado tal magnitud que ya necesita ser vigilado por cámaras de vídeo como los grandes centros comerciales.
La corriente inagotable de basura que produce nuestro tiempo termina en lugares como éste donde se vende o se cambia por objetos igualmente desechados. Y aunque parezca improbable son muchos los que caminan por este laberinto con la mirada atenta, prestos a rescatar algún objeto que satisfaga alguna necesidad y por qué no hasta un anhelo largamente acariciado.
Los curiosos, los posibles clientes, transitan por allí con la seguridad de que mientras permanezcan en esta zona serán observados atentamente; aunque eso no les garantice que saldrán indemnes de un lugar que se rige por otras leyes.

Concentración y acción (Medellín, Colombia)

Lanzarse al vacío así debe ser una sensación alucinante. Implica vencer uno de los temores atávicos de los seres humanos: caer.
Es negarle importancia a la información que llega al cerebro. Es desafiar conscientemente una de las leyes primordiales de la física.
Pero para estos atletas es un ejercicio tan cotidiano, tan sencillo como lo es para la mayoría de las personas de esta ciudad coger el metro o utilizar una escalera eléctrica.
Ellos confían en el abrazo de la masa de agua que los espera, pero aun así sus movimientos deben ser de una precisión milimétrica. Gracias a la habilidad con que ejecuten esos movimientos, tan repetidos que se han convertido en parte de su cuerpo como los gestos de su cara o su manera de caminar, es posible realizar unos saltos que para otros resultarían imposibles.

¿Para dónde se van los lectores? (Medellín, Colombia)

Así se veía la sede principal de la Biblioteca pública piloto para América Latina en septiembre del 2015, días antes de ser cerrada debido a unos arreglos estructurales que se le iban a hacer al edificio, según la versión oficial.
Ya se habían empezado a empacar los libros y tal vez porque se esperaba su cierre temporal, apenas si se veía uno que otro lector desprevenido.
Más de un año después este lugar sigue cerrado. Quizá pasará mucho tiempo antes de que los pocos lectores que aún insisten en frecuentar los interiores de las bibliotecas puedan volver a entrar a este recinto o a otros similares.

Medellín en blanco y negro