La mirada de los pájaros (Medellín, Colombia)

Cuando uno recorre los barrios de esta ciudad, adheridos a las montañas tiene, a cada momento, la perspectiva de los pájaros.
Y aunque a veces la mirada se cansa de ver las edificaciones como si fueran las fichas de uno de esos juegos para construir objetos, a veces resalta como una joya, un lugar distinto. Como esta terraza a la que un artista tomó la decisión de convertir en un lienzo de concreto. Un artista a quien le pareció más importante mostrarle su obra a los que dejan vagar su mirada desde las alturas, que a los que caminan por las calles, con el alma encerrada por los muros, con los ojos pegados al suelo, sin levantar la cabeza para contemplar las fachadas de las casas. Tal vez por eso la figura que se ve con más claridad es la de un pájaro que flota.
La sensación de vida que transmite el abigarramiento de colores entre la monotonía de los adobes y el gris de los techos del lugar, capta la mirada de inmediato. El contraste con la otra terraza es evidente, ésta parece una copia de la superficie de un planeta deshabitado, mientras que la otra tiene todo la fuerza y el movimiento de un lugar en el trópico.

Claroscuro (Medellín, Colombia)

Es innegable que esta ventana compite con el paisaje que se puede ver a través de ella. La ciudad se extiende lánguidamente por las laderas hasta difuminarse por completo en la bruma de la mañana, pero eso al observador le pasa casi desapercibido porque su mirada se ha quedado detenida en la hermosa composición de tubos, que como fuertes trazos de tinta, se entretejen dándole a la luz una calidad que recuerda los cuadros de Rembrandt o de los pintores tremendistas españoles donde la luz aparece, no para develar la realidad sino para agregarle misterio y dramatismo a lo que se representa. Nada más adecuado para una biblioteca donde por principio se pueden rastrear todas las respuestas, todas las aventuras o todos los enigmas.
No parece una ventana para ver al otro lado, sino para mirar hacia adentro. Las imágenes que se perciben al fondo sólo sirven para resaltar la necesidad que se tiene de buscar la luz no sólo en el exterior.

Una foto (Medellín, Colombia)

La actividad febril en un parque de la ciudad ha sido detenida en el tiempo gracias a una cámara fotográfica.
Grupos de personas que tal vez nunca se habían visto acudieron ese día y en ese momento preciso desde lugares cercanos o alejados, desde los barrios de la ciudad y hasta de lejanas tierras, para cumplir la cita que el destino les había fijado en este lugar.
Aislados unos de otros por las barreras invisibles que les impiden conocer a los demás, comparten el mismo espacio y se entregan a sus realidades completamente indiferentes a lo que pasa a su alrededor. El único que al parecer todavía siente que fuera de su pequeño entorno hay otro mundo, es el niño que abandona la escena donde se encuentra. Fija su atención en algún acontecimiento exterior, como ese personaje del cuadro de Velásquez, que nos inquieta con la mirada que pasa por encima de nuestro hombro para interesarse por algo invisible a nosotros.

Escrito sobre el cuerpo (Medellín, Colombia)

Un desfile estático donde algunos de los maniquíes llevan sobre su piel artificial vestidos confeccionados en diferentes tipos de papel, hace pensar de una manera distinta en el lenguaje elocuente, aunque no verbal, de la ropa con que las personas cubren su cuerpo.
El papel, que tradicionalmente se ha usado para manifestar cualquier intención, para copiar en su superficie la realidad tal y como la ven los que escriben, de acuerdo a las pautas que les ha permitido el mundo al que pertenecen, se ha utilizado en este caso para relatar otras historias. Esas que cuenta la gente de las ciudades, al vestirse todos los días de manera redundante o creativa, para narrar sin palabras la historia de sus vidas. Como si su impulso más íntimo fuera describirle a cualquier desconocido que los vea quiénes son, sin necesidad de tener que recurrir a las palabras que generalmente son tan esquivas.
Y así como la gente es capaz de proyectar su ser más interno en la ropa que usa, así mismo hay quienes son capaces de desvelar en esos atuendos y en sus combinaciones el interior de los seres humanos: los que se cruzan en su camino o aquellos que lo rodean. Es posible que hasta escriban crónicas tan apasionantes o anodinas, como las que uno lee en los periódicos que relatan la realidad de la ciudad a diario con obsesiva puntualidad, con insistente minuciosidad, como si su intención fuera trazar de nuevo su geografía, como si en esas crónicas quisieran calcar a sus habitantes y sus acciones. Aunque algunas veces, se dejan llevar por el impulso de vestir con palabras a la ciudad, para que su realidad tan dura y descarnada a veces no se vea tan desnuda.

Cuadros de una exposición (Medellín, Colombia)

Las trece secciones en que estas ventanas dividen la pared, aíslan diferentes aspectos de un sector de la ciudad. Cada una de ellas parece una imagen en sí misma, sin ninguna relación con las demás.
Hasta podría decirse que estas imágenes son un muestrario de la riqueza visual de los barrios de la ciudad, tan variada que su estilo, color y textura puede cambiar drásticamente en unos cuantos metros. Muchas veces sin solución de continuidad.
Por eso no es de extrañar que el observador desprevenido se engañe y crea que en vez de ventanas, está frente a una exposición de fotografías, que reúne en un espacio reducido lugares distantes y distintos de la misma ciudad.

El miedo a la libertad (Medellín, Colombia)

Un gallo, ducho en encuentros con seres humanos observa con atención el juego de unos niños. Sabe por experiencia que su cercanía no augura nada bueno para su tranquilidad. Desconfía de ellos, conoce sus cambios de humor, sabe de la imposibilidad de predecir sus acciones.
Los niños que se entregan al placer de inventar con unos cuantos objetos encontrados al azar, edificios o vehículos, o cualquier cosa que su imaginación les dicte, están tan familiarizados con el gallo que ni siquiera se dan cuenta de su actitud vigilante.
Tal vez ya ha sido objeto de su interés y saben de lo difícil que es cogerlo, así esté amarrado. O tal vez han intentado liberarlo, para compartir con él esa sensación de libertad que para ellos es la única forma de vivir; habrán tratado de cortar la cuerda que lo ata y redimir de esa manera a los adultos que todavía encuentran placer en torturar y dañar a los animales sin motivo. Pero hasta ahora han fracasado, no importa cuáles hayan sido sus intenciones: liberarlo o apresarlo más. La desconfianza instintiva del animal ha impedido cualquier acción. Por eso guardan una distancia prudente. De todas maneras la libertad sigue siendo una fantasía que por ahora pueden vivir los niños y que el gallo, entendido en las vicisitudes de la vida, está convencido de que no es más que una utopía.

Una canasta para sus sueños (Medellín, Revista)

Mientras la gente flota sobre casas y calles, o mira al cielo y siente que de alguna manera milagrosa se ha vuelto ingrávida, es posible que se entregue a los sueños que acarician siempre las personas cuando se sienten tranquilas, o al menos cada vez que deciden sentir su cuerpo y dejarse llevar por la imaginación, como en esos ejercicios de yoga, donde uno se reencuentra con las sensaciones que los sentidos le envían al cerebro constantemente y que muchas veces pasan desapercibidas.
El balanceo lento y sostenido de estas canastas sirve para apaciguar el espíritu y para que uno se dedique a desarrollar el producto más querido y maravilloso del cerebro: los sueños.

Esperando a Ulises (Medellín, Colombia)

Argos, el perro que evoca Homero en el canto XVII de la Odisea, fue el único que reconoció a Ulises cuando volvió de la guerra y de todas las vicisitudes que las divinidades le pusieron como obstáculo para impedir su regreso a la isla de Ítaca, su patria. A pesar de la edad y del mal estado en que se encuentra los dos se reconocen y Ulises tiene que esconder la emoción que le causa volver a ver a su perro. Poco después Argos muere.
Tal vez ésta sea la primera de una larga serie de historias que describen la relación afectiva tan estrecha que existe entre los seres humanos y los perros. Historias que pueden desarrollarse en cualquier lugar del mundo: en Europa o en Alaska o como la de Achiko el perro de raza akita que se paraba a esperar diariamente y en el mismo lugar a su amo desaparecido y que según cuentan fue tal su lealtad que se hizo merecedor del afecto de toda la gente del pueblo donde vivía. A su muerte le erigieron una estatua, una copia de la cual se puede ver todavía en Shibuya, Japón.
Este perro que espera indiferente o descansa al pie de la escala podría estar comprometido con una fidelidad tan intensa como la de Argos o el perro japonés. Aunque observando su actitud despreocupada parece más bien que se hubiera alejado ya de los intensos trabajos a los que pudo haber dedicado su vida: tal vez, como a Colmillo, el compañero de Maxwell Smart, le llegó la hora de retirarse del espionaje. Quizá recorrió todo el mundo acompañando a su amo como lo hizo Milú, el perro de Tintín.
Lo cierto es que ahora su actitud sólo nos recuerda a Flash, el perro del comisario del condado de Hazard, que jamás se movió para ayudar a su amo.
Acaso espera que asome Ulises de nuevo para mirarlo por última vez y despedirse definitivamente.
En fin es posible que su pasado no haya sido tan apasionante y que solamente sea uno de esos perros que han vagado toda su vida, con pleno derecho, por las calles de esta ciudad sin tener que jurar fidelidad a ningún amo ni a ninguna manada. El espíritu libre del que todavía pueden gozar algunos animales.

Hibiscus (Medellín, Colombia)

Tuvieron que pasar muchos años y muchos libros por mis manos, para llegar a descubrir que los hibiscus que aparecían en algunas de las novelas leídas en la adolescencia, eran los conocidos y populares sanjoaquines que las mamás tenían sembrados en el jardín.
En esa época a toda la gente de esta ciudad le gustaba tener plantas ornamentales frente a sus casas. Pero esos sanjoaquines que se cultivaban con tanto esmero eran rojos, intensamente rojos; ahora son tan amarillos o tan blancos que han desplazado a los escarlatas, robándose la atención y haciéndole pensar a la gente que esos fueron los colores que siempre estuvieron reventando por ahí en los barrios de la ciudad.

Piedra y cielo (Medellín, Colombia)

En Colombia la unión de estos dos términos todavía evoca, no se si con nostalgia, la polémica generada por los piedracielistas, esos poetas que al final de los treinta dieron tanto de que hablar en torno a la poesía colombiana.
Ahora para un par de transeúntes de esta ciudad esas dos palabras unidas los lleva a pensar no en poesía, pero si con nostalgia, en esa ciudad que por allá en la década del cincuenta empezaba a agitar sus alas de ciudad moderna, construyendo sus edificios al mejor estilo contemporáneo. Edificios cuyas fachadas estaban recubiertas con una combinación de materiales que resaltaba la belleza de la piedra y el reflejo del cielo único de esta ciudad, en los paneles de vidrio de las ventanas.
Otra fachada del centro que ha acompañado desde lo alto el andar presuroso de los medellinitas o el caminar despreocupado de los soñadores de cualquier lugar. Es uno de los cuantos que hasta ahora se han salvado del prurito regenerador y que ojalá se preserve durante mucho tiempo más.
La poesía no sólo se escribe o se lee, también se vive si se observa con una mirada creativa los entornos por los que transcurre nuestra vida.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...