Una puerta a la irrealidad (Medellín, Colombia)

A través de esta puerta de vidrio se percibe una extraña realidad. Una realidad que obedece a unas leyes distintas a las que rigen el mundo que conocemos.
Es como si al otro lado no estuviera repetido ese mundo que los espejos copian minuciosamente, sino uno donde no sólo el espacio se distorsiona sino también las formas de todo lo que allí existe.
En una ciudad que da cabida a tantas realidades no es de extrañar que también aloje un lugar así, donde la existencia de una persona podría ser alterada temporalmente o para toda su vida, dependiendo de su capacidad de aceptar la fantasía o de asimilar que su única forma de ver el mundo no es universal, que existen otras maneras de contemplar el universo y que hay lugares donde a la realidad conocida y aceptada por todos se le pueden dar otros valores.

Animales en El Centro (Medellín, Colombia)

Al parecer la jirafa Piruleta, la de la canción infantil, decidió salir un día, con algunos de sus amigos, a recorrer el Centro. Desafortunadamente ella y sus compañeros fueron atrapados y atados al pequeño puente que pasa sobre el estanque de un centro comercial.
Allí estuvieron durante casi un mes mirando hacia todos lados tratando de encontrar una manera de escapar, hasta que una mañana… una mano misteriosa, que extrañamente se parecía a la que los había atado al puente los liberó, los dejó que se alejaran de ese lugar.
Nunca más se han vuelto a ver en el Centro y creo que jamás se volverán a arriesgar por esos parajes. Han decidido sabiamente que sus lugares de origen son menos peligrosos que esa cuadrícula de asfalto y caos, en que puede convertirse una ciudad para aquellos que no la conocen o que se la imaginan como un lugar donde sólo hay diversión.

La casa de la esquina (Medellín, Colombia)

De qué material están hechas esas casas que resisten el paso del tiempo con tanta entereza. Los artesanos que las construyeron desde sus cimientos debieron poner tanto interés y esfuerzo en ellas, que de alguna manera sus emociones quedaron impregnadas en las paredes, en los tejados, en los balcones.
Estos balcones a los que nadie dirige ya una mirada de interés fueron alguna vez el centro de atención de los paseantes. Allí se asomaron, a ver pasar la vida en el parque Bolívar, personas que tenían relación con la gente de mayor relevancia de esa vieja ciudad que se resiste a desaparecer entre el concreto de los nuevos edificios y el asfalto de las viejas calles renovado una y otra vez.
El parque se cubre cada vez más con la frondosidad de unos árboles que tal vez fueron sembrados después de la época en que esta casa fue una de las más impresionantes de la ciudad.
Estos balcones que han visto desaparecer árboles centenarios, apenas han sufrido deterioros que unas cuantas manos de pintura no puedan reparar. Pero nada conocemos del interior de esta casa. Tal vez ha sido destrozado por los nuevos dueños. Quizá sea un espacio desnudo y frío que no recuerda la calidez de sus antiguos habitantes.
Será que apenas los balcones y el techo son los únicos que conservan algo del espíritu de la vieja casa o a quien entre lo espera la sorpresa que se le depara a quienes osan no dejarse llevar por las apariencias.
En todo caso esta casa construida en una esquina del parque Bolívar, que algunos se atreven a llamar patrimonio arquitectónico, debería estar en proceso de restauración para que así la ciudad gane en riqueza visual e histórica.

Zona de reparación (Medellín, Colombia)

En todas las ciudades colombianas existen estas zonas desorganizadas, antiestéticas, donde la gente repara vehículos y vende repuestos tanto en el interior de los locales como fuera de ellos. Esos lugares donde los mecánicos son expertos en todo tipo de problemas y donde los solucionan también de las maneras menos ortodoxas.
Se caracterizan por el desorden y por la grasa que cubre casi todas las superficies incluyendo el cuerpo de los trabajadores.
Aunque esta imagen parece un escenario donde se representa un acto de una calle de talleres. Es como si hubieran copiado todos los objetos con sus colores y texturas para ubicarlos en el lugar que les correspondería en la realidad. Hasta el hombre que utiliza una herramienta con tanto cuidado parece una representación.
Tal vez esa impresión de irrealidad tenga que ver con la luz o con la soledad del lugar que por lo general está lleno de gente. Sin embargo esta fotografía se tomó en una calle verdadera, otra más de las que conforman las múltiples facetas de esta ciudad.

La silueta de los árboles (Medellín, Colombia)

La realidad, sin necesidad de retoques ni de ayudas, a veces nos hace creer en cosas que no existen aunque las vemos.
Un árbol que mece sus ramas en una esquina del parque Bolívar, adquiere en las horas de la tarde una apariencia irreal, como si fuera una figura recortada en cartulina negra, pegada sobre la superficie iluminada de un edificio y el azul del cielo.
Es como si las sombras proyectadas por un árbol, de pronto hubieran empezado a crecer por voluntad propia, sobrepasando los límites del edificio y hubiesen invadido el cielo o como si fueran una parte de la ilustración para una historia china, de esas donde los héroes se encuentran con árboles mágicos que pueden convertirse en sus salvadores o en sus enemigos, pero en todo caso en entidades que forman parte activa de la historia que se cuenta.
Tal vez suceda lo mismo con esos árboles que acompañan la cotidianidad de esta ciudad, y nosotros sin saberlo estemos expuestos a la influencia benéfica o dañina de sus sombras, dependiendo del genio o espíritu que los habite.
Este árbol que tiene la habilidad de convertirse en una hermosa sombra oscura para invadir el cielo, debe ser uno de esos gracias a los cuales el alma se sana a pedacitos. Cuando la gente pasa cerca, o por debajo de sus ramas, el ánimo se les modifica sólo con contemplar su silueta.

Con el sol vuelve el color (Medellín, Colombia)

Después de que durante días los cielos grises y opacos se sucedieran sobre nuestras cabezas, ha vuelto el sol a iluminar la ciudad y a intensificar los colores que en cualquier lugar impresionan la mirada.
Estos globos podrían ser el símbolo de lo que sucede en todas partes cuando cambia la temperatura. Las superficies bañadas por la luz de la tarde adquieren unas tonalidades que parece imposible se puedan repetir en cualquier otro lugar del mundo. Como si la luz de esta ciudad fuera capaz de recrear siempre los colores, de entregarnos cada vez una nueva manera de percibirlos.

Luna de media tarde (Medellín, Colombia)

A veces la luna confinada en su reino de oscuridad se escapa para observar durante las últimas horas de la tarde su lugar preferido.
En un intenso cielo azul, al que unas pocas nubes dan profundidad, la silueta de una luna que se deshace como si fuera un fantasma, le agrega al perfil de la ciudad un misterio casi oriental.
Debe existir en antiguos manuscritos la narración de alguna historia asociada con la visión de la luna en medio de la tarde. Algo que remita al lector a creer que si tiene la ventura de ver esa aparición tan desusada, en su futuro se verán cumplidos sus deseos.
Claro que si tal presagio existió en la antigüedad, para nosotros no tiene ninguna aplicación, pues ver la luna a horas distintas a las de la noche no es tan extraño en este valle.

Las paredes de una biblioteca (Medellín, Colombia)

Como si fueran las paredes de un edificio en una de esas ciudades sumerias donde se inventó el primer método de registrar la palabra para ser leída, estos muros, vistos desde lejos, dan la sensación de tener una textura tan particular, que hace pensar en las marcas que dejaban las pequeñas cuñas de madera sobre la arcilla en los albores de la historia.
No es difícil imaginar que si nos acercamos lo suficiente encontraríamos, en vez de adobes de superficie lisa, tabletas grabadas con la espectacular escritura cuneiforme. Esa escritura que desde antes del florecimiento de la antigua Babilonia marcó los caminos por donde se desbordaría la pasión que iban a abrazar millones de personas después de ellos: leer y escribir, desde lo más nimio como una lista hasta lo más sublime como un poema.
Contemplando este edificio uno se pregunta si será posible que además de los libros que se encuentran en su interior, estos también hayan sido grabados en sus paredes exteriores.

Después (Medellín, Colombia)

Después de haber acompañado a su dueña durante las interminables caminatas por las calles de la ciudad; después de haber sido apretados con fuerza contra las costillas por temor a ser arrebatados por algún ladronzuelo inesperado; después de haber descansado en sillones, mesas o cualquier otro tipo de mueble doméstico; de haber sido guardados con maña en closets o armarios, un buen día su dueña decidió que ya estos bolsos no merecían sus cuidados; que nunca más volverían a llevar en su interior ese batiburillo de objetos inocuos mezclados al azar con otros de mayor importancia.
Tal vez fueron reemplazados por unos nuevos, traídos de la China seguramente o comprados en alguna boutique, de esas que venden las marcas de grandes diseñadores, a sabiendas de que fueron copiadas con minucia en los talleres de Itagüí o del “Hueco” pero cuya apariencia engaña al ojo desprevenido.
Pero eso no es todo. El rechazo a estos objetos ha sido tan definitivo que ni siquiera se hizo de manera discreta. A su antigua poseedora no se le ocurrió arrojarlos a la basura envueltos en una de esas bolsas de grandes almacenes que, con frecuencia, se convierten en sudarios donde piadosamente se empacan aquellas posesiones que ya no nos interesan o a las que el tiempo ha deteriorado tanto que se hace necesario deshacernos de ellas. No, este rechazo debía hacerse abiertamente, como si fuera obligatorio poner en la picota pública estos pobres objetos a los que ya no se les reconocía ningún derecho para ser útiles.
Aunque existe otra posibilidad, tal vez su dueña los regaló pensando que las manos que se estiraban solicitas para recibirlos los cuidarían como ella lo había hecho. Manos que después de revisar con detenimiento los pequeños bolsillos de su interior y de repasar con dedos expertos los forros en busca de algún billete o moneda valiosa perdida u olvidada, los arrojó con despecho para que fueran escarnecidos por la mirada curiosa y desnuda de cuanto transeúnte acertara a pasar cerca de este bote de basura.

La nueva piel (Medellín, Colombia)

Desde hace unos años una nueva imagen ha venido sobreponiéndose a la vieja arquitectura de algunos barrios de la ciudad, sobre todo de aquellos ubicados cerca al Centro. La apariencia de sus calles que era una armoniosa mezcla de altas fachadas, rejas en las ventanas, puertas de madera y pequeños jardines, ha ido desapareciendo para dar paso a una serie de edificios de gran altura y aspecto similar.
Las superficies que ahora se ven desde la calle, apenas se diferencian de los materiales con los que están hechas estas construcciones.
Pero el ojo del buen observador puede encontrar contrastes como estos, donde las texturas y los colores dan lugar a una imagen que se basa en la combinación de módulos para crear, desde la fotografía, una ciudad que aunque es la misma que vemos todos los días nos da la posibilidad de jugar con su apariencia.

En el centro del Centro (Medellín, Colombia)

Quizás para muchos de los habitantes de Medellín el edificio Coltejer ya no sea una referencia como lo fue para muchos de sus habitantes dur...